Alex Vargas
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Reafirmando una vez más el valor del cine de resistencia, ‘Los osos no existen’ presenta una mirada crítica con la sociedad Iraní, desafiando el totalitarismo del régimen con el ímpetu revolucionario de un pueblo indoblegable

Los osos no existen | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Los osos no existen | StyleFeelFree. SFF magazine

Jafar Panahi regresa a la gran pantalla con una película tan alabada en Occidente como criticada por la teocracia de su Irán natal. Una cinta valiente y positivamente propagandística que critica a sus propios carceleros y demuestra el compromiso absoluto de su director por mostrar la realidad sin tapujos ni miramientos. Sin embargo, reducir la obra de Panahi a un mero atrevimiento revolucionario sería tan ignorante como autocomplaciente. Los osos no existen no busca contentar a nadie. Tampoco evocar ese sentimiento tan europeo que en ocasiones nos lleva a mirar a aquellos fuera de nuestras fronteras con empatía puramente paternalista. La película encuentra tanta fuerza como precisa dentro del pueblo que busca representar. Un esfuerzo titánico para su director que, tras rodar en la clandestinidad más apabullante, construye una crítica cargada de amor nacionalista impulsada por el deseo de construir un país mejor.

Jafar Panahi protagoniza su propia cinta. El director toma el papel de un cineasta perseguido por el régimen que viaja a un pueblo fronterizo para rodar una película sobre las dificultades de un matrimonio migrante. Sin embargo, a su llegada, Panahi se ve involucrado accidentalmente en el conflicto de dos familias enfrentadas por el amor imposible de una pareja adolescente. Verona no es el escenario de esta historia. En su lugar, el costumbrismo iraní domina el paisaje y a ratos la ficción se funde con una escenografía que evoca al documental. Así, el cineasta deberá alternar la dirección de su propio rodaje con un conflicto casi esperpéntico que amenaza con destruir la estabilidad del pueblo. En consecuencia, la película plantea una narrativa bifurcada que converge amargamente en una conclusión trágica pero inevitable. Un clímax devastador y de tendencias neorrealistas que recuerda la futilidad de luchar contra la voluntad y el deseo humano.

A través de las casi dos horas de metraje, Panahi profundiza en varios aspectos fundamentales de la cultura iraní sin llegar a ejercer juicio alguno sobre ellos. El director aborda cuestiones como el matrimonio concertado, el hermetismo sexual, la ley sharia y la existencia de una verdad única institucionalizada por el régimen. A su vez, la película presenta una puesta en escena asentada en el realismo puro, que casa a la perfección con el medio rural más tradicionalista. Así, gracias a un elenco de personajes que se sienten tan vivos como el mundo que habitan, la cinta transciende los límites de la ficción. En consecuencia, en Los osos no existen encontramos una obra audaz dispuesta a jugarse el cuello por contar su versión de las cosas. Una crítica desprovista de miedo que arrasa internacionalmente y que cautiva en fondo y forma a todo aquel que se cruza en su camino.
 

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