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Asumiendo riesgos, en ‘Dormitory’, Nehir Tuna mira hacia su infancia para su puesta de largo, una película que evita el sesgo y alcanza a expresar artísticamente la libertad que suscita
Atrapado entre dos mundos, Ahmet, el joven protagonista de Dormitory, despierta a la vida. En ese terreno fértil para el cine que ocurre en la adolescencia, la película ofrece un coming of age inusual. Entre otras cosas, por la narrativa que desvela un capítulo de la historia que muestra una sociedad musulmana en pugna. Mientras los valores laicos tenían muchos adeptos, el islamismo extremista se sentía aislado y despreciado por gran parte de la sociedad. Es mediados de los noventa y los fundamentalistas operan en un sistema de yurtas, unos internados religiosos en donde se ideologiza a los chicos con el Corán como bandera que el Hodja ondea con mano severa. De esta manera, el miedo se convierte en un método disciplinario que amenaza a estos chavales encerrados en una organización férrea que no han elegido. Sin embargo, ante la amenaza con el infierno, algunos acaban descreyendo cualquier intento de subordinación.
Esto es lo que le ocurre a Ahmet, brillantemente interpretado en su expresión facial por Doğa Karakaş, que poco a poco va abandonando su infancia. De esta forma, entra en el enigmático mundo de la madurez. Enigmático porque a su alrededor todo es nuevo y no tiene todavía las herramientas que necesita para descifrar los acontecimientos y desenmascarar las intenciones. Sin embargo, la inquietud inicial se convierte en estímulo según los primeros desvelos románticos toman presencia. Para alcanzar este avance la cinta también evoluciona. De un blanco y negro radiante, en su manifiesta disposición de ajustarse no a un canon, sino a muchos, a un expresivo color que abre el espectro, el de los mismos personajes. Ahmet y su amigo, Hakan, se liberan. Y en esta liberación la película también se desata pasando de ofrecer una sagaz crítica al fundamentalismo religioso, a un cuestionamiento de la identidad sexual y la amistad.
Si bien se podría considerar que es un filme de eminente mirada masculina, su impecable uso de los recursos artísticos y su delicadeza en algunas escenas, matizadas por Las cuatro estaciones de Vivaldi o incluso por el Manuela de Julio Iglesias, minimizan su interés sesgado en los secundarios papeles femeninos. En esta decisión también encontramos un paralelismo entre la chica de la escuela por la que Ahmet empieza a tener sentimientos románticos y el que interpretaba Julie Delpy en Europa Europa de Agnieszka Holland. Quizás entonces, como espectadores, tampoco deberíamos exigir a los personajes femeninos una conducta moral impecable. Por otra parte, no son el foco de interés. Dormitory se sabe un as ganador que avanza lento, asume riesgos, manifiesta un exquisito proceder en secuencias de una poética desgarradora y preciosista, y deja margen para reflexionar. Sobre la libertad que borra ideologías, fronteras de todo tipo y rangos. Dormitory, en su escapada hacia delante, respira y deja respirar.