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Para cerrar el análisis de esta edición de Venecia 2024, la crónica 7 está dedicada a algunas de las mujeres cineastas que han participado tanto en la Competición como en su hermana pequeña, Orizzonti
No me gustaría acabar este recorrido por algunas de las películas que he podido ver estos días en el Festival de Cine de Venecia 2024 sin trazar un pequeño panorama del cine realizado por mujeres. No obstante, algunas de las mejores películas que han firmado ellas, de las que esperamos una renovada narrativa que imprima una visión de género tan fresca en la voz, como necesaria para que avancemos socialmente hacia un lugar de igualdad y libertad compartida, ya las he comentado en las crónicas previas. De hecho, a estas alturas del certamen, cuando ya quedan muy pocos metrajes por ver, el Harvest de Athina Rachel Tsangari, del que hablaba en la crónica anterior, sigue ocupando un lugar privilegiado. Su obra es la constatación de que se pueden hacer adaptaciones tan sugestivas que no hay pasaje de la novela en la que se inspira que no quede representado y significado. La capacidad de la griega para construir una imaginería de feroz y sensorial temperamento es absoluta. Asimismo, descubría en la crónica 4 a la mongola Xiaoxuan Jian que presentaba en Giornate degli Autori To Kill a Mongolian Horse, una obra tan sensible como comprometida con nuestros entornos más vulnerables.
En cuanto a películas que han pasado por Orizzonti cabe destacar la de Carine Tardieu, una realizadora apreciable porque siempre ha estado interesada en romper con los modelos normativos en las relaciones afectivas y familiares. Es el caso de The Ties That Bind Us (L’Attachement) en el que propone un nuevo modelo familiar fortalecido por vínculos auténticos. En Orizzonti también encontramos el trabajo de Sarah Friedland que, en Familiar Touch, realiza un ejercicio que da visibilidad a la mujer en la vejez, cuando el proceso de memoria se ha deteriorado de forma significante. Es una cinta que se centra en una narrativa que expone a las personas más mayores de nuestra sociedad que, aunque en los últimos años han hallado su hueco en pantalla como en la fabulosa Vortex, de Gaspar Noé; o en The Father, con un espléndido Anthony Hopkins, no dejan de ser a los que menos atención se presta en las historias cinematográficas. En este caso, el relato de Friedland se nutre de la interpretación de Kathleen Chalfant, una actriz casi octogeneria que le da bastante realismo a la trama, aunque le hubiese venido bien a la película una dosis de calidez que se hecha en falta. Sin embargo, el compromiso con los cuerpos para reafirmar sus identidades sociales es notorio.
De los filmes firmados por mujeres que hemos visto en Competición ubicamos el nuevo trabajo de las hermanas Coulin, The Quiet Son (Jouer Avec le Feu), que siguen interesadas en los estragos de la masculinidad hipertrofiada. Bien sea a través de entornos como el ejército, como se vio en La escala; bien sea, como en este caso, relacionado con grupos de extrema derecha alimentados por la violencia. The Quiet Son es la adaptación de una novela de Laurent Petitmangin que examina distintas formas de expresar la masculinidad. En la película esto se refleja en caracteres muy marcados que no dibujan bien los grises y que han puesto un velo a las causas de por qué un chaval de veintipocos años, con buenos valores familiares aunque sin afecto maternal, cae en este tipo de grupos llenos de odio hacia los extranjeros. No obstante, se mantiene con solidez con un rotundo Vincent Lindon en su papel de padre de dos hijos completamente diferentes. El uno, modélico. El otro, descarrilado y sin esperanza de que pueda retomar un camino de conocimiento de las distintas formas de habitar el mundo.
También en competición está Giulia Louise Steigerwalt que firma Diva Futura, su segundo largometraje. Una película centrada en el ascenso y decadencia de la primera agencia de pornografía que da nombre al descafeinado proyecto de la estadounidense. Esta se fundó en Italia por Riccardo Schicchi que interpreta Pietro Castellitto, un tipo que tiene ciertas semejanzas con Hugh Hefner de Playboy pero que, en la figura del actor italiano, gana en simpatía. Demasiada benevolencia, en realidad, hay en esta cinta que parece estar filmando un anuncio de lencería femenina o blanqueando de forma tan salvaje la pornografía, que es difícil entender que no haya atisbos de compromiso femenino con la misoginia y los abusos de poder que han denunciado mujeres que han trabajado en esta industria. Al margen de esto, su dulcificado aspecto, que recurre a una narración muy hollywoodense que va perdiendo su ordenada y meticulosa forma, no deja tampoco una sensación muy positiva.
El nombre que tendríamos que escribir con letras grandes (y luminosas) es el de Dea Kulumbegashvili que si ya sorprendió con Beginning, con su nueva obra, April, vuela muy alto. Se evidencia, además, la gran escuela de cineastas georgianas que están rompiendo todos los moldes con trabajos de estudiado carácter. Estos días también escribía sobre The Antique de otra georgiana, Rusudan Glurjidze, que merece un alto en el camino. Sin embargo, la estrella que más ha brillado —con permiso de Athina Rachel Tsangari— ha sido Kulumbegashvili que, en April, muestra su compromiso con los cuerpos femeninos haciendo un ejercicio de rabioso alumbramiento en los virajes de la cámara, la composición del plano y los paralelismos que lanza entre los personajes y el paisaje. De este modo, cabe reseñar la labor de Arseni Khachatura, como director de fotografía, que logra texturas sorprendentes, especialmente en la filmación de campos de flores como metáforas, entiendo, de los órganos femeninos. Igualmente, sobresale una banda sonora primorosa, a cargo de Mattew Herbert, que acompaña a esta narración que no deja de ser un desafío para todos los sentidos.
April es la exploración y el análisis de la dicotomía y la convergencia entre la existencia y la feminidad. Por eso, temas como el nacimiento y la muerte están tan presentes. Con este fondo, los cuerpos adquieren una dimensión casi épica que el personaje de Nina (Sukhitashvili) trata de llevar a buen fin con una moral que la coloca en una posición muy delicada. El tortuoso viaje por el que nos conduce April es todo menos fácil. Y como espectadores tenemos que decidir si nos embarcamos en él con la convicción de que algo se está moviendo, o preferimos permanecer a salvo, donde todo pasa y nada cambia.