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El cine francés protagoniza la tercera crónica del Festival de Cine de Venecia 2024 en la que destaca el brío épico, de ímpetu adolescente, de ‘Leurs Enfants Après Eux’ que firman los hermanos Boukherma
Hay un pronunciado sello francés que no puedo pasar por alto en esta crónica 3 de Venecia 2024. Para empezar, porque la presidenta de este año es Isabelle Huppert que, en sí, ya es una institución de la cultura francesa, aunque haya trabajado también fuera de Francia con cineastas como Hong Sangsoo. Habrá que ver si, finalmente, su presencia acaba por tener eco en el fallo del jurado o no. Lo que está claro es que de las tres películas francesas que han sido seleccionadas para la Competición, y a falta de poder ver y comentar la de las hermanas Coulin, al menos la de otros hermanos, en este caso los Boukherma, no ha dejado indiferente a nadie que haya seguido su trayectoria. Para empezar, porque cambian de registro. En Leurs Enfants Après Eux (And Their Children After Them) Zoran y Ludovic Boukherma abandonan el género fantástico para adaptar el bestseller homónimo de Nicolas Mathieu.
El registro épico de Leurs Enfants Après Eux, en una cinta de más de dos horas de duración, es ya una declaración de intenciones que busca eso, hacer algo memorable, que deje huella. Y lo consigue, dando saltos en la línea temporal a través de cuatro veranos que logran captar una atmósfera cetrina que es testigo del fin de la era industrial. Ello queda registrado, en un momento determinado, a través de un plano fijo de los altos hornos que es más que suficiente para poner en contexto la acción.
Más allá de la apuesta de los Boukherma por proyectar una dimensión solemne adornada con travellings y planos secuencia, estos enfants terribles del cine galo han sabido entender las dinámicas de un nuevo cine contemporáneo que busca ponerse al nivel de la audiencia. Lo hacen con efusivas escenas, llenas de dinamismo y una banda sonora que mide la temperatura a una época, como una arteria principal que acompaña el pulso vital que narra esta historia trepidante. De vidas rotas, que no tienen posibilidad de futuro y se rinden a la promesa del amor. Recogiendo temas de Metallica, Red Hot Chili Peppers o Aerosmith, hasta finalizar con el Samedi soir sur la terre, de Francis Cabrel, la música pasa de los éxitos estadounidenses del momento, que son universales, a la canción francesa. En esto, son muy perspicaces ya que desde sus primeras películas han sabido tomar prestados registros de la cultura popular que marcó Estados Unidos, y trasladarlos a algo muy local, que da una identidad muy interesante en una época de mixturas.
Menos interesantes, al menos bajo mi percepción, son los trabajos de Anne-Sophie Bailly y Emmanuel Mouret. Este último lleva tiempo ya interesado en el tema de las relaciones de pareja desde una perspectiva que pone de relieve a una élite social con demasiado tiempo libre. Bajo este condicionante, Trois Amies (Three Friends), una comedia dramática romántica con ecos al Woody Allen de Hannah y sus hermanas, busca conectar con todos los públicos. Sin embargo, acaba en un lugar estanco que puede ser, peligrosamente, aspiracional. No deja de ser bastante prominente que Mouret fomenta el prejuicio del estereotipo y, aunque trabaja mucho el diseño artístico y espacial para justificar la escritura de sus personajes, en los últimos años no ha hecho mas que repetirse, eso sí, con un eminente sentido lúdico que otorga a la palabra.
Desde otra perspectiva, Ane-Sophie Bailly, que compite en la sección Orizzonti con Mon Inséparable (My Everything), es una película que es incapaz de abrir una trama y llevarla hasta el final. Por el contrario, abre muchas dejando importantes lagunas en un guion que adolece de demasiadas imperfecciones por su falta de objetivo. Ni siquiera la presencia de Laure Calamy, que hace un esfuerzo considerable por dotar a su personaje de una pasión que estalla en los momentos más incongruentes, logra levantar una película que hubiese resultado efectiva si tuviese un posicionamiento claro desde el principio. Un ejemplo de una temática similar con resultados más razonables es la de Gabrielle de Louise Archambault. No obstante, es posible que a Ane-Sophie Bailly solo le interesara centrarse en el papel que interpreta Calamy. Lo que ocurre es que no se advierte así. Cabe la posibilidad de que el espectador no logre entender las motivaciones que lo matizan y que lo convierten en alguien dislocado por la atención que se presta a otros que se quedan en el esbozo.