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Aunque manierista y afectada, ‘Mexico 86’ tiene interés al poner de relieve la lucha guatemalteca en el exilio, a partir de los recuerdos que César Díaz conserva de la relación con su madre
Ya en Nuestras madres el guatemalteco César Díaz se interesó por la historia de su país que sigue sangrando de forma soterrada. Por eso, para cortar la hemorragia, el cine le sirve como medio para reconstruir su árbol genealógico y curar las heridas. Pero, además, ahora en Mexico 1986, que presenta en Locarno, se constata otro aspecto importante del que ya dejaba constancia en el título de su anterior trabajo. Si su madre ya estaba de alguna forma presente en Nuestras madres, en su nuevo proyecto es protagonista indiscutible. Con contenido semi-autobiográfico, el guatemalteco recuerda el año en el que se jugó la Copa Mundial de Fútbol en México. Era 1986 y su madre estaba exiliada allí. Se había visto obligada a abandonar a su hijo, que quedó bajo el cuidado de su abuela en Guatemala, para luchar por sus principios.
El papel de su madre lo encarna la actriz Bérénice Béjo que no acaba de resultar demasiado creíble. Entre otras cosas, porque habla en un español con acento francés que hace poco verosímil a su personaje. Díaz no encuentra el modo de dirigir a sus actores para que se muestren convincentes, y si ya le pasaba en Nuestras madres, recurrentemente, sigue sin atinar. Más allá de esto, la actriz francesa puede tener cierto atractivo como revolucionaria comprometida, pero se siente aislada en un relato con una escenografía que, igualmente, se resiente. De tintes melodramáticos, es difícil conectar con el inminente lado emocional de una historia forzada hasta el límite. Con un modo de hacer que quizás hubiese funcionado como serie televisiva, recuerda al Fernando Trueba de El olvido que seremos, si bien, incluso más manierista.
No obstante, Mexico 86 es interesante porque la historia de Nicaragua sigue siendo bastante desconocida a pesar del calado que tiene. Por otra parte, César Díaz la aprovecha para trazar, a través de este relato, un cordón umbilical que une a una madre separada de su hijo por sus compromisos políticos. En este sentido, cuenta varias historias que se encuentran. El guion, a pesar de todas las tramas y desafíos que enfrenta, tiene una escritura lo suficientemente diáfana que alcanza a ser amena. Por eso, es una lástima que se exceda en una afectación que se advierte más en la forma que en el contenido y a través de la que el cineasta adulto se encuentra con su yo infantil. La cinta, finalmente se trastorna por el ejercicio terapeútico que asume, sirviéndole al autor, aparentemente, para abrazar a su madre. Sin embargo, ese abrazo no trasciende como algo colectivo que interpela a la audiencia en la revelación de verdades universales.