Rosana G. Alonso

Tras su estreno en el German Film Fest Madrid 2024, ‘Góndola’, de Veit Helmer, una película sin diálogos que privilegia el sonido y la imagen, tiene previsto distribución en salas, para noviembre, de la mano de Reverso Films

Veit Helmer | Entrevista en el German Film Fest Madrid | StyleFeelFree. SFF magazine
Retrato de Veit Helmer | Fotografía: © German Film Fest Madrid | StyleFeelFree. SFF magazine

Se considera una persona optimista y nostálgica. Es Veit Helmer (Hannover, 1968) y así lo expresa tras su paso por el German Film Fest Madrid 2024 en conversación con este medio. Acaba de presentar su película Góndola invitando al público a sumergirse en “un viaje”, según manifiesta, que permite, casi milagrosamente, escapar del ruido insistente que incentiva la palabra. Justo antes de volver a reunirse con la audiencia para conversar sobre este filme, clausurando así este festival que recupera algunas de las mejores cintas del cine alemán más reciente, y en el tiempo que dura la proyección de su última creación cinematográfica —unos espléndidos 85 minutos—, tuve la ocasión de conversar con este cineasta que defiende el cine en su esencia más pura y así lo explica. “Tengo cierta nostalgia por las salas de cine porque la realidad es que van cerrando”. Sus propuestas, de hecho, están pensadas para los grandes teatros y auditorios clásicos repletos de ornamentos lustrosos —o así me gusta imaginar su lugar de proyección ideal—. Como tal, él mismo lo refleja al considerar que “el cine es un punto de encuentro que tiene que celebrarse en la gran pantalla”. Según valora, “todo lo que no es una pantalla grande de cine privilegia el diálogo. Por eso yo ruedo sin diálogos, porque me parece que en el momento que entra la palabra en el cine, la pantalla, por grande que sea, se vuelve pequeña, se vuelve tamaño televisión”.

Un cine sin diálogos no es un cine mudo

El despliegue artístico que engrana la narración de Góndola, sin necesidad de diálogos, es admirable. No obstante, podríamos caer en el error de pensar que su cinematografía remite al cine mudo. Él lo deja claro. “Mis películas no son mudas”, afirma rotundamente. Al contrario, piensa que “si le quitas los diálogos a una película, el sonido adquiere mucha importancia”. Por otra parte, hace una aclaración que podríamos obviar. “En el cine mudo sí que había diálogos que aparecían escritos”. Pero a él esto no le resulta apropiado. “A mí este recurso cinematográfico no me interesa, no quiero utilizarlo, ni siquiera me parece correcto”, argumenta. “Yo hago películas en las que el sonido tiene mucho peso”. Son películas sonoras, recalca insistentemente por si quedaba alguna duda. Un aspecto que lleva un trabajo muy arduo de posproducción. Al respecto, puntualiza que es mucho más laborioso el manejo del sonido que las imágenes. “Con el montaje de imágenes es todo más rápido, pero el sonido lleva muchísimo tiempo”, concluye para que podamos tomar alcance de lo que exige narrar a través del sonido que guía a los intérpretes y vehiculiza lo propiamente visual.

Aún así, es muy tentador relacionar Góndola con algunos de los grandes del cine mudo como Buster Keaton y Charles Chaplin. Él no lo niega, y reconoce haber crecido con todos los clásicos entre los que menciona a estos referentes indiscutibles. “He crecido amando el cine y he tenido la suerte de vivir siempre en ciudades con unas cinematecas espléndidas”, explica a SFF. Se considera una esponja que ha bebido de todo. Desde Jacques Tati, de quien recuerda sus películas sin diálogos, hasta el cine que sí incluye diálogos. “Personalmente también me gusta el cine con diálogos, pero no incluir diálogos es como mi toque especial, mi manera de hacerlo. Si para el resto de directores lo normal fuese hacer cine sin diálogos yo sería un tío normal haciendo un trabajo normal”. Además, advierte sobre otra cuestión esencial y que tiene que ver con la distribución internacional. “En las películas con diálogos a la hora de vender la película al extranjero se contemplan dos opciones”, aclara. Una, razona, es que “los actores estén doblados, lo que implica que las voces no sean las reales que tienen los intérpretes”. La otra alternativa que, asimismo, contempla es que estas cintas “se proyecten sin doblar, con las voces originales, pero con subtítulos. Ello implica que el espectador tiene que hacer un esfuerzo extra que repercute en que tiene que poner demasiada atención a este texto en detrimento de otros aspectos artísticos”.

