Rosana G. Alonso
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Los cineastas japoneses, Kohei Igarashi y Kiyoshi Kurosawa, protagonizan la crónica 1 de Venecia 2024 con resultados muy diferentes

Super Happy Forever | Crónica 1 del Festival de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Super Happy Forever | Crónica 1 del Festival de Venecia 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine

Comienzo esta primera crónica del Festival de Venecia, en su 81 edición, con los trabajos que se pudieron ver en las primeras jornadas. De estos, destaca la presencia de Japón con las películas Super Happy Forever, de Kohei Igarashi; y Cloud, de Kiyoshi Kurosawa. El primero, con una obra más sinuosa que la que presentó, también en Venecia, hace ya siete años. En aquella ocasión mostró The Night I Swan en la sección Orizzonti, una película muy minimalista, sin diálogo, y formalmente exquisita. Ahora realiza un ejercicio narrativamente más complejo para abordar el tema del duelo que deja tras de sí subtramas como la amistad, el amor como algo espontáneo, el fenómeno del turismo o la precariedad laboral. A pesar del drama que anuncia ya al inicio, es interesante cómo este deja paso a un optimismo contagioso y una naturalidad que comparte un modus operandi con Hong Sangsoo, si bien, de espíritu milenial y cierta correspondencia con el escritor Murakami.

Muy distinta a la propuesta de Igarashi es Cloud, de Kiyoshi Kurosawa, que estuvo nominado al León de Oro por La mujer del espía en el 2020. En esta ocasión participa fuera de competición con un filme cuyo título ya deja una pista del universo que aborda. Por nube se refiere al abstracto mundo de Internet que supone una oportunidad de tratar de hacer dinero fácil. Es el caso del protagonista que ocupa este relato. Ryosuke es un joven que empieza a probar suerte como reseller y pronto ve cómo su negocio on line prospera. Hasta tal punto, que decide dejar su trabajo y dedicarse en exclusiva a esta posibilidad que se le abre de ser rico. Pero pronto comienzan los despropósitos que pueden dejar al espectador fuera de juego en este thriller de suspense tan desatinado. Hay buenas intenciones. De hecho, el japonés tenía el objetivo de sacar a relucir algunos de los terrores que acechan a la sociedad moderna. Pero no explota suficientemente el género y abusa de la violencia para regocijo no sé muy bien de quién. Teniendo en cuenta que no logra armar de voluntad de animadversión creíble a esta turba de gente violenta que arremete contra el protagonista, pierde el verdadero foco del problema.

También sobre redes gira Planet B, de Aude Léa Rapin, una película que se pudo ver en la Semana de la Crítica y se centra en un grupo de activistas a los que el Estado encierra en la primera cárcel virtual operativa. Siguiendo dinámicas de la ciencia ficción más popular, donde sigue resaltando Matrix, de las hermanas Wachowski, no parece un producto adecuado para festivales, sino para plataformas como Netflix. Puede resultarle interesante a audiencias muy jóvenes, pero no destaca por ser muy verosímil, o por reformular un enunciado de hipótesis y consecuencias coherentes. Aún así, el esfuerzo de la francesa por hacer una película que reinvierte los papeles protagonistas y da voz a las heroínas que unen recursos para luchar contra los poderes fácticos, es plausible. No obstante, el papel aquí de Adèle Exarchopoulos está muy lejos del que interpretó Scarlett Johansson en Under the Skin, película que se advierte también como referente, aunque con ella no comparta itinerarios ni propiamente formales, ni argumentales.

Cerrando esta crónica 1 de Venecia 2024 la efusiva inocencia de Feeling Better, de Valerio Mastandrea, merece un capítulo aparte. Con esta radiante película se inauguró la sección Orizzonti entrando en el universo de un hospital donde se encuentran enfermos terminales. Aunque podríamos caer en la tentación de pensar que es un drama lacrimógeno, nada más lejos de la realidad. Al desempeño de Mastandrea, que se embarca en la dirección por primera vez, no le interesa la enfermedad ni el sufrimiento. Lo que le mueve, realmente, es tener la ocasión de adentrarse en lo existencial y en la fuerza del amor que transforma.Y aún sabiendo el riesgo de caer en el melodrama romántico que es, no teme precipitarse al vacío. Lo hace, se tira de un precipicio como si fuera un niño repleto de energía y fantasía. Y en lugar de estrellarse sale victorioso porque convierte la temática del amor romántico en un acto de resistencia. Un acto de resistencia frente al amor capitalista que busca la rentabilidad de los cuerpos y encuentra el vacío del alma. Transitando por un lugar mágico e invisible, el italiano sabe que lo que importa no es la compostura de un cine diseñado para festivales, sino la verdad que llega a la audiencia y puede sobrevivir, además, a los festivales.