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Adaptando la leyenda de ‘Don Juan’ a un marco sociocultural moderno, la película de Serge Bozon desmonta el mito del seductor infatigable haciendo uso de una feminidad cansada de babosos y picaflores
Acorde a la Sociedad Americana de Psicología, un 25% de matrimonios terminan debido a una infidelidad. Esta puede venir provocada por varios motivos, variando desde las excusas más inocentes hasta aquellas pobremente justificadas cuyo único objetivo es evadir la culpa. Sea cual sea el motivo, existe una certeza matemática de la que quizá no todos nos sintamos orgullosos. Los hombres engañan más. Casi un 70% de las infidelidades son suyas. Y, normalmente, con una persona cercana y conocida en el núcleo familiar. De nuevo, los motivos son tan variados como la imaginación de cada uno, pero es innegable que existe un precedente histórico que busca justificar la existencia de la querida. De esta manera, llegamos a la figura del Don Juan, un seductor nato y carente de autocontrol. Sin embargo, la peor pesadilla de maridos y amantes resulta un misterio fuera de su tradicional sex-appeal, propiciando la aparición de una pregunta intrigante. ¿Puede un hombre así tener sentimientos?
La película de Serge Bozon busca humanizar al Don Juan sin renunciar a su moral inexistente dejando en evidencia sus carencias intelectuales. Laurent, el protagonista de la cinta, es un actor de método que bien comparte todas las características propias del Don Juan pero, por algún motivo, se encuentra incapaz de representarlo en pantalla. Así, podríamos dudar por un momento si el intérprete verdaderamente posee esa lujuria infatigable o si la falsifica para cubrir sus propias inseguridades. ¿La respuesta? Un poco de ambas, pero más de una que de la otra. Revelar cuál es la verdad convertiría en un primer visionado en una experiencia menos interesante. Por ello, es mejor dejar la pregunta sin responder. Sin embargo, la gracia de Don Juan no recae enteramente en esta premisa, sino en la manera en la que el actor desenvuelve sus relaciones amorosas ocultando la sombra de un pasado turbulento.
El dramatismo y la exageración son parte fundamental de las herramientas principales que Bozon utiliza para construir su historia. El musical es una parte fundamental de la cinta pero no siempre de la manera que uno cabría esperar. Así, contrario a la práctica usual de transformar el texto en canción, Don Juan mantiene la lírica mediante una construcción gramatical inteligente. La música en sí misma es vital para la trama, tanto a nivel narrativo como estético, pero esta toma a ratos un papel secundario cediendo el podio a la interpretación. En consecuencia, lo que parece comenzar como una adaptación musical de Don Juan Tenorio termina por convertirse en viaje al interior de su psique. Una deconstrucción interesante del mito del seductor infatigable que, a ratos, se muestra dispuesta a criticar la frivolidad de las relaciones modernas, así como la hipersexualización implícita en este encuentro a la francesa.