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Con el deseo como inmaterial que todo lo arrastra ‘Algún día nos lo contaremos todo’ tiene una fuerza arrolladora en la química actoral entre Marlene Burow y Felix Kramer
María quiere explorar su deseo, perderse en él para encontrarse. Pero no lo sabe hasta que se cruza con Heener, un granjero solitario que parece arrastrar un pasado conflictivo. Ella tiene 19 años y un mundo por descubrir por mucho que el verano plomizo no le deje ver más horizonte que el que tiene ante sus ojos. Él, más de 40 y la idea de que el suyo, su mundo, está a punto de aplastarle para siempre. No es que la trama de Algún día nos lo contaremos todo, adaptación de la novela homónima, suscite a priori mucho interés cuando sigue un patrón conocido. Este está sustentado en una idea del amor y el deseo que el cine lleva explotando durante décadas sin renunciar a la belleza excesiva que da una perspectiva de los desajustes que habitamos. Con La belle personne, de Christophe Honoré, como predecesora, la cinta sucumbe al hechizo que lanza abriendo claroscuros que en una insospechada escaramuza rompen con la tradición anunciada.
La tiranía de la belleza, la juventud y la inocencia femenina frente a la animalidad masculina repite en Algún día nos lo contaremos todo el canon de la bella y la bestia que emerge una y otra vez de distintas formas. Por otra parte, la dinámica de tensión entre dos cuerpos que se desean sabiéndose condenados, supuestamente por la diferencia de edad, no es una razón de peso ni ahora ni en la época a la que nos traslada cuando el imperativo social tampoco lo recrimina. Y así todo, estos argumentos se pueden disculpar o defender abiertamente. Efectivamente, el cine no tiene la función de romper la norma social, ni de mirar en los rescoldos donde la vida avanza. Todas las decisiones artísticas son continuistas con un cine clásico que se sustenta en un ritmo lento que se extasía en el paisaje. Y sin embargo, hay algo que hace refulgente esta cinta. Su escenificación del deseo.
El deseo como un protagonista más que irrumpe en la placidez de las tomas, embriagando el cuadro con una fuerza insólita y convocando al espectador. Algún día nos lo contaremos todo no solo manifiesta el deseo femenino que florece inexorable hacia aquel que lo convoca, postrándose ante la invocación de la carne. Aunque el peso recae en la interpretación de Marlene Burow, la evolución del personaje de Felix Kramer es determinante en una narración aletargada en sus adyacentes. Para que algo renazca, algo tiene que morir. Y en esa dialéctica que tiene la disposición de un coming of age de talante feminista, aunque sus medios no lo sean, la película avanza con la osadía de conocer su destino. Su aire absorbentemente febril se renueva continuamente sin miedo de caer en un fetichismo que concentra en un gesto. No es el triunfo del amor. Es la conquista de la libertad después del trance.