Rosana G. Alonso
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Desde Venecia la sexta crónica del Festival se rinde al arrebatador embrujo del ‘Harvest’ de Athina Rachel Tsangari, adaptación de la novela homónima de Jim Crace

Harvest | Crónica 6 del Festival de Cine de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Harvest | Crónica 6 del Festival de Cine de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine

La adaptación al cine del Harvest de Jim Crace ha sido, hasta el momento, la película más embriagadora del Festival de Venecia. El filme, que dirige Athina Rachel Tsangari, es una demostración de que si se aprovechan los recursos que tiene a su merced el cine, este siempre será más certero, elocuente y cercano que la Literatura. Para evidenciarlo, la cineasta griega que vuelve con una cinta de rotunda madurez en la que sigue empeñada en explorar la condición humana y las perfidias de la masculinidad, da un formato de daguerrotipo a la pantalla que nos traslada a un lugar lejano en el tiempo. No sabemos bien qué época es, pero todo parece indicar que es el crepúsculo de la Edad Media. La semejanza de muchas tomas con la pintura de Pieter Brueghel el Viejo dan una buena muestra de ello. El relato está centrado en Walter Thirsk que interpreta con absorbente y magnética identidad Caleb Landry Jones, uno de los actores más carismático de la actualidad. Es un campesino que, en el preludio, corre por los campos de trigo y se baña en el lago como si fuese un animal salvaje en libertad, dejando tras de sí expresivas evidencias de su voracidad y arraigo a la tierra. Mano derecha del terrateniente, Charles Kent, pronto empieza a sospechar que este le oculta algo tanto a él como al resto de trabajadores.

Es el final de una era. Las tierras pronto no podrán ser cultivadas, porque las formas de trabajo están a punto de cambiar para siempre. Pero, de momento, solo hay signos. Un hombre ha venido a cartografiar los campos y a todo lo que se encuentra en ellos. Por otra parte, cuando un incendio arrasa parte del granero del patrón las manos acusadoras señalan a tres individuos que acaban de instalarse en la frontera de los dominios del señor Kent. Son dos hombres y una mujer a los que tratan con crueldad imputándoles algo que no pueden probar, y sin juicio alguno.

Esto da a la película una naturaleza contemporánea que conecta con el mayor mal de nuestra época: el racismo y la intolerancia con la que se trata al extranjero. De una belleza inusual que reside en la contemplación del horror y la destrucción con una mirada que eclipsa la narración, el Harvest de Athina es portentoso.Y es un milagro que exista algo así que reverencia la tierra y el suelo que pisamos. Retrato de la amenaza que desplaza lo que conocemos, es un filme de territorialidad amenazada y de advertencia. Casi profético, en su forma de abordar lo visual y todo lo que conecta, es la consagración definitiva de una cineasta que ha ido avanzando, como realizadora, con paso lento, firme y seguro.

Otra de las películas más llamativas de esta edición del Festival de Cine de Venecia es Queer, de Luca Guadagnino, pero por razones distintas. El italiano prometía, como veíamos en Call Me by Your Name, mucha carne. De hecho, la hay. Las escenas tórridas no dejan indiferente. No tienen ningún adorno, están desprovistas de cualquier sesgo romántico, lo que crea una atmósfera turbia y desgarradora. La cinta es la adaptación del libro homónimo de William Burroughs. Llega a las pantallas casi cuarenta años después de su finalización y busca responder a una cuestión que el escritor planteó en la última entrada a su diario personal antes de morir. ¿Cómo puede un hombre que ve y siente no estar triste? Responder a este afligido y pesimista interrogante tiene premio.

Sabido es que Borroughs dejó Queer incompleto por lo que Gudagnino, junto con Justin Kuritzkes, tuvo que imaginar no solo un tercer acto, sino descifrar los enigmas del registro del escritor beat. Su esmero en el guion se traduce en la composición de un tapiz abstracto que comienza con disposición de ordenar los objetos en una mesa y termina haciendo una aclaración, en sentido figurado, del libro del que parte. En realidad, esta es la otra cara de la moneda del amor homosexual que veíamos en Call Me by Your Name. Aquí se evita la evidencia, pero no deja de ser una historia universal sobre el amor con algunas escenas tan estrafalarias que, en un momento determinado, es como si nos metiéramos en el universo de Indiana Jones. Y también es una cinta sobre la forma en que las personas pueden corresponder o no a esa llamada que empieza desde la erotización de los cuerpos deseantes. Es una llama que entra en una atmósfera extraña que, en ocasiones, puede remitir al Naked Lunch de David Cronenberg.