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Después de pasar sigilosa, como una brisa marina, por la Berlinale, la obra más lírica y elocuente de Matías Piñeiro, ‘tú me abrasas’, llega al Festival de Cine de Gijón 2024 para despertar los sentidos en su estudio del deseo
Hay una peculiaridad en la pronunciación del español de América con respecto al español de la Meseta Norte y Central de España. En países como Argentina las grafías ‘c’, ‘z’ y ‘s’ se pronuncian todas igual, como una ‘s’. Y por eso, llama la atención que el último proyecto audiovisual de Matías Piñeiro, tú me abrasas, pueda interpretarse, según la lengua oral, con la acepción de que alguien abrasa o quema a otro alguien, lo que involucra al deseo, como que alguien abraza, un gesto que se percibe más como una demostración de afecto sin connotaciones sexuales. Sin embargo, por si había alguna duda al respecto, en un momento de la película se expresa que “el deseo no es una canción. El deseo golpea y abraza como la serpiente. Como el viento”. Entonces, se advierte que abrazar y abrasar pueden albergar la misma materia, la misma sustancia intrínseca. Algo que quema es algo que puede abrazar hasta la asfixia.
Como ensayo del deseo femenino, lo que hace el cineasta argentino es, en realidad, una interesante reflexión sobre la perpetuación de la vida a través de la voluntad del anhelo. Esto se evidencia recurriendo a la ciencia que explica cómo evolucionamos de la primera bacteria, hecho que manifiesta el filme en un pasaje que busca racionalizar lo irracional, la experiencia subjetiva y embriagadora de ese deseo primigenio. De esta forma, tú me abrasas se convierte en una interesante reflexión que recoge lo que Piñeiro construye como un poema, con una métrica susurrante que golpea tantas veces como el espectador esté dispuesto a dejarse golpear, a dejarse arrastrar por la corriente que conecta con aquello que, desde una esencia femenina, de subalternidad impuesta en estructuras patriarcales, buscamos reprimir para evitar el sometimiento y el sufrimiento intrínseco a él.
Tan laberíntica en los meticulosos ardides que erige con estilizado propósito de embellecer la palabra hasta hacerla sentido, como diáfana en su clarificación, tú me abrasas centellea en el uso de la imagen. A veces como naturaleza muerta que ilumina, otras como acompañante material del texto al que acompaña, la imagen amplifica el concepto que acuña repleto de metáforas. Por otra parte, el texto que se articula por medio de una voz en off, bien entonada para que la escucha sea un canal de reflexión, también se muestra en pantalla subrayando el objeto en sí donde la palabra vive. Esto es, el libro. Es el libro, en algunos casos, con sus anotaciones al margen que buscan encontrar un modo de revivir en la pantalla. Y la literatura como dispositivo que entabla un diálogo con el cine. Sobre esto, hace tiempo que Matías Piñeiro lleva investigando. En un primer momento, sobre los roles femeninos en las comedias de William Shakespeare, como en Isabella. Ahora, cuestionando otras narrativas, otros textos sugerentes en el contenido que dilucida la sintaxis mostrada y la que queda velada por la propia biografía del literato o el lector que interpreta o imagina lo que lee.
En su juego de asociaciones delicadamente construidas, tú me abrasas ensaya poner de relieve una sección de un libro que le sirve de punto de partida para explorar la naturaleza del deseo. Lo hace a través de un capítulo del libro Diálogos con Leucó del escritor italiano Cesare Pavese. Se trata de Espuma de mar, donde la poeta griega Safo, la poeta del amor de cuya obra solo se conservan fragmentos, y la diosa Britomartis, hija de Zeus y Carme, conversan sobre el amor y sobre la muerte para esclarecer lo que el deseo deja traslucir. A saber. Las políticas de los cuerpos y las voluntades de los dominios donde los géneros se expresan según sus condicionantes. De ahí que el deseo pueda sentirse como abrazo que asfixia en una refulgencia de afectos mezclados con materia del subconsciente. Allí donde duermen los miedos y las ambiciones. Confundidos en los cuerpos, que frecuentemente quieren, únicamente, ejercer el poder sobre otros cuerpos, en un acto de vanidad o de fuerza. Y otras, reconocer el alma humana en su esencia más primigenia. Donde la bondad emerge como un rayo de luz.