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De principio a final ‘Una bonita mañana’, de Mia Hansen Løve, respira logrando una estructura prodigiosa que, abriéndose al drama de la vida, es asombrosamente optimista
Mia Hansen Løve siempre ha bañado su filmografía de apuntes personales que ponen de relieve lo cotidiano en un entorno de clase media intelectual. No obstante, y aunque sea algo recurrente, Una bonita mañana puede ser su película más biográfica. En ella se vuelca en temas universales moldeados por el presente, haciendo un ejercicio de memoria. Con una tensión extraordinaria muestra los principios y los finales en los itinerarios vitales. Los unos, marcados por las relaciones amorosas a través de las cuales despertar al deseo. Los otros, manifiestos por la enfermedad cuando no deja tregua al cuerpo obligando a despedirse antes de que sea demasiado tarde. Las dos caras de la moneda sirven para hacer una reflexión sobre la vida desde una actualidad en la que las prioridades cambian moduladas por la urgencia. Por eso, temas como las políticas de cuidados, la eutanasia o las relaciones extramatrimoniales adquieren otro cariz.
Esquivando el discurso moralista, Hansen Løve transita por ese savoir faire francés que se atiene al principio básico de libertad. Prescindir de las reglas morales en un tiempo en el que los policías de la moral acechan por todos los lados no es tarea fácil. Sin embargo, la fluidez y la naturalidad de todo el metraje le permiten saltarse las encorsetadas miradas que señalan con dedo acusatorio y permean en todo. La cámara seduce, intimista, siguiendo el rastro desde cierta distancia, sin inmiscuirse. Con su predilección por los planos generales, que dejan respirar al relato, el seguimiento al personaje de Sandra (Léa Seydoux), ataviada con vaqueros y una mochila, busca sumergirse en un paisaje. Un paisaje de lo humano que va avanzando y aproximándose a medida que lo emocional se vuelve, inevitablemente, más afectado. Y en este acercarse, Seydoux explora una serie de registros que sitúan muy alto su interpretación.
Por otra parte, cerrando un ciclo en sí misma, Una bonita mañana es magistral en su estructura narrativa. En la primera escena a la protagonista le resulta difícil franquear una puerta tras la que vive su padre que ha olvidado cómo abrirla. Él está muy enfermo y sus facultades cada vez están más deterioradas. Diagnosticado con el Síndrome de Benson, una dolencia degenerativa que se ha llevado al intelectual que era, ya no puede valerse por sí mismo. Por eso, aunque con mucho dolor, su familia ha pensado en internarlo en una residencia para ancianos. Esa primera escena es la antesala a través de la cual intuimos que Sandra tendrá que atravesar un proceso doloroso. La esperanza se abre en la última escena. En ella, su nueva pareja divisa dónde está la casa que ahora comparten juntos. La casa, como metáfora de la estabilidad emocional, está delante de ellos, allí, en el horizonte. Una puerta se cierra, lo que es inevitable. Pero otra se abre.