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La elección de ahondar en un conflicto tan atemporal como la maternidad frustrada permite a ‘Los Hijos de Otros’ romper el mito de la madrastra egoísta y deshumanizada, tan presente en el cine clásico
Llega un momento en la vida de toda mujer en la que el reloj biológico emprende su cuenta atrás. A partir de cierta edad, concebir un hijo resulta cada vez más difícil. No hace falta decir que el hecho de no desearlos es igualmente válido. De todas formas, ya somos suficientes en el mundo. Sin embargo, este no es el caso para Rachel, que sigue intentándolo por activa y por pasiva. Los hijos de otros manifiesta la frustración que supone amar a un hijo ajeno a uno mismo. Su protagonista, una mujer de mediana edad, representa el centro en torno al que orbita este conflicto. Su situación, que, aparentemente, parece óptima para derivar en un final feliz, acaba convirtiéndose en un castigo para ella. Un castigo que, al mismo tiempo, conlleva una lección trascendental.
Cuando Rachel conoce a Ali, se enamora rápidamente de él. Al mismo tiempo, se convierte en una intrusa para su hija Leila, que no termina de aceptarla. Si miramos atrás en el tiempo, el cine ha predicado una imagen de la madrastra despiadada, egoísta y manipuladora. El gran triunfo de esta obra es, precisamente, la capitulación de este arquetipo. Rebecca Zlotowski hace de Rachel una madrastra que, lejos de apartar al hijo de su padre, prefiere quitarse de en medio por el bien común. En general, Los hijos de otros respira ese estilo orgánico e intimista que está tan vigente últimamente en el cine francés. Lejos de las tramas épicas y personajes arquetípicos, Zlotowski logra retratar un tipo de dilema atemporal, común a muchas mujeres.
Durante el metraje, el montaje suma un sentido episódico a las distintas secuencias. Lo hace a través de un fundido a negro que cierra el iris de la cámara en la cara de Rachel. De esta forma, se connota la sucesión de los momentos que conforman la cuenta atrás de su reloj biológico. A pesar del riesgo que esto conlleva para ella, decide vincularse emocionalmente a Leila, la hija de Ali. En un escenario ideal, ambos viven felices y cuidan juntos de la pequeña, tan de él y tan poco de ella. Huyendo de esta idea, Los hijos de otros opta por un desenlace agridulce. A su paso, construye una sensación de impotencia, fruto de la incapacidad de Rachel para ignorar que la arena sigue cayendo en su reloj. Sin duda, el conflicto es potente, tanto, que la obra no puede evitar nadar en círculos en torno a él.