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Un Joachim Lafosse sinuoso traza en ‘A Silence’ su película más fascinante por cómo, inspirándose en el caso Hissel de Bélgica, logra hacer del silencio un personaje que erosiona todo a su paso
Con una trayectoria de entramado social que rebusca en lo más sórdido de las relaciones humanas, casi siempre al cobijo de la familia, Joachim Lafosse es uno de los grandes retratistas humanos de nuestro tiempo. Su construcción de complejas iconografías humanas le han llevado a escarbar en los espacios más íntimos y turbios de una psique que se mueve entre lo individual y lo social. Ya lo decía Aristóteles cuando constataba que el hombre es un ser social por naturaleza. Un ser que, para Platón, buscaba encontrar su lugar en un armazón social en el que aspira a ser justo. Sin embargo, esa justicia, en el marco externo en el que nos relacionamos los unos con los otros, puede ser solo una apariencia. Una constatación que el cine contemporáneo que aspira a ordenar, revelando lo oculto de lo individual coartado por lo colectivo, no puede pasar por alto. En este itinerario se encuentra, precisamente, Lafosse, un cineasta puntiagudo en su observación, lúcido en su análisis de aquello que intimida.
De toda su filmografía, en este estudio de lo humano repleto de aristas que lleva haciendo Joachim Lafosse, A Silence es su trabajo más fascinante. Lo es, en su forma de crear paradojas, de desviar la atención para luego volver a requerirla y en la construcción de unos personajes que entran a fuego de forma inesperada. Sin embargo, también tengo claro que es una película que puede incomodar a quien la vea. Las máscaras que imposibilitan que seamos conscientes de las intenciones, que nos muestran recodos que no podemos hilar para componer un conjunto, en todo caso, hasta el final, pueden impedir que disfrutemos de un metraje sorprendente en la cascada de ideas que logran una ironía dramática estremecedora. Si hacemos el esfuerzo, o si conectamos con esas señales repletas de pura emoción como evidencia la mirada vidriosa de una Emmanuelle Devos absolutamente humana en su silencio que enmascara ya no su miedo, sino el terror a perder su antifaz social, entonces sí, ocurre lo inevitable. Ese silencio de pronto se vuelve turbador, deja de ser inquietante para sonar con un estruendo que no puede dejar indiferente a nadie, salvo que no reconozcamos nuestros silencios interiores.
Se tiende a hablar mucho de esos personajes inanimados que son principales en un relato. Una casa habitada por el recuerdo, o un territorio que vuelve una y otra vez a nuestra memoria y que configura nuestro mapa personal. Pero, difícilmente encontramos con tal grado de descripción intangible un estado de ausencia que componen los gestos y las intenciones desviadas hacia otro espacio. Alterando todo y desmenuzando a sus personajes, el silencio, al que se debe el título, ejerce una influencia demoledora en esta narración. La sobriedad en las decisiones artísticas apoya este elemento que narrativamente es muy elocuente. Para ello, la cámara apenas se inmiscuye dejando fuera cualquier alarde espectacular y favoreciendo el matiz que pone en valor los pequeños detalles que enaltecen una escritura en capas que estalla en los momentos más inesperados. Esta abruptuosidad es lo que da textura a una película que, en su desenlace, tiene el don de la oportunidad. Lafosse espera el tiempo necesario para poner a cada uno en su lugar.
Hay otro aspecto arrollador que no puede esquivarse en A Silence. Más allá de cimentarse en estos dispositivos intangibles que edifican lo inconmensurable existe otro factor sorpresa que apunta al diálogo intergeneracional. Aquí hay una brecha importante, una incomunicación que busca tender puentes y que finalmente lo consigue. Las generaciones más jóvenes, los hijos de este matrimonio sustentado por la mentira, no tienen miedo de las repercusiones sociales o de la pérdida de reputación que puedan tener. En cambio, la madre de estos, esposa de un reputado abogado pedófilo, teme enfrentarse a la verdad que lleva tiempo ocultando su familia. En esa pugna entre las distintas formas de comprender y asimilar los hechos la cinta muestra una honesta preocupación por entender cómo los sistemas sociales van cambiando quitándose prejuicios de encima. No son solo los prejuicios asociados a las corporalidades que en este filme no tienen importancia, sino que lo que se refleja es la manera en que se percibe la culpa, por los más jóvenes, como algo individual que tiene que salir a la luz porque se tiene que responsabilizar de ella al perpetrador del oprobio.
Por otra parte, como el tema es muy delicado Lafosse ha optado por afianzar un equilibrio entre la realidad de la que bebe y la ficción que permea en lo psicológico para cuestionarnos, justamente, por esa mal llamada vergüenza ajena, por esas responsabilidades que asumimos como propias, por esos secretos familiares llenos de claroscuros que A Silence recrea a través de registros muy locuaces. En este sentido, Emmanuelle Devos es determinante ejecutando una composición actoral sublime. Esa mujer que oculta, que excusa y protege a su marido compone no solo un retrato personal, sino el de tantas mujeres de su generación, y de generaciones anteriores, sumidas en el dolor y el silencio al que se ven obligadas en su rol de protectoras de un régimen patriarcal que respaldan. En este caso, es el dolor de saber que su marido es un pedófilo incorregible que incluso llegó a hacer daño a su propia familia.
Basada en el conocido como caso Hissel que asoló a Bélgica la película muestra, nuevamente, como la realidad siempre supera a la ficción. Aún así, es la ficción la que, dibujando matices, intenta comprender para superar el sufrimiento inherente a lo que se oculta. El aparato tentacular que se crea, con tal fin, obedece a una cinematografía que persigue la limpieza en un inevitable caos de puntos de vista necesarios para que, cuando llegue el momento, no nos falte ningún elemento necesario para hacer un dictamen de una realidad atravesada por el poder de un estamento y la autoridad masculina que maquilla de verdad sus fechorías.