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Ampliando el territorio de la cinematografía francesa que ahora cuestiona la identidad y a través de ella, la maternidad, Alice Diop en ‘Saint Omer’ muestra un ejercicio de resistencia y convivencia
En los últimos años hemos visto cómo las películas judiciales desafiaban su fuero interno expandiéndose para ampliar su alcance. De la misma manera que en La chica del brazalete, de Stéphane Demoustier, en Saint Omer lo judicial busca resolver conflictos intrínsecos al personaje que está en el estrado como acusado. En este caso, una joven universitaria negra a la que se le acusa de haber matado a su bebé de 15 meses, abandonándolo en una playa en pleamar. Pero los conflictos internos no son tan visibles, en un principio, como los que permean en el exterior. Todo son preguntas que buscan una respuesta que pueda no ya justificar, evidentemente, sino explicar lo inexplicable, el acto atroz. Pero toda pesquisa, casi inevitablemente, se tropieza con un espejo deformado a través del cual el espectador también mira.
La primera conjetura que se pone sobre la mesa es que la presunta infanticida fuese víctima de brujería. ¿Cómo si no? Inspirada en hechos reales, la historia de Saint Omer reconstruye el caso de una mujer senegalesa, Fabienne Kabou, que llamó la atención de Alice Diop. Un relato que ahora lo recupera para una película que pone en tela de juicio muchas cuestiones. Todas ellas desde una mirada que no puede evitar percibir los conflictos raciales que configuran una nueva forma de abordar lo femenino a partir de un personaje racializado que entra en disputa con su entorno. Por cómo la perciben y por cómo ella se percibe desde lo externo. A partir de aquí, los aspectos que tienen que ver con el juicio en sí se extrapolan a los condicionantes que los atraviesan. Lo factual acarrea una serie de prejuicios añadidos que condicionan una interpretación que estalla en el desenlace.
Avanzando en un nuevo cine judicial al que le interesa más lo psicológico que el veredicto final, Saint Omer tiene una atmósfera inquietante, sombría, parca en medios. Estos elementos ponen de relieve un retrato de personaje impresionante. A partir de él se cuestiona la maternidad que últimamente ha tenido más presencia en el cine, pero desde una perspectiva, no pocas veces, condescendiente o limitada en su alcance. Para contrarrestar esta tendencia la película de Diop hace un juego de juicios de valor amparados por el contexto que condiciona a la mujer según sus circunstancias particulares. Por eso, su frialdad se revela como herramienta que mantiene el suspense y une en un abrazo fraternal a dos mujeres. Estas, sin conocerse, se miran en el mismo espejo que les devuelve un reflejo común. Con este filme la cineasta francesa rellena una cinematografía que cuestiona la identidad gala. Amplía el territorio. Algo necesario.