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La sátira social ‘No esperes demasiado del fin del mundo’, de Radu Jude, se alza con el premio a Mejor Largometraje de la Sección Albar del FICX 2023
Totémica, locuaz y divergente No esperes demasiado del fin del mundo, del rumano Radu Jude, mantiene también un pulso con el espectador. La actualidad más trepidante, que hace una reflexión de un Bucarest intransitable, dialoga con el pasado hasta que las líneas temporales de ambas historias se cruzan. Para ello, el rumano muestra fragmentos de una película, Angela Moves On, que se rodó durante la dictadura de Ceauseșcu, que traza un paralelismo identitario entre dos personajes que se sirven de espejo. Ambos se llaman Angela. La Angela del presente es una joven que trabaja más de 15 horas al día, para lo que se desplaza en su coche, despreocupada y diligente, sin atender a los condicionantes sociales que la paralizarían. La otra Ángela, la del pasado, es taxista, y parece importarle un rábano las directrices que tendría que seguir para encajar en el rol social que le correspondería como mujer. Las dos, inesperadamente, acabarán por coincidir en un presente en el que la Ángela del pasado ya es una anciana casada y apesadumbrada por cómo la vida familiar aplastó su independencia.
Hay muchos más contrastes en una película que arriesga asumiendo una fragmentación impetuosa en la discordancia que efectúa y en sus inesperados giros. Rodada en un blanco y negro altamente contrastado y con perceptible grano se mide con el color en las hilarantes escenas en las que la Angela protagonista se transforma en su alterego, Bobita, un personaje a través del que se expanden todos los vicios que permean lo social. Entre tanto, las continuas idas y vueltas configuran un desolador retrato no solo de Rumanía. Por extensión, de la vieja —ahora nueva— Europa que deja tras de sí un escenario bastante lamentable. Es un espacio de desencanto para una clase trabajadora seducida por los placeres tecnológicos, y en el que ya no se puede esconder que la pócima económica milagrosa era, en realidad, una trampa que empieza a ser cada vez más evidente.
Comedia negra que avanza hacia una desoladora sátira apocalíptica su título, frase del escritor Stanislaw Jerzy Lec, es mucho más explícito de lo que aparenta. Enunciado argumental que habla de la futilidad de las cosas, del mundo y de nuestra mera existencia, deja claro sus intenciones. Como expresaba Jerzy Lec, “cuanto mayor es la oscuridad, más fácil es ser una estrella. Todo es ilusión”. La ilusión la encarna muy bien Ilinca Manolache, candente y salvaje, con su luminoso vestido de lentejuelas de purpurina tratando de escaparse de ese inevitable fin del mundo. En realidad, este trágico desenlace que se vaticina no es más que un recordatorio de que todo es perecedero. Para evocar esta idea Jude, a mitad de metraje, detiene la narración y reproduce un largo montaje de cruces funerarias que siembran una carretera rumana por la que circular es un riesgo para la vida.
De drama contenido No esperes demasiado del mundo, a pesar de su larga duración, se hace liviana. La interpretación de Manolache es la responsable de que nada se aletargue. Por eso, sus cacofonías resueltas en un trepidante plano secuencia final son un toque de atención meditado. Rabiosamente contemporánea en su forma y fondo, es un ensayo feminista —aunque de mirada masculina— que pronuncia una exhaustiva crítica social en la que las fuerzas de trabajo están a examen. Aquí, la cuestión de si trabajamos para vivir o vivimos para trabajar no es que se plantee como pregunta, flota en el aire como diagnóstico social. Aquello que hacemos para subsistir es lo que nos está enfermando y matando. Ello no impide que podamos reírnos incluso de los mayores males que nos acechan. Incluso de la barbarie que ahora es la mayor amenaza de un mundo digital aleccionador. En él, la violencia verbal, la mentira, el fanatismo y el narcisismo más eficaz se han apoderado de todo.