Se podrían tener en cuenta muchas singularidades para defender un cine sin diálogos y es algo que el espectador ha tenido la ocasión de apreciar durante este German Film Fest 2024 en una edición en la que, como parte del comité de programación, hemos valorado y discutido si esto podría ser un hándicap o no. Sin embargo, Góndola se disfruta. Es una película que envuelve y transporta. Con una historia muy sencilla permite a los espectadores complacerse en distintivos a los que a veces se les pone mucho empeño y, sin embargo, pasan desapercibidos. Veit Helmer, durante esta entrevista volvía una y otra vez a su defensa de una cinematografía que permite respirar. Otro tema que recalca es que, a veces, en algunas películas “se les rebaja el tono. Lo que se oye son las voces de los actores hablando en el rodaje y el resto de la película tiene un tono rebajado. Eso es terrible, lo peor”, dictamina. “Por no hablar de cuando alguien habla dos idiomas, el original de la película y el que figura subtitulado, sale de la película y comenta que los subtítulos estaban mal. Es terrible porque la película a lo mejor le parece muy buena, pero advierte de que los subtítulos no se correspondían con los diálogos reales”, concluye sobre esta cuestión que le hace decantarse por un tipo de cine muy poco explotado en la práctica.

 

Veit Helmer | Entrevista en el German Film Fest Madrid 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Góndola de Veit Helmer | StyleFeelFree. SFF magazine
 

El lugar como inspiración

El relato de Góndola es muy simple. En Georgia sigue operando un teleférico que conecta un pueblo de montaña con otro del valle. En un escenario que plasma la belleza admirable de un espacio bucólico que relaja la vista, el ímpetu del amor idealizado es posible. Lejos del ruido y la despersonalización de la urbe, surge el amor entre dos jóvenes que están al frente de las dos cabinas que tiene este teleférico. Una hace el trayecto hacia el valle, la otra hacia la montaña. Y luego, a la inversa. El punto justo en el que se encuentran puede entenderse como una metáfora que amplifica los destellos emocionales. Sean o no reales, son el motor que alimenta el ciclo de la vida. Después de todo, el fetiche es algo muy presente en la cinematografía de Veit Helmer. Aquí, estas cabinas de teleférico que pueden remitir a algo muy antiguo, en vías de extinción. Helmer se siente especialmente atraído por los lugares que son el detonante de sus historias hechizadas por un espacio. “Mi inspiración son los lugares”, ratifica. “Mi primera película se rodó en una piscina, la segunda en un aeropuerto, la tercera en un lugar donde se lanzan los cohetes espaciales. Para mí estos microcosmos, estos lugares, son como una visión global del mundo. Me gusta este modo de trabajar, por eso en el momento que vi estas cabinas sabía que ahí había una historia que podía contar sin diálogo.”

Sobre las localizaciones aclara que nunca elije únicamente una. En cuanto a Góndola puntualiza que “el espectador intenta localizar dónde está rodada la historia, pero no es posible, porque son varios sitios”. Y da detalles que pasan completamente desapercibidos. “La película estaba escrita para dos cabinas. En un principio tenía pensado rodar en un teleférico que no es el que sale en la película. Eran dos cabinas que estaban también en Georgia, pero tres semanas antes de comenzar a rodar cerraron ese teleférico. Las góndolas estaban tan estropeadas que no podían reabrirlo para el rodaje. En realidad el teleférico donde finalmente se grabó es mucho más bonito, pero tenía el inconveniente de que había solo una cabina. Tuvimos que trucar un montón de cosas y rodar gran parte de las escenas con drone para crear la ilusión de que son dos cabinas”, declara. Puntualiza que “conceptualmente es una película muy difícil, pero había un storyboard muy detallado y completo para que visualmente pareciese que había dos góndolas, dos cabinas”. Por otra parte, especifica que “rodamos muchísimo con el filtro verde y todo lo que se proyectaba con este filtro eran las imágenes rodadas con drone”. Igualmente, recalca que lo que le interesaba de este lugar eran las góndolas, estas cabinas maravillosas de color rojo que solo pueden entenderse como símbolo que conecta territorios y personas. Todo está idealizado, eso es algo que se evidencia. A pesar de ello, esta fijación de carácter platónico forma parte de su mirada hacia un cine que persigue la belleza incansablemente para regalársela al espectador. La realidad, dilucida el cineasta, es que “no hay estas controladoras de billete tan divinamente vestidas como las protagonistas”.

Otro aspecto curioso que Veit Helmer revela es que la película “estaba escrita para un hombre y una mujer, no para dos mujeres jóvenes”, clarifica. Expone los hechos. “Haciendo el casting me encontré con estas dos chicas y no fui capaz de decidirme por ninguna de ellas. Luego, resulta también que ninguno de los hombres a los que hice el casting me acababa de convencer. Entonces, me dije, que la historia de amor sería entre estas dos chicas”, comenta. “Para mí es un momento mágico cuando realmente un actor o actriz se siente cómodo con este tipo de interpretación sin diálogos y sabe manejarlo”, elucida sobre por qué se decidió por estas dos actrices. “La cámara es un objeto muy sensible que capta las emociones de las personas.”, sostiene. Por eso, el hecho de rodar sin diálogos es algo que a muchos autores les interesa, pero muy pocos saben hacerlo bien porque es fácil caer en una interpretación teatral que a mí no me interesa. Lo que quiero es que los actores, los personajes, sientan las cosas y no que muestren esos sentimientos como si estuviesen haciendo una interpretación para el teatro”, concluye sobre la elección de Nino Soselia y Mathilde Irrmann como protagonistas.

 

Veit Helmer | Entrevista en el German Film Fest Madrid 2024 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Góndola de Veit Helmer | StyleFeelFree. SFF magazine
 

Música, imagen y color como ejes narrativos

La columna vertebral de Góndola está atravesada por la música, la fotografía y un color que modela la segunda para darle un halo mágico, soñado. En cuanto a la música, está realizada por su colaborador habitual, Malcom Arison, y la cantautora Sóley con quien se comunicó vía on line. Veit Helmer explica que “lo bonito es cuando la música nace y se desarrolla con la historia. Sin embargo, la música tiene que estar ya escrita antes porque los actores la necesitan para poder contar esta historia”. Corrobora, nuevamente, que es una tentativa muy laboriosa, lo que era de esperar observando su potencial, no solo para construir el relato, sino para dar sentido a los gestos de los intérpretes que se comunican al compás de lo que sugiere el sonido y la acción. Por esta razón, añade, además de la colaboración con Arison precisaba de otro tipo de creación musical que corrió a cargo de Sóley. “Yo necesitaba este tipo de música para las escenas más sensuales”, comenta. Con ella contactó por Instagram y asegura que, a día de hoy, no se conocen personalmente. “Sóley no es una compositora de cine, es una cantautora. Yo le envié la película y ella me envió de vuelta varias propuestas. En realidad, de todas las propuestas que me envió, solo encontré una que se adaptaba a lo que quería. Y se reutilizó en un montón de versiones distintas”, esclarece el cineasta alemán.

No todo fue tan sencillo con la fotografía. Aunque su edición no resultó tan complicada como el sonido, en el rodaje hubo algunos malentendidos que Veit Helmer no oculta y que, posiblemente, sean la razón por la que la imagen sea tan espectacular. Goga Devdariani no estaba dispuesto a dar menos del 100%, aunque no hubiese gran diferencia con un 90%. Helmer se sincera. “Yo conocía el trabajo que Goga Devdariani, el director de fotografía, había hecho en un documental titulado Taming the Garden que había tenido mucho éxito a nivel mundial y era lo que quería para esta película. Sin embargo, con él tuve problemas de comunicación a causa del idioma. Además, los dos somos muy cabezotas y, a veces, el rodaje alcanzaba un tono muy elevado”. No hay forma de ocultarlo, está registrado en un making-of que el realizador de Góndola define como “muy interesante”, con cierto sarcasmo. “No es el típico en el que todos se alaban en plan: qué gran director, qué gran actor. Discutimos sobre cada plano. Teníamos opiniones distintas. Y Goga, además, es todavía más perfeccionista que yo. Y, si en un momento determinado no sacaba el revólver, estaría un día entero con una toma”, dice sin miramientos, mientras, a estas alturas de la entrevista, disfruta de una tortilla poco hecha que le han servido los camareros de la terraza de los Cines Embajadores. “Como además del director soy el productor, pues tenía que conseguir x tomas al día”, afirma.

Con un equipo muy pequeño y, ajustando el presupuesto, Veit Helmer está satisfecho con el resultado. “Éramos solo tres personas para la puesta en escena, la cámara y la iluminación. Además, con este equipo tan pequeño, a veces rodábamos con dos cámaras”, informa. “Estoy contento con el resultado, pero, a veces, me hubiese gustado que el rodaje hubiese sido más armonioso”, sentencia volviendo a incidir en los problemas de comunicación durante el rodaje que desvelan una tensión que Helmer ahora recuerda con cierto desapego dando detalles bastante comprometidos que, inevitablemente, despertaron las risas de los que estábamos presentes en este encuentro — Matías Boero Lutz, de Reverso Films, y Ana Pérez del Goethe Institut—. Más allá de este inciso, otro factor muy destacado es la colorimetría. Detalla todo el proceso. “Utilizamos un método con un colorista. Una misma imagen la separábamos en dos, la trabajábamos en dos colores distintos y la volvíamos a juntar. Una de estas imágenes era en blanco y negro lo que contribuía a su nitidez, a la subjetividad de la nitidez. La dejábamos en blanco y negro con un contraste muy alto y la otra imagen en color la desenfocábamos. Esto conseguía, como resultado, una imagen que se percibía muy nítida, pero con colores que reflejaban un aspecto como soñado”. Y ya para repasar todos los departamentos de arte destaca la labor de Batcho Makharadze, director artístico del que dice “hace un trabajo fantástico con muy pocos medios y muy pocos objetos para la puesta en escena”.

Censura, a pesar de todo

Los inconvenientes, como es de esperar en un proyecto de esta índole, ya se preveían antes del rodaje. Siempre hay riesgos cuando el argumento evita el canon, lo socialmente aceptado en todas las culturas. Por eso, cuando Veit Helmer cambió la historia de amor del modelo convencional a uno que entra en el espectro LGTBIQ, el equipo de la película sabía que podían tener problemas al querer rodar en Georgia. Lo explica mejor el cineasta de cintas como The Bra, Absurdistan o Surprise!, películas que pasaron por festivales españoles, en algunos casos, con premios como en SEMINCI (mejor corto por Surprise!), el Festival de Gijón (Ganador del premio de la audiencia e películas para menores de 13 años por Quatsch und die Nasenbärbande). “El primer problema que encontré fue cuando decidí cambiar el guion y de pronto tenía una historia de amor entre dos mujeres. En Georgia hace unos años hubo un problema con una película llamada Ande then we danced que era una historia de dos hombres homosexuales. Mi productora de Georgia y el resto del equipo tenían mucho miedo de que no nos dejasen rodar en Georgia una historia homosexual lésbica por esta razón, así que cuando solicitamos permisos para rodar les contamos otra historia. Les dijimos que la película era de dos súper-amigas en contra de su jefe”, afirma Helmer.

Tampoco es que el argumento que mostrasen para obtener los permisos necesarios en Georgia no respondiese a la verdad. Aún así, Veit Helmer, insiste en el riesgo, “teníamos que rodar escenas entre las dos mujeres y estas escenas las tenían que rodar en secreto, nadie podía saberlo”, alega. Mereció la pena. Góndola tuvo muy buena acogida en Georgia según confirma el mismo cineasta. Y también en otros festivales donde, a priori, podría haber más conflicto por la temática. “En Emiratos Árabes y Marruecos obtuvo premios”, asegura. La cinta no es para nada controvertida y puede resultar incluso naïf. Sin embargo, Helmer apunta a un festival donde hace relativamente poco, la sacaron del concurso por su temática. Sigue siendo sorprendente que la censura, en un siglo XXI plenamente digital y tecnológico, donde se ha avanzado mucho a la hora de aceptar otros cuerpos y modelos de vida respetuosos con lo comunitario, todavía persistan las sombras de la intolerancia. Precisamente, Góndola en un viaje que airea el anhelo de amar sin barreras que la misma película desarma con la convicción de que la alquimia puede deshacer cualquier maleficio.