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Reivindicando un estatus conquistado y con una Cate Blanchett soberbia y contenida Warwick Thornton, en ‘The New Boy’, vuelve nuevamente la mirada a lo excluido para iluminarlo cuestionando los mitos de la fe
Desde Samson & Delilah pasando por Sweet Country la mirada de Warwick Thornton ha sido un soplo de aire fresco en un cine de expresión blanca y universalista que ha ido construyendo una historia sin tangentes. En esa historia se han quedado fuera los pueblos aborígenes, las minorías y, generalmente, los excluidos por los mismos sistemas que han construido relatos vestidos de una verdad única e incuestionable. Por eso, la incursión de este australiano aborigen, exótico a los ojos de la industria del cine, constituye una ocasión de renovar los discursos, de limpiarlos, de expandirlos. Ahora con The New Boy regresa a Cannes para ofrecer una versión renovada del dogma religioso. Su intención no es otra que la de cuestionar el mito sagrado y universal con otro tan válido, por pequeño que sea. Lo hace convocando la luz y haciendo del paisaje un terreno fértil y franco.
En el centro de todo esta un niño aborigen que llega en la oscuridad de la noche a un orfanato a cargo de la hermana Eileen (Cate Blanchett). La decisión de que llegue en la noche, de forma violenta, enviado por las autoridades locales, no es baladí. Toda la película busca establecer contrastes entre la luz y la oscuridad. En este juego, lleno simbolismos, se percibe que ambas se necesitan, que están indisolublemente unidas. Son lo mismo, en realidad. Pero la luz se vale de la oscuridad para emerger abrupta y repentinamente quitándole todo el protagonismo a las zonas de sombra. Este crío aborigen guarda todos los secretos que conciernen a las luminarias como símbolo de las religiones. Entre lo blanco y lo negro se dejan ver las secuelas del colonialismo. La pervivencia y realce de algo es a costa de otro algo que queda en un segundo plano.
El niño protagonista sobrevive en un mundo que lo mira con extrañeza porque tiene dones que no debería tener según su condición de excluido. Y lo hace volcando una fuerza superior que no deja indiferente. Tiene magia en sus manos. Es como un ser divino que está por encima del del bien y del mal. A través de esta figura inocente y poderosa se cuestiona el mito mismo, todas las jerarquías, la historia y sus reglas, las convicciones y axiomas incuestionables. Es evidente que él lleva consigo una verdad que es una amenaza. Una verdad que habla de todas las verdades reprimidas, de todos los pueblos olvidados, de todas las creencias espirituales en minoría que tienen el mismo derecho a subsistir. Con un uso extraordinario de la música, con una fotografía que capta la soledad e inmensidad del desierto, con una colorimetría que relaja la vista, con un manejo extraordinario de las iconicidades Thornton vuelve sobre su causa sin demasiadas sorpresas, pero reivindicando un estatus conquistado.