Rosana G. Alonso
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De impecable ejecución en cada plano ‘Alpha’, del holandés Jan-Willem van Ewijk, investiga en una masculinidad a prueba ante el espejo que le proporcionan las montañas nevadas de los Alpes

Alpha | Festival de Venecia | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Alpha | © Douwe Hennink | StyleFeelFree. SFF magazine

Hay algo fascinante en Alpha, la película de Jan-Willem van Ewijk que recientemente ganaba el premio Europa Cinemas Label 2024 a Mejor Película Europea. Ese algo permanece escondido en el paisaje que registra la cámara. Pocas veces la fotografía logra trasmitir ese misterio que sobrevuela todo el metraje haciendo paralelismos constantes entre la dimensión humana y natural. Así, las montañas de los Alpes se convierten en un personaje magnánimo, como un dios todopoderoso que drena el conflicto entre un padre y un hijo, situándolo delante de la colosal fuerza de la naturaleza. Ante su ferocidad súbita, los dos hombres descubren los profundos y dormidos lazos que los unen en este drama íntimo que alcanza su clímax de forma inesperada. De esta manera, deja al descubierto cómo, más allá del contrato social y sus máscaras que imponen al hombre el control de sus emociones en una lucha territorial por el dominio, la verdad sale a relucir. Lo hace, paradójicamente, por medio de la adversidad que ordena. Sea cual sea la verdad, el acontecimiento externo muestra la irrefutable esencia humana que yace dormida esperando que alguien active sus mecanismos.

Igual que ocurría en Fuerza mayor, de Ruben Östlund, la masculinidad queda sometida a examen. Son ya un número considerable las cintas que investigan los resortes de la masculinidad en la sociedad contemporánea. Concretamente, en la sección Giornate de este festival de Venecia encontrábamos Edge of Night de Türker Süer, que la situaba en un contexto de obediencia y poder. En el caso de Alpha, la relación entre un padre y un hijo está atravesando momentos muy delicados después del fallecimiento de la mujer que unía a ambos. Tras su viudedad, Gijs decide ir a pasar unos días con su hijo Rein que vive en una estación de esquí donde imparte cursos de snowboard. Pero su relación se ve comprometida en la rutina de los días y la futilidad de sus conversaciones. Todo se trastoca cuando, en una marcha grupal por la montaña, padre e hijo deciden no seguir el itinerario propuesto y se salen del circuito. A partir de aquí el guion pega un giro inesperado en una película que, hasta este momento, encuadraba a los personajes en tomas rígidas y fijas acompañadas de sonidos inquietantes y música que define la incomodidad que permea su interacción.

Alpha es un filme de supervivencia, de conexión y choque emocional, e incluso físico, entre un padre y un hijo que empiezan tomando un pulso entre ellos, para acabar explorando su dimensión más altruista. Esto es posible gracias a la huella que imprime el paisaje en estos personajes. La cinta, señalando ya esta correlación entre la naturaleza y lo meramente humano, comienza con una tesis que luego desarrolla trazando un relato muy diáfano. Sin embargo, en el comienzo, con la voz en off que ejecuta la hipótesis, todo parece indicar que se va a tratar de un ejercicio de investigación de lo real que indaga en lo existencial. No es que no sea, en cierta forma, un viaje existencialista que nos enseña a mirar con respeto el paisaje y el acontecimiento fortuito que cambia nuestra percepción de las cosas. Pero, en su viraje hacia un cine humanista y de superación hará conectar con diferentes públicos que quedarán maravillados ante esta oda a la naturaleza que nos coloca en el lugar del que partimos. Indefensos ante lo que escapa a nuestro control, alcanzamos nuestra verdadera esencia que no dista mucho con lo que el entorno natural nos ofrece.