Rosana G. Alonso
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Músico, escritor y programador de festivales de cine, Fran Gayo, que acaba de cerrar la 60 edición del FICX, sigue sorprendiendo con ‘La Navidad de los lobos’, su primer libro de narrativa

 Fran Gayo| Entrevista | StyleFeelFree. SFF magazine
Fran Gayo | Fotografía: R.Xo para © StyleFeelFree. SFF magazine

Por su título, La Navidad de los lobos pudiera parecer un relato de terror. Pero, lo que comenzó con esa intención, acabó atravesando la historia familiar de su autor, Fran Gayo (Xixón, 1970). Desde la Asturias Pre-Guerra Civil hasta el Buenos Aires más reciente, donde reside desde hace 13 años, traza un mapa de afectos que indaga en los procesos de memoria. Es su primer libro de narrativa después de dos poemarios y una trayectoria musical — primero en Mus y luego en solitario — en la que destacó por sus pasajes melancólicos conectados a una tradición oral que restaura un legado ancestral para traerlo al ahora. En todas sus incursiones se percibe una intención de recuperación de una cultura anclada a un lugar que redescubrimos o descubrimos extasiados. Más allá de eso, este es un itinerario personal que el lector arrebata al sentir la dermis ajena como propia, despertando al canto de la vida.

Y aunque no es un relato de terror en sí mismo, La Navidad de los lobos, en realidad, sí es un libro de fantasmas que Gayo convoca en una suerte de viaje ritual en el que busca encontrarse, explicarse, situarse. Ante los suyos, ante sí mismo, ante el misterio de la existencia. Para poner orden al murmullo de lo anecdótico que escribe la historia poblada de historias, de xentes, de llugares. Reflejo de la vida con sus cantares de ciego. El eco de Mus surca una letanía de letras que, engarzadas, están repletas de la emoción del que quiere conversar con las sombras para recobrar el valor de cosas muy antiguas, pero imperecederas, que convergen en el ahora borrando fronteras. De hecho, el creador de esta novela reconoce que “el estado de ánimo quizás es muy parecido al de Divina Lluz aunque no haya citas textuales del disco”. Sí que hay resquicios de La vida con sus letras que “capturaban momentos muy concretos de la vida de los barrios en esta ciudad. Y en este caso en concreto sí tenía muy claro que quería volver ahí”, apunta.

Todo prospera con la pandemia del COVID-19 cuando Fran Gayo, como jefe de programación del FICX, empieza a escribir para, según explica, escapar de la monotonía y divertirse. “La empecé aquí cuando vine a currar en la edición del FICX del 2020 sin saber qué iba a ocurrir. Estaba en un departamento alquilado, en los bares era complicado entrar, la gente con la que solías salir a tomar un café no quería saber nada… y me apeteció ponerme a escribir algo de género para pasarlo bien. La idea era hacer un cuento de fantasmas en Buenos Aires y, de repente, el fantasma principal era mi abuela. Venía de escribir Les blanques fogueres que fue un proceso horrible, como de catarsis, muy jodido, y quería hacer algo que resultase más divertido. Pero no tenía ni idea y sentía que si me despistaba un poco perdía el control del libro todo el tiempo. No se me pasaba por la cabeza la posibilidad de publicarlo y mucho menos con Random. Y nada, escribí casi de un tirón cuarenta páginas”.

Sus palabras resuenan, apagadas por el ruido adyacente, hasta que la entrevista llega a su fin, en una cafetería del centro de Gijón donde me reúno con él. Pero, curiosamente, el mismo ruido se convierte en una especie de banda sonora no-anunciada en la que el paisanaje que puebla La Navidad de los lobos, sabiéndose poseedor de secretos que conforman una luminaria que atiza la hoguera donde reunirnos para recordar, se rebela contra su destino. Y así, aquellos que deberían recoger el testigo para proteger el relato oral, trasmitiéndolo de voz en voz, pudieran querer cerrar los güeyos y los oídos a lo que nos conforma, debilitándonos.

Quizás en todo esto, después de todo, haya un miedo ancestral a reconocernos y despojarnos de nuestras mentiras. Fran Gayo más que escribir recoge, una a una, las hojas de un otoño vencido, escarbando en el alma desnuda. Y para ello, imagina un espacio colectivo anulando la línea divisoria que separa la realidad de la ficción, algo que le permite una condición de falso exiliado de la que no puede escapar. La realidad, efectivamente, solo puede estar ficcionada porque la carga emocional que conlleva no puede sino ser subjetiva. Y al mismo tiempo, la ficción busca, desesperadamente, encontrar el camino a casa, la luz que nos guíe. Esto es, va al encuentro de una constatación. Un llugar común en el que tejer comunidades adheridas por la zozobra de estar vivos.

Génesis

Esas primeras cuarenta páginas que, según afirma, escribe de un tirón en Asturias, caen en manos de Jonás Trueba que se convierte, desde ese momento, en su editor para Penguin Random House. Este es el grupo editorial que engloba el sello Caballo de Troya destinado a las nuevas voces en lengua castellana, desde donde se lanza La Navidad de los lobos.

Fran Gayo lo resume así: “El tema es que hablando con Jonás le dije que tenía cuarenta páginas escritas. Me pidió que se las mandase y así lo hice. Bueno, pasó el festival —la 58 edición del FICX en versión digital—, me volví a Buenos Aires y de repente un día me escribió uno de sus emails que son como un colchón que se pone debajo de ti y te recoge. Y nada, me lanzó ya a lo de Random House. Yo le decía si no quería esperar un poco más para ver por dónde iba a ir el libro. Él me dijo que bueno, que avanzase, pero que fuera pensando ya en un plazo y tal… Y nada, un poco con el empuje de eso, escribí el resto del libro en bastante poco tiempo”. Lo hizo ya en Buenos Aires donde ordena lo que empieza a ser un relato complejo que, como una tela de araña, teje vínculos a un lado y otro del Atlántico conectando la historia con los recuerdos personales, lo psicológico con lo mágico y a su vez, con lo mundano. Rescatando, a un mismo tiempo, tradiciones y liturgias espaciales que hablan de quiénes éramos para descubrir quiénes somos.

Una vez en la Ciudad de la Furia todo fluye. “Prácticamente, el resto del libro va de golpe ya, porque yo sentía que si paraba perdía el relato. Por otra parte, eso es lo bonito que tiene para mí, esa sensación de que hay algo que va tirando todo el tiempo de ti. Incluso encuentras cosas que no es que se te ocurran, sino que las encuentras y eso es increíble”, concluye Gayo que aclara que esas primeras páginas tenían como protagonista a su abuela Remedios, inspiración principal.

Mellos: la lengua materna

La abuela paterna, Remedios Feito Redruello, representada como Mellos, es el arranque de todo. “Mi abuela es la inspiración porque como personaje era muy fuerte, bastante tremendo. Siempre me había parecido que era lo suficientemente contradictorio y fascinante como para intentar describirla. De hecho, yo tenía la sensación de estar siempre contando anécdotas suyas porque conviví mucho con ella y tenía muchas cosas que contar porque era muy personaje, muy graciosa y divertida, y también muy maquiavélica”, sentencia el autor.

Cuando Fran Gayo comienza a escribir este libro su abuela Remedios ya había fallecido hace alrededor de una década, pero seguía muy viva en su memoria. “Mellos fue mi lengua materna”. Así arranca uno de los primeros capítulos de La Navidad de los lobos. La fuerza arrolladora de esta frase es la clave de un libro que la dibuja, sin condescendencia, como protagonista indiscutible de un relato que serpentea la historia de los pueblos y las identidades construidas. Y ella, que en el arranque de la novela se presenta como un fantasma que viene a visitarle, empieza a cobrar sentido en la distancia.

En realidad, ¿se te apareció?

(Fran Gayo) Esa suerte no la tuve.

A pesar de ello, en Argentina empiezas a entender ciertas cosas.

(FG) Lo que empiezo en Argentina es a verla por mi cuenta. Fuera del radio de influencia del resto de la familia. Eso es lo que pasa básicamente. Me siento a reflexionar y a empiezo a entender a Remedios que era alguien tan complicado, tan contradictorio, tan agresivo. Bueno, obviamente cuando ves que buena parte de la familia tiene una relación muy conflictiva con ella, tú te sumas a eso.

Lo que ocurre es que cuando yo me fui a Buenos Aires ella estaba viva todavía, le quedaba muy poquito ya, estaba muy mayor. Pero bueno, todavía me dio tiempo a despedirme de ella antes de irme.

De alguna manera yo siempre quise dejar un espacio para intentar entender de dónde venía todo eso que a lo mejor es que ni hacía falta entenderlo. Simplemente era así, se acabó. No hay mucho más que discutir. Y por otra parte, es verdad que era una superviviente.

Con la que llegas a decir que te identificas, ¿no?

(FG) Mucho. Sí, sí, sí, muchísimo. Pero porque también buscando información para el libro me acuerdo que leí creo que eran unos textos, no sé si de Jovellanos o estudios posteriores sobre el tema de vaqueiros de alzada y tenían como apartados sobre su temperamento y era tremendo porque lo estaba leyendo y era yo. O sea, era yo totalmente. Y era yo, y era mi padre, y es mi tío. Entonces hay algo raro ahí, que no sé por dónde pasa. Y por otro lado, no puedo eludir el tema de que yo viví con ella dos años siendo pequeño. Y ahí, en ese momento, eres una esponja.

Herencia vaqueira

Lo que cuenta Fran Gayo sobre el carácter de su abuela, en el que se ve reflejado como en un espejo, hace alusión a su sangre vaqueira por parte de su padre. Su abuela Remedios se crió en la Comarca Vaqueira del Occidente asturiano que aquí se transforma en Brañaescura, un territorio que abandonaría por primera vez en 1936, justo con el inicio de la Guerra Civil Española. Huía de él, según rememora Gayo en el libro “jurando además para sus adentros que ni por la puta madre de dios regresaría nunca a aquellos altos ni volvería a detener su vida entre mayo y septiembre por culpa de la alzada”.

Hacer la alzada implicaba que los vaqueiros, en los meses de más calor, llevaran una vida nómada, trashumante. Por esta época del año, entre marzo y mayo, abandonaban las tierras bajas, con su ganado, para subir a los poblados (las brañas) que tenían en las montañas. Un viaje en procesión que los conducía a la montaña donde había suficiente pasto para alimentar a los animales durante todo el año.

A modo de anotación final el libro recoge que “los vaqueiros sufrieron históricamente una discriminación atroz” que también confirma Ramón Lluis Bande en el epílogo del filme Vida vaquera. En La Navidad de los lobos este rechazo a lo vaqueiro queda recogido en episodios varios en los que emerge la fuerza de los personajes que conforman su rama paterna. Como cuando su abuela le abrió la cabeza a una joven de Valdés porque la insultó. “Eso me lo contó ella cagándose de risa”, apunta Fran Gayo que también insiste en que la anécdota del caballo Lucero, que su abuela encontró abierto en canal tras el bombardeo de Luarca, a manos de los republicanos, parte de hechos reales redibujados para la ficción. Hechos, por otra parte, constatados tras un proceso de documentación que Gayo realizó evitando, “que no se notase”, aclara.

Pero la anécdota del caballo, ¿te la contó tu abuela o es ficción?

(Fran Gayo) Sí, me lo contó mi abuela.

¿Estaba entonces en Luarca cuando el bombardeo?

(FG) Estaba, sí, y se escondió en el sótano de una panadería. Pero claro, nunca me contó que era un avión republicano ni cómo se llamaba. Eso lo tuve que buscar yo, como la fecha. Mi abuela simplemente me contó que se encerraron y que cuando salió encontró un caballo reventado y que le dio la risa.

Esa escena es fuerte.

(FG) Sí, lo es, aunque la otra familia no existía. O sea, ella encontró un caballo, pero no era de nadie que conociese.

Salvaguardar la memoria

Posiblemente, recordando a Mellos y toda su herencia, repleta de influencias varias, Fran Gayo aprecia algo que acaba siendo vital. Advierte un escenario nuevo en el que las anécdotas que recordaba de su infancia empezaban a desdibujarse. Y no solo para él, sino para todo su entorno. Desde ese momento, más allá de escribir para divertirse, poniendo a prueba su destreza para componer un relato de terror, La Navidad de los lobos comienza a tener, al menos, un propósito. El proyecto ya no puede detenerse. Pasa de ser algo únicamente lúdico a tener una transcendencia que no preveía a priori.

Lo expresa de la siguiente manera: “De pronto, me di cuenta que estaba empezando a mezclar los relatos orales, unos con otros, que conocía por mi familia. Por eso, quería darles forma para que no se perdieran. De hecho, hay varias circunstancias que se dan en el libro, varios relatos que ya no se ajustan a lo que me contaron en su momento porque hay detalles que se me olvidaron. Entonces, lo que quería era evitar por todos los medios eso, que determinadas cosas que sucedieron en el seno de mi familia y que tenían muy difícil explicación, se fueran escapando, se fueran yendo. Además, en muchos casos, mi hermano, o mis primas, que son más jóvenes que yo, no recordaban esas anécdotas. Entonces, estaba también la preocupación de poner todo eso por escrito. Y en un momento me dije, pues lo meto todo”.

¿Cuándo te das cuenta de la importancia de todos esos recuerdos que tenías acumulados y que empezaban a alterarse, a descomponerse? ¿En Buenos Aires? Supongo que al estar lejos te das cuenta de cosas que precisan de cierta distancia…

(Fran Gayo) Lo que me pasa con Buenos Aires, curiosamente, es que el caos y el ruido y esa especie de conducta convulsa que tiene la ciudad, en realidad a mí me generan bastante paz. Tengo la sensación de que me generan como una especie de campana de silencio. Y me parece que esta ciudad te permite tener un grado de soledad que es bastante benefactora. Cosa que en Asturias no me sucede. Y siento que esta calma chicha que hay aquí, a veces, para mí, es puro estruendo.

Lo entiendo perfectamente.

(FG) Y allí yo empiezo a darme cuenta de cosas que aquí no me daba cuenta ni de casualidad. Luego también hay una parte de mucho estudio y documentación que también es importante en todo esto.

La tercera puerta

Si bien los episodios que parten de fuentes reales están realzados para enfatizar la profunda energía de sucesos que cobran vida espontáneamente con descripciones ricas en matices, los fragmentos más ficcionados parecen estar encaminados a encontrar una finalidad. Y en el conducto comunicativo que tiende un puente entre Asturias (el pasado) y Argentina (el presente), también se recuperan los lazos que unen a los pueblos desde que los españoles comenzasen a hacer las Américas.

De esta manera, el proceso de ósmosis que se produce inevitablemente entre realidad y ficción reniega de un realismo mágico en la forma cuando su expresión no deja lugar a dudas. La honestidad que se adhiere a la epidermis es demasiado impactante para florituras innecesarias. Por eso, de la comunión entre fantasía y realidad, se abre un nuevo pasaje, una tercera puerta, que se resuelve al final. A pesar de ello el lector, embriagado por lo anecdótico que fluye como un río que arrastra consigo los recuerdos, se puede preguntar qué hay de realidad cuando los pasajes de cariz mitológico pueden llegar a considerarse arcaicos, de una época ya marchita que florece invocada por la memoria.

Todo parece indicar que hay más realidad de lo que puede parecer a simple vista.

(Fran Gayo) Sí, sí, hay mucha. Hay muy poca ficción realmente. Los disparadores de la mayor parte de las cosas que suceden en el libro parten de la realidad y luego están modelados poco a poco. Cambio personajes, hay detalles que los elimino porque no suman nada, y trato a veces de darle forma para que engarcen mejor en el libro y este no sea un caos.

El libro puede interpretarse también como una crisis de la mediana edad. Una crisis de pareja también, e incluso identitaria. Puede que no haya ningún duelo que superar aunque haya muchos fantasmas, pero ¿estás intentando resolver una crisis?

(FG) No, todo lo que tiene que ver con la crisis de pareja y con la crisis de los cuarenta y todo eso es lo más ficcional que hay en el libro. Hay un momento en el que pensé que yo como personaje principal no era lo suficientemente interesante. Entonces, me pareció que era más fácil para mí, como una herramienta, empezar a modelar un personaje que hiciese cosas tan estúpidas como cambiarse el nombre cuando se va a otro país…

Sin embargo, en el desenlace final hay cierta ambigüedad y sí parece que se resuelve algo.

(FG) ¿Qué es lo que te parece ambiguo, el desdoblamiento?

Sí, cuando Alberto Garrido sigue en su apartamento, aunque en realidad ha bajado a la calle al encuentro de su familia.

(FG) Ahí hay un momento en el que se da como una duplicación del personaje porque tiene que tomar una decisión. O bien seguir con esa relación de dependencia de los recuerdos y de los fetiches, y del pasado, y de la memoria, y todo esto, y quedarse encerrado en la casa como un fantasma más; o bien bajar e irse con ellos —con su mujer y con su hijo— y se supone que empezar una vida independiente de todos esos recuerdos.

Y eso es así no, ¿tienes esa dependencia de los recuerdos y eso es lo que te impide ser plenamente feliz?

(FG) Absolutamente. Sí, es eso, no lo había pensado, pero es eso, sí. El tema es que yo no sé cuál de los dos soy. Creo que un poquito más el que se queda arriba. Pero mi objetivo es ser más el de abajo. Me parece algo, entre otras cosas, de responsabilidad y de no ser gilipollas. Y creo que mucho de lo que me amarraba a quedarme arriba, mirando desde la ventana, lo solté en el libro.

Entonces me das la razón, sí que hay un proceso de crisis. Y evidentemente buscas superarla o la has superado, visto el final.

(FG) Ah, eso puede ser, pero la crisis no responde a los momentos que hay en el libro. Pero es que el que no esté en crisis que se suicide tía, que está muerto directamente.

El paisaje urbano, social y poético

En Pastoral americana, de Philippe Roth, observamos un cambio de paradigma social y económico que ocurre en los años sesenta. Es el fin del fordismo y el comienzo del neoliberalismo. En La Navidad de los lobos Fran Gayo también habla de muchas realidades sociales y económicas que mutan, aunque no entra en demasiados detalles para no aletargar un relato que, además de observar cómo cambia el paisaje con la urbanización, mira a los lazos afectivos entre el protagonista, Alberto Garrido, y su abuela, Mellos. Después de su vínculo, nada existe, de ahí los huecos que deja la narración. En realidad, lo que escribe es una historia de amor. Probablemente más de una. Pero para llegar a esa conclusión hay que leer entre líneas, o al menos, llegar hasta el final.

Una de las cosas más interesantes del libro es que captas una época que está mutando.

(Fran Gayo) Ahí trataba de reflexionar sobre cómo podía ser la vida de mi familia antes de que yo naciese.

Tienes también la visión de los años setenta en Gijón. Y eso tiene un gran valor histórico porque era otra ciudad muy distinta a la actual en la que bueno, la industrialización ya era una realidad, pero el paisaje urbano estaba mutando.

(FG) Cuando yo ya tengo una memoria real de mi infancia la industrialización ya estaba ahí, era muy heavy, o incluso empezaba a entrar en crisis. Era el momento de la aparición de la heroína… pero en todo esto tampoco quise incidir mucho.

Pero la construcción de edificios sí que fue un verdadero fenómeno…

(FG) Claro, la construcción de polígonos eso sí lo viví. Y lo que me fascinaba era la idea anterior de una ciudad que pasa de ser todo prao a, de repente, convertirse en otra cosa. Y cómo, de pronto, hay gente que venía de pueblos súper pequeños, o de brañas directamente en las montañas, y llegaban a una ciudad en la que empieza a verse gente melenuda, gente que consume drogas. Y tienen que procesar todo esto.

Me interesaba también todo ese Gijón previo a que naciese yo que es un poco el Gijón de la academia Rúa, la academia que tenía José Luís García Rúa ahí en la calle Capua en lo que ahora se llama la calle Cura Sama. Y este tipo de cosas en las que todo era muy subterráneo.

Entonces, sí, está todo ese proceso y luego está todo lo que yo viví de pequeño en la calle que a mí lo que me parece increíble es cuando la gente hace relatos nostálgicos de aquella época cuando, en realidad, era una puta selva. Una puta selva que a veces yo lo pienso y me preguntó no sé cómo coño estoy aquí.

Y en todo esto, ¿cómo cambió el paisaje urbano?

(Fran Gayo) Hostia es que el proceso es largo …

Yo creo que hay como un agujero en el libro porque para mí solo tenía importancia el tiempo que marca la relación directa entre Mellos y Alberto Garrido. El momento en el que se separan, que son los años de él en la Universidad y todo esto, es un tiempo que no tiene importancia y la ciudad tampoco.

Si te das cuenta, hay como una especie de agujero entre la fase de la tormenta que están todos encerrados en la cafetería cerca de la cuesta del Escocia y el reencuentro en el funeral del padre.

Hay ahí una especie de agujero porque realmente creo que era necesario para no alargar demasiado el libro. Y porque también hay un agujero en la relación de ellos dos. Y claro, hay un agujero también, que no deja ver el momento concreto que está atravesando la ciudad. Y de ahí se llega al momento actual que, creo, es un momento de despersonalización brutal. Lo que más me puede costar es describir el Gijón de ahora mismo. No lo entiendo.

Pero, ¿por qué?

(FG) Por absoluta desidentificación con él básicamente.

Porque… ¿lo ves anclado en el tiempo?

(FG) No creo que esté anclado sino que va en una dirección equivocada… mi sensación es que la ciudad tiene una progresión en línea recta y que en un momento dado se desvía. Entonces, en el momento en el que va en aquella dirección yo cada vez me identifico menos con él. Y no creo que tenga que ver con el partido político que está gobernando. Creo que esto ya viene de un poquito más atrás.

Parece que la vida en los barrios puede ser el último reducto de ese Gijón que conocíamos. Y, sin embargo, y esto ya no tiene que ver nada con el libro, sí me parece muy interesante cómo la idea de Gijón que se fue perdiendo poco a poco la pueden reactivar las comunidades de inmigrantes en los barrios. O sea, que ahora vas al Llano y realmente el Llano vuelve a ser un barrio otra vez, pero porque está lleno de ecuatorianos, de colombianos, de venezolanos… y la gente está otra vez en la calle y todo cambió un poquito. Del mismo modo que en su momento había gente que venía de Luarca, de León, de Llanes, de dónde fuese. Y eso me parece que transforma un poquito todo.

Presencias y ausencias

Poblado de personajes, unos que empezaban a habitar la ciudad, otros atados a la idiosincrasia de lo rural, otros en permanente construcción viviendo un presente repleto de contradicciones, La navidad de los lobos es un libro que respira, está vivo. El relato, en efecto, se nutre de personas reales que esbozan la trayectoria vital de su autor. Son figuras que se deslizan por la narración en el momento preciso, salpicando de gestas, que por su naturaleza misma nunca son triviales aunque puedan entrar en el terreno de lo cotidiano, una obra que es retrato coral.

Aun así, no están todos los que son. Pero los que están, son más que suficientes para articular lo que podría considerarse una fábula contemporánea por la desubicación de su personaje central, buscándose en un mundo al borde de la enajenación, en tiempos pandémicos. Fran Gayo se puede saber juglar. Y, sin embargo, abandona su condición, sin miedo a pasar del hiperrealismo más descarnado a la construcción más lírica.

¿Tenías claro desde el principio qué personajes estarían en tu libro?

(Fran Gayo) Eso lo fui encontrando un poco después. Sí que me interesaba mucho que hubiese como esa especie de contraste que no era ni un enfrentamiento ni nada, simplemente un contraste, entre el carácter de una abuela y de la otra. Tampoco sé si en el libro está muy reforzado porque no intenté tampoco explicitarlo demasiado. O sea, para mí sí, era clarísimo. Y la relación mía con las dos era muy diferente con una y otra. Vivían en contextos muy distintos. Una renegaba completamente del campo, no quería saber nada más de él y le gustaba mucho jugar a las cartas. Y la otra era una persona que toda su vida vivió en un pueblo de cinco casas.

Hablábamos de tu abuela Remedios Feito Redruello. Pero también está presente Luz Divina, que se convierte en un personaje más secundario.

(FG) Pasa que las dos abuelas son de zonas distintas del Occidente asturiano. Una es de la zona más Occidente, del Navia-Eo. Y la otra (Mello) es del Occidente de las Brañas vaqueiras. Ahí yo no tengo problema porque no me queda nadie. O sea, con la zona de la comarca vaqueira tengo una desvinculación muy grande que me permitía mucha libertad para poder trabajar con ese espacio y la gente de allí.

Sin embargo, la otra abuela y toda esta franja del Navia-Eso ahí sí que conozco muchísima gente. Mi tía sigue viviendo allí, mi padre está enterrado allí, mi madre está enterrada allí. Y ahí sí que tuve más cuidado con todo. No me vi con tanta libertad.

Un libro, por otra parte, en el que, en muchos casos, parece que estás hablando de un tiempo remoto, repleto de personajