Rosana G. Alonso
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La crónica 5 de Venecia 2024 se rinde al cine español que encabeza Pedro Almodóvar con ‘La habitación de al lado’, y el dúo que forman Jon Garaño y Aitor Arregi que presentaron ‘Marco’, en la sección Orizzonti, hace unos días

La habitación de al lado | Crónica 5 de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película La habitación de al lado | Crónica 5 del Festival de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine

Ayer el acontecimiento en el Festival de Venecia era, sin duda, que Pedro Almodóvar presentaba su nueva película en Competición. Su anterior largometraje, Madres paralelas, ya había estado en Venecia llevándose la Copa Volpi para Penélope Cruz, una película que no recuperaba la genialidad de la época dorada del manchego. Por eso, con el estreno de La habitación de al lado (The Room Next Door) había mucha expectación. Era la primera película de habla inglesa de Almodóvar y contaba con la presencia de dos actrices tan remarcables como Tilda Swinton y Julianne Moore. Sin embargo, y aunque el inglés no parece haber supuesto ningún obstáculo para este filme, el realizador de Volver o Mujeres al borde un ataque de nervios parece estar en una posición muy cómoda que mira la vida desde cierto privilegio que convierte lo superficial en algo anecdótico. Y la tragedia en algo banal. El interés puede recaer, precisamente, en eso. Pese a esto, temas como el cáncer, la eutanasia o la responsabilidad que implica la maternidad, son demasiado profundos para tan poca proyección, si bien, el diálogo busca dar un enfoque a estas cuestiones poniendo de relieve a sus personajes femeninos. Dos mujeres, en la mediana edad, que se reencuentran para despedirse para siempre. A pesar de ello, no hay nada magnánimo. La levedad, que es marca de la casa, es como una brisa ligera que acaricia las reconocibles señas de identidad de un autor que imprime su sello, reconocible en cada signo. Eso tiene también su grandeza. Sin duda, esa levedad, es lo que le da carácter.

Además de Almodóvar, Jon Garaño y Aitor Arregi presentaban, hace unos días, Marco en la sección Orizzonti, la hermana pequeña de Competición. Para los creadores de La trinchera infinita es un paso muy importante en su carrera estar en Venecia ya que la proyección internacional de este festival, que los recibió con los brazos abiertos, es manifiesta. La película tiene la factura impecable de los Moriarti y, aunque desarrolla una narrativa bastante clásica, asimismo hace un juego de metaficción interesante que pone en cuestión que, en sí, la trama es una ficción de una realidad. Es la historia de un hombre, Enric Marco, que mintió a todo el mundo. Incluso a su familia. Por eso, muy sagazmente, los vascos han sabido introducir un engranaje entre la verdad y la mentira, entre lo que está representado y es, al mismo tiempo real, muy sugestivo. Enric Marco llegó a ser presidente de la Amical Mauthaüsen que representaba a todas las víctimas del nazismo. No obstante, no había pisado ningún campo de concentración. Llevar a esta figura al cine tenía un potencial increíble, pero también muchos peligros, porque tiene una identidad con muchas máscaras que, incluso, él mismo, llega a creer. Y es aquí donde el papel de Eduard Fernández es clave. El trabajo actoral que hace es prodigioso dotando a la cinta de un carácter proverbial que eclipsa a la propia narración.

Antes de acabar esta crónica 5 de Venecia 2024 me gustaría pararme también en otras dos cintas muy remarcables por distintas razones. Una es Vermiglio, de Maura Delpero, también en Competición; y la otra es Quiet Life, de Alexandros Avranas, en Orizzonti. En cuanto a la cinta italiana, es el tercer largometraje de Delpero y el más ambicioso hasta el momento. Una obra de corte tradicional con una iluminación y diseño de producción que captan muy bien la época que refleja. Es el último año de la Segunda Guerra Mundial y, entre muertos y nacimientos, mientras una guerra acaba, otra acaba de comenzar. En la localidad de Vermiglio, de donde procede el padre de la cineasta, al que le rinde homenaje, entre montañas y paisajes de postal, la vida araña a las mujeres. Son las que sostiene este mundo y las que siguen dando vida nutriendo de esperanzas la esperanza que se agota. Solo por el punto de vista que toma la autora, la cinta ya es notable.

De la placidez añeja de Vermiglio pasamos a un ejercicio fílmico que firma el griego Alexandros Avranas. Quiet Life sorprende como contrapunto a su anterior trabajo que, aunque tuvo su reconocimiento en Venecia, no era un filme muy dado a halagos. En cambio, este tiene otra temperatura que remite al Yórgos Lánthimos de sus primeras películas, aderezado también con la mirada irónica de un Östlund también en sus primeros trabajos. Es una historia sobre los solicitantes de asilo en la Europa de las comodidades, y sobre la tensión que esto genera y cómo acaba afectando a los más jóvenes que lo viven como algo traumático. De esta manera, pone el foco en lo que se conoce como Síndrome de Resignación que afecta a niños refugiados que acaban, sin explicación médica, en coma. Bajo esta premisa, la obra podría ser perfectamente un drama lacrimógeno y, en cambio, atrapa desde el inicio por su enigmática e inquietante mirada en la que se cuela un humor negrísimo que da una perspectiva que el espectador tiene que acabar de moldear.