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En un viaje de maduración ‘When the Light Breaks’, de Rúnar Rúnarsson, pone en valor lo que nos une frente a lo que nos separa ante la tragedia
Entre dos puestas de sol de enorme belleza, en un solo día, transcurre When the Light Breaks, el último trabajo de Rúnar Rúnarsson. Muy sencilla, con un relato de líneas muy definidas, su interés radica en cómo la luz a la que alude el título se vuelve clave en el desarrollo de una trama conjugada en torno a la iluminación. Es la luz que evoca un ciclo que concluye según la fase solar se despliega en toda su belleza al ponerse el día. Y la luz artificial que vemos en las tomas que muestran la iluminación cenital del interior de un túnel que presagia la tragedia. En la luminosidad natural se aprecia la esperanza y los cierres de ciclo repletos de belleza. No solo por los efectos naturales significando la narración, sino por la dinámica de grupo que se establece entre las protagonistas.
When the Light Breaks busca continuamente la promesa de la vida, el milagro del amor, el resplandor de la luz. De forma nítida, sin ambages, porque es una realidad que Rúnarsson, de alguna forma, lleva persiguiendo esta luz desde sus inicios como se podía ver de forma clara en Sparrows, la radiante Concha de Oro del Festival de San Sebastián. Sin embargo, en esta ocasión, lo hace en medio del duelo repentino por un suceso fortuito. La muerte, siempre inoportuna, pero más en lo accidental, que cambia la forma de percibir la vida de unos jóvenes justo en la mayoría de edad. No obstante, el peso más grande de todo este grupo lo lleva Una. Es la cautivadora protagonista de apariencia fuerte que, de pronto, ve cómo no puede seguir manteniendo por más tiempo un talante de poder que representa con sus decisiones estilísticas en su modo de presentarse ante los demás. Lo que ocurre es que guarda un secreto que no conoce el resto. O al menos, no todos.
La relación que Una mantenía con el fallecido era más íntima de lo que muchos imaginaban. Ellos eran amantes, pero él, Diddi, tenía una pareja formal a la que pensaba dejar el mismo día del trágico desenlace. Con estos hechos, era fácil que el melodrama no dejase respirar a un guion que pretende alcanzar otros derroteros. La exploración de todos los sentidos sumada al deseo de encontrar la esperanza y el gesto de humanidad que abraza parece resolver una ecuación muy sencilla. Rúnarsson persigue, en un metraje de tan solo 80 minutos, la esencia formal y discursiva tras una trayectoria, en apariencia, más compleja que lo que nos ofrece aquí. Persigue la captura de un abrazo del que deja huella el sol candente sobre el mar. El filme tiene un brillo tan cándido que atrapa al espectador desde el principio. Pero, sin duda, es una película que conectará con una generación que ahora está en la veintena.
Este es un viaje de alumbramiento en todos los sentidos. Un viaje que articula el proceso de la adolescencia a la edad adulta. Y un viaje de maduración que pone en perspectiva las nuevas dinámicas que se han abierto en el cine con respecto a los roles. El pulso que mantiene al principio Una con Klara, la novia oficial, es visible y comprensible por lo que está atravesando. Un dolor silenciado, no reconocido. Pero la decisión de buscar un lugar de encuentro y afinidades, para estas dos mujeres, no es casual. Comparten una experiencia análoga que no las pone una frente a la otra, sino en la misma esfera, en el espejo que les devuelve una imagen compartida que activa la sororidad necesaria para comprender lo incomprensible. Acaso son la misma persona. Hay una escena que lo manifiesta rememorando, figuradamente, a Persona de Ingmar Bergman. La fusión de estas jóvenes es lo que pone en valor lo que nos une, siempre, frente a lo que nos separa.