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Mientras Europa está sumida en una crisis de valores, el Festival de Cine de Kerala no pierde la oportunidad de poner de relieve un feminismo esperanzador
El Festival de Cine de Kerala es uno de los últimos eventos del año del circuito de festivales de cine con más proyección a lo largo y ancho del mundo. Hace unos días ponía su broche de oro, en su clausura, con el Premio Spirit of Cinema a Payal Kapadia por All We Imagine as Light. El filme es ya un hito en el cine indio y en la cinematografía contemporánea de autor de los últimos años que extiende así sus fronteras abarcando realidades que nos confraternan. No solo es un hito por el interés internacional que ha suscitado, sino porque Kapadia es la primera cineasta india en hacerlo con una película que es un acto de resistencia poética y de sororidad compartida que sitúa a India, y por extensión a Asia, como una región que puede volver a ponderar un feminismo en detrimento en Europa. Candidata a los Globos de Oro a Mejor Dirección y Mejor Película de habla no inglesa, pasó también por la Competición de Cannes, donde fue reconocida con el Gran Premio del Jurado. Tampoco resultó ser un galardón tan insólito, aunque se tratase de una cineasta apenas conocida. Si bien, gran parte de la crítica se volcó con Anora, de Sean Baker, repleta de alcaloides de doble filo, y que fue la que se alzó con la Palma de Oro en un año en el que la mayoría de festivales europeos han tenido unos palmareses bastante conservadores.
En un panorama cinematográfico internacional que sigue privilegiando ciertos modos frente a otros, y ciertas voces frente a otras, por mucho que busque remediar el desequilibrio con falsas cuotas que no siempre favorecen la igualdad si legitiman la misma mirada, pocos festivales de cine pueden presumir de tener una orientación tan políticamente comprometida con una cinematografía que tiende su mano a los nuevos formatos desde una posición que abraza valores progresistas. El Festival de Cine de Kerala es eminentemente audaz en una programación que alcanza lo universal desde lo local, y entregado a una audiencia ávida de estímulos y receptiva al conocimiento que cuestiona el mundo que habitamos. Con un abanico de títulos que, en esta edición, ha rozado los 200, sorprende su interés por trazar puentes entre Latinoamérica y Asia, así como su inclinación hacia un discurso manifiestamente despatriarcal. Unas propuestas, por lo demás, apoyadas en esa idea de contemporáneo aparentemente tan escurridiza, pero certera en los debates que suscita tratando de romper moldes. En las formas y los contenidos. En la desjerarquización del pensamiento dominante. En la circunspección ante la percepción, intervenida aquí para alcanzar un objetivo social que aspira a cierta idea de justicia dentro de la colectividad, que pretende cuestionar el statu quo o historiografiar el recuerdo. Y en la búsqueda de fórmulas, a veces reiteradas, que no obstante se acercan a otros medios artísticos y evitan la lengua dominante.
Entre el 13 y el 20 de diciembre Thiruvananthapuram, la capital del Estado del sur de la India donde tiene lugar el certamen cada año, tenía un ambiente en torno al cine tan efusivo que era difícil no contagiarse del ímpetu festivo que rodeaba el epicentro del festival en Tagore, los insignes teatros de la ciudad como el Kalabhavan, el New, el Ajanta o el Sree Padmanabha, así como la riqueza cultural que conferían los conciertos multitudinarios con motivo del certamen, como el de Anitha Shaiq y su banda, ante la que el público más joven se desató bailando y coreando temas indios conocidos, muchos de claras reminiscencias a la tradición. Y entre tanto alborozo, en este oasis de resistencia, una lección de feminismo básico en un momento en el que, en Europa, el feminismo es un término que ha adquirido cierta connotación peyorativa, tergiversando sus buenas intenciones de igualdad por un mal entendido empoderamiento femenino que algunos agentes han desvirtuado caricaturizándolo. Vivimos tiempos feroces de posturas antagónicas, en los que resulta fácil subvertir las bondades de una idea que busca la convivencia en el reclamo de que todos, como seres humanos, independientemente del sexo y la orientación sexual, somos igual de válidos y merecedores de vivir en dignidad y prosperidad.
El malayalam y el español resisten los embistes del patriarcado
El Festival de Cine de Kerala 2024, en sus secciones competitivas, destacó en su 29 edición por contar en su programación con un buen puñado de títulos de mirada abiertamente feminista entre los que sobresalen las películas en malayalam y algunas cintas latinoamericanas. El cine en lengua malayalam o malabar, el idioma oficial del Estado de Kerala que es lengua materna de alrededor de 35 millones de personas, resultó protagonista con varios premios y una película, incluida en la Sección Internacional, de hecho, fue la gran protagonista. Se trata de Feminist Fathima, de contundente título, y dirigida por Fasil Muhammed, que firmaba su ópera prima. Con una premisa muy sencilla y una narración diáfana, salpicada de humor, Muhammed reivindica un cine que podría situarse entre la mirada políticamente comprometida de Ken Loach y la visión humanista e ingeniosa de Aki Kaurismäki. Por eso, era fácil convencer tanto a jurados como a público con esta propuesta de apariencia ingenua, pero efectiva en un proceso que es crítico con los sistemas dominantes. Tanto las estructuras que mantienen la religión como las que mantienen a la familia son sometidas a examen, sin severidad ni drama añadido.
Situando como escenario una crítica al patriarcado y las doctrinas religiosas que buscan tomar el control social, Feminist Fathima es el viaje de empoderamiento de una mujer hacia su emancipación. Cuando Fathima adquiere conciencia de su situación —está bajo el dominio de un marido que ni siquiera le permite comprar un colchón nuevo que supone una necesidad básica de bienestar— y toma las riendas de su vida, no hay marcha atrás. Tampoco hay sorpresas en este itinerario de independencia económica y transformación personal. De todas formas, el título ya lo anuncia. Pero, es precisamente esa intención de ser explícito lo que da énfasis a una película que puede ser la semilla que despierte conciencias en lugares donde el feminismo todavía no se ha mancillado y hay un enorme trabajo por hacer. Y la ocasión de empezar, prácticamente, desde cero en ciertas sociedades donde el fundamentalismo religioso ha hecho estragos, es también una oportunidad de articular los discursos y las acciones con la sencillez del ejemplo. Sin victimismos, ni dramas añadidos. Lo que hace Feminist Fathima es alumbrar el fuego que visibiliza perversas costumbres arraigadas en el hogar que ponen de manifiesto la misoginia inherente al modelo familiar institucionalizado en muchas sociedades.
Junto a Feminist Fathima, y también en lengua malayalam, Victoria, la película debut de Sivaranjini J sorprende, igualmente, por su sencillez. Podría considerarse también una película feminista, pero su sutileza y un pretendido misterio en los signos que conjuga mantiene ciertas incógnitas en torno a su posicionamiento, muy edificantes para promover el diálogo y dejar a la audiencia ser partícipe de una trama abierta a interpretaciones. Interesante ejercicio de enorme riqueza visual y metafórica que tampoco necesita grandes escenarios ni dramas para visibilizar el peso y las fracturas que dejan la familia en el itinerario personal de las jóvenes generaciones de mujeres en India. En un entorno prácticamente de confinamiento, el que confiere un salón de belleza, las mujeres son las protagonistas. No hay hombres en escena. Y, esto, en sí, es una decisión de peso. La representación masculina solo puede ser interpretada por la presencia de un gallo que la protagonista tiene que guardar en su lugar de trabajo por unas horas. Son tan solo 84 minutos de metraje, la mayoría abordados en un espacio cerrado que nos puede sugerir ciertas reminiscencias con la forma de filmar los interiores de Yasujirō Ozu. Con una dirección brillante y un manejo del espacio y la psicología de los personajes de gran alcance, es uno de los grandes hallazgos que nos deja tras de sí este Festival de Cine de Kerala 2024. Una película muy pequeña y humilde en la superficie y enorme en la inteligencia que destila en cada una de sus decisiones repletas de verdad.
Y del malayalam, pasamos al español. Sorprende descubrir cómo culturas, figuradamente tan diferentes, puedan tener tanta afinidad y rasgos tan análogos en su posicionamiento. O no tanto, si tenemos en cuenta que Latinoamérica sigue ofreciendo un cine de resistencia política. De las películas que pasaron por el Festival de Kerala, de talante más feminista destacaría Linda, de Mariana Weinstein; y Memorias de un cuerpo que arde de Antonella Sudassassi Furnies. La primera, no es original en esencia, pero tremendamente sugestiva por la vuelta de guion que le da al Teorema de Pier Paolo Pasolini o, más recientemente, a The Visitor de Bruce LaBruce. Es una película que trabaja muy bien la sensualidad para confundir al espectador en un juego de seducción también con la audiencia. Inesperada composición de la imagen, de estimulación sensorial, que maneja muy bien el suspense para lograr resultados inequívocos que rompen con todos los estereotipos, curiosamente, pronunciando continuamente el estereotipo para dinamitarlo. Solo por eso, es radiante en su apuesta por un discurso provocador, muy bien desarrollado en la puesta en escena, que puede tener sus detractores por la confrontación que asegura.
Por su parte, Memorias de un cuerpo que arde, de la costarricense Antonella Sudassassi Furnies, es una película a reivindicar por aquello que desentraña, la intimidad sexual de las mujeres en la tercera edad. Poner sobre el tablero de juego las relaciones íntimas de las mujeres en el último estadio de la vida no es algo que aquí se trate de forma trivial. Implica también hablar de una generación de mujeres que ha atravesado historias personales de convivencia matrimonial asolada, no pocas veces, por la violencia doméstica ejercida por medio de muchos cauces. De esta forma, el hogar pasa de ser una trampa y una cárcel a un refugio donde tiene, o puede tener lugar, el placer en la vejez. Valiente película que destapa el tabú, lo que estaba oculto. La sociedad patriarcal se había empeñado en oscurecer la presencia femenina desde su entrada en la mediana edad hasta su invisibilización absoluta en la vejez. Y ahora, en un momento de reivindicaciones, a veces empañadas por voces desafinadas, se puede hablar de un espacio doméstico arrebatado, un espacio que pasa de ser un lugar de batalla a otro de libre albedrío. Es la manera de recuperar espacios y liberarlos de jerarquías. Para ello, Sudassassi Furnies se vale de la actriz Sol Carballo que representa a tres mujeres cuyas voces componen relatos de coraje y autodeterminación de los cuerpos.