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Ajena a la costumbre de esconder la realidad, ‘La hija de todas las rabias’, de Laura Baumeister, presenta una obra tan honesta como incómoda, rechazando la miseria con revolucionaria voluntad
Laura Baumeister debuta en la gran pantalla con lo que solo se puede clasificar como un éxito rotundo. Una ópera prima que besa el podio de San Sebastián en su primera carrera. En la cinta, encontramos un viaje que alterna entre la realidad y lo onírico, enfrentando la fantasiosa mente infantil contra la dureza de un mundo ansioso por hacernos madurar antes de tiempo. Así comienza el viaje de María. Un peregrinaje que ahonda en lo más profundo del trauma del abandono y que encuentra en la infancia la corrupción total de una sociedad enferma. Sin embargo, La hija de todas las rabias no busca culpables entre su elenco protagonista, sino personas cuya humanidad ha sido despreciada por el yugo de una sociedad donde solo los más fuertes sobreviven.
En sus noventa minutos, la película plantea la cuestión de la maternidad y la posición de la mujer en una sociedad depredadora. Los personajes de Baumeister son acechadas en una tierra hostil, sujetas a ser víctimas de una violencia sexual que se encuentra liberada en el descontrol humano. Aun así, la obra resulta profundamente feminista, encontrando en hija y madre una fortaleza propia de verdaderas supervivientes. En consecuencia, la decisión de Lilibeth de abandonar a su hija María se convierte en un conflicto más profundo. Una acción que demuestra la ausencia de blancos y negros en las relaciones humanas, recordándonos que el verdadero sacrificio rara vez viene libre de culpas. La liberación femenina es, por lo tanto, paralela a la voluntad revolucionaria imperante a lo largo de la obra, encontrando en la figura de la mujer un histórico icono de opresión, complementario a la necesidad de buscar un nuevo comienzo.
El ímpetu nacionalista se construye entonces a través del viaje de María, convirtiendo su paso a la forzada madurez en una travesía equivalente al levantamiento de una sociedad sometida. Por ello, encontramos en la película dos realidades paralelas que se funden entre sí, unidas por un realismo mágico contrapuesto a la asfixiante realidad. De esta manera, la transformación de María es tan física como mental, reforzando la creencia de Baumeister en buscar guerreras y no damas en apuros. Esto no quiere decir que en su búsqueda de fortaleza la cinta olvide una muy necesaria humanidad. Las protagonistas de La hija de todas las rabias sufren profundamente, se hieren la una a la otra y, en situaciones, separarse parece la mejor opción. Sin embargo, cuando el distanciamiento se produce, el reencuentro parece inevitable, encontrando en la soledad una verdad tan universal como humana, y es que contra la adversidad, solo el verdadero amor sobrevive.