Rosana G. Alonso
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Recurriendo a un fascinante juego de espejos que distorsionan la realidad para favorecer la dimensión simbólica ‘The Successor’, de Xavier Legrand, mira el entorno social descubriendo los grandes retos, desde la dimensión humana, de nuestro tiempo

The Successor | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película The Successor | StyleFeelFree. SFF magazine

Trasladando al espectador —de forma figurativa— al Laberinto de Dédalo de la mitología griega, The Successor tiene una secuencia de arranque apasionante que nos instala en el epicentro de un desfile de Moda. Cuando se frivoliza con la Moda o, directamente, se profana su nombre para hablar del más puro cotilleo, poco se conoce del mundo de los desfiles de la alta costura o, incluso, del prêt-à-porter de las grandes Casas. Cómo están diseñados para trasportar a los privilegiados que pueden asistir a estos shows, exclusivos para unos pocos, al mundo onírico de sus directores artísticos. Performances de espectaculares instalaciones, con un ritmo que tiene que escribir el relato previamente articulado. En la película que Xavier Legrand acaba de estrenar, en la 71 edición del Festival de San Sebastián, esta energía tiene la voluntad de avanzar, simbólicamente, lo que está a punto de sucederle al protagonista.

Ellias Barnès acaba de ascender a responsable creativo de una importante casa de moda parisina. Está cerca de la mediana edad y es un hombre de éxito que ha logrado romper todos sus lazos familiares. Para ello, ha emigrado de Canadá a Francia y ha construido una identidad que ahora le permite gozar de un prestigio anhelado. Pero cuando tiene que volver al lugar donde nació, por un suceso inesperado, los lazos familiares con los que creía haber roto reescriben una historia condenada a la tragedia. Es esa tragedia repleta de cauces que cuestionan asuntos de calado, como la identidad y la pertenencia, lo que le permite al cineasta de Custodia compartida edificar un meritorio aparato para el disfrute. Lo hace desde elementos del género que mantiene la tensión. No exentos de estallidos grandilocuentes y alguna escena en la que su protagonista, Marc-André Grondin, pierde la noción de la realidad entregándose al juego de una función de tintes solemnes, la maniobra resulta perfecta en el engranaje dispuesto. No obstante, tal énfasis puede distanciar a aquellos que esperan dispositivos clásicos, algo que hay que agradecer a Legrand que tiene en su proceder cierto parentesco con el François Ozon más caústico.

Si por algo más que un viaje de éxtasis hacia el infierno de Dante The Successor tiene eco después de la proyección es por una cuestión fundamental. El cine contemporáneo, el que está haciendo su trabajo de reinventar el audiovisual y sacudir al espectador, es aquel que tiene una conciencia que busca abrirse paso y alzar la voz contra la censura, reivindicando nuevos roles y visibilizando aspectos sociales que generalmente quedan en la retaguardia o, directamente, desechados. Pocos cineastas tienen la osadía de cuidar estas cuestiones. Además, Legrand lo hace aquí de forma muy sutil dejando entrever una crítica a una sociedad cínica en la que solo se valora la apariencia que camufla los bajos fondos de lo humano donde habitan los miedos, las perversiones y la codicia. Estos subterráneos que descubre el belga transformando para ello la narrativa y planteando, a su paso, debates muy candentes, son de un valor inestimable.

También hay que reconocerle a Legrand una sensibilidad para descodificar cómo lo social sigue aupando al hombre, a pesar de sus penurias, y poniendo en lugares menos loables a la mujer. Pensar que todo esto lo hace sin necesidad de llamar la atención sobre estas cuestiones lo convierte en un creador que sabe muy bien dónde colocar los espejos donde mirarnos. The Successor nos invita a entrar en una atracción de feria en la que los espejos son los protagonistas. Espejos que en muchas ocasiones tienen que aumentar la realidad para que seamos conscientes de nuestros defectos. Los defectos de un entramado social repleto de trampas y espejismos.