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Aunando un adiós para siempre con la comedia más extravagante, ‘Asteroid City’ revisita todo aquello que hace a Wes Anderson un gigante del medio, creando una obra que desconcierta y sorprende a partes iguales
Wes Anderson regresa a la gran pantalla con una cinta tan diferente como familiar para los interesados en su filmografía. Una película que bebe de esa estética personal capaz de fundir el teatro con el cine y que encuentra en su propio caos una estabilidad que solo puede apreciarse en retrospectiva. Asteroid City es intencionadamente confusa. Tres historias unidas para formar una única composición narrativa que funciona gracias a las excentricidades de su director. Sin embargo, en el apogeo de su desorden, la última de Anderson tiene un mensaje claro. La película es un adiós al pasado y un enérgico saludo a los nuevos comienzos. Una obra que alterna el dolor de una familia de luto con el entrañable punto cómico de la autocrítica americana bajo un manto de sarcasmo. Asteroid City es simultáneamente real y fantástica, un poco como la vida misma, o una pieza teatral con tendencias intimistas.
A través de un elenco conformado por individuos que bailan entre la persona y el personaje, Anderson nos da la bienvenida a Asteroid City. Un pequeño pueblo del suroeste americano de mediados de los cincuenta que se prepara para recibir a la convención anual de cadetes espaciales. El festival busca premiar a las mejores y más jóvenes mentes del país por sus invenciones, aprovechando para ver cuáles podrían tener aplicaciones militares. Sin embargo, los pequeños genios tienen sus propias preocupaciones, todas provocadas por las carencias emocionales de figuras paternas preocupadas exclusivamente por el éxito y la fama. Así, el trauma es un punto central para la trama. También el egoísmo o el propio desinterés generalizado que parece esconder una profunda depresión. En consecuencia, el dolor actúa como combustible para los personajes de Anderson, encontrando en sí mismos tanto la certeza de un dolor ineludible como la voluntad de seguir adelante.
Durante sus casi dos horas de runtime, Asteroid City profundiza en la naturaleza de la condición humana. Los personajes que visitan el pueblo son extravagantes y peculiares, pero también un reflejo del mundo en el que habitan. La estética costumbrista de un Chinchón transformado en el ‘lejano oeste’ actúa como un recuerdo de algo que existió y ya no está. El pasado y el presente se funden a través un misticismo visual que pretende evocar lo incierto del mañana. En cierto modo, la película de Anderson es un viaje individual para cada espectador, una experiencia que parece invitarnos a la reflexión sobre nuestras propias vidas. Aquello que hemos perdido, lo que hemos ganado y las vivencias que nos convierten en quiénes somos. Asteroid City quizá no vaya de nada, como la propia película profesa en su escena más emblemática. Quizá vaya de todo o se encuentre en un punto medio, pero la importancia de su viaje recuerda no solo el valor necesario para seguir vivo, sino la importancia de encontrar algo a lo que dedicar cada día.