Rosana G. Alonso
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Cerrando el ciclo de mujeres que eclipsaron al mundo, el cineasta chileno Pablo Larrain, en ‘Maria’, pone un sello de oro a una trilogía que reformuló el género de la biopic para recrear el mito

Maria | Festival de Venecia | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Maria | StyleFeelFree. SFF magazine

No hay misterios. La cámara registra el acontecimiento en un plano secuencia bellísimo que inicia la última parte de la trilogía sobre mujeres de Pablo Larraín. María Callas ha muerto. Es un 16 de septiembre de 1977 en París. Tras este primer anuncio, que da lugar a un primer acto operístico que nos presenta el apartamento de la soprano, la película arranca. La vivienda de Maria tiene la suntuosidad propia de una diva y la cámara examina el espacio con precisión policial.

Después de este arranque volvemos a entrar en el espacio en el que Maria Callas pasó sus últimos siete días de vida. Vive bajo la atenta mirada de su servicio, que la trata con la atención que merece alguien querido. Son Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher, su cocinera y su mayordomo, unos secundarios fascinantes que le dan un tono a la película más desenfadado. Como si transitaran por una fábula gótica que condimentara la mano en la dirección de actores de Jean-Pierre Jeunet, confieren un tono humorístico en el inicio. No obstante, Maria Callas, interpretada por Angelina Jolie, es una mujer de porte sobrio. Pura emoción, contención en la mirada y carácter. El registro de Jolie es formidable hasta el punto de que hace suya una personalidad repleta de vulnerabilidad. Sus ojos, al borde las lágrimas en muchos momentos, cuentan en silencio los recodos a los que no puede llegar nadie. Mucho menos la cámara.

Se evidencian aquí varios asuntos. El primero es que Pablo Larraín ha reformulado la biopic dotándola de una vivacidad que subjetiva la experiencia personal. Y, justo en Maria, todo esto explota porque la biografía se vive como si fuera una ópera repleta de escenas brillantes, demoledoras e incisivas que combinan imagen en blanco y negro con color, archivo con representación. Es sabido que Maria se convierte en parte de las tragedias que interpretó. Y Larraín, como director que orquesta todo, ha sabido entender esto comprimiendo toda una vida al ritmo que necesita, hasta llevar la sintaxis fílmica al límite. Es una pericia claustrofóbica porque no hay alternativa. Maria se muere y parece que lo sabe, sabe que son sus últimos días, acepta su destino porque lo ha hecho suyo, pero sigue aferrada al deseo de volver a cantar.

Son los últimos días de alguien que amó y cantó abarrotando teatros. Tanto la música como el amor lo ha vivido como una especie de lucha por las circunstancias que se dieron. Su voz tuvo sus contrariedades, hasta el punto de impedirle cantar. El amor se le escurrió entre los dedos. Y aún así, lo maravilloso de esta película es que en la escritura de Steven Knight no vemos ni a una víctima, ni a una mujer derrotada por la vida a pesar de su adicción a los medicamentos. Hay una voluntad, aquí, de darle dignidad a este personaje tan enigmático y autodestructivo. No es, ni podía ser, un filme historiográfico. No hay interés alguno en ser fieles a una verdad inextricable porque no importa. Lo que realmente importa es la capacidad de sobreescribir el mito y crear uno nuevo. El de una mujer que, por fin, es dueña de su destino y toma las riendas de su existencia para despedirse como la deidad que fue. Algo similar ocurría también en Spencer, donde el empeño emancipatorio de Knight en la escritura logró componer un inverosímil y asombroso villancico navideño de fulgor ilusorio.

Es el último estadio de la trilogía de Pablo Larraín. Podríamos incluso considerar que Jackie, la primera parte de la trilogía interpretada por Natalie Portman, representa una primera etapa, la del nacimiento. El marido de Jacqueline Kennedy acaba de morir, pero ella se prepara para volver a renacer de entre las cenizas. En Spencer, Diana parece afrontar un segundo estadio vital de madurez en el que decide abandonar a Carlos. Y en este último glorioso final se rebela el desenlace de una planta que crece para ser admirada. Es el último aliento de alguien que ha dejado huella y que se despide del mundo. La forma, además, que tiene Maria de conectar con la primera película de la trilogía es muy audaz, cerrando un ciclo de mujeres que eclipsaron al mundo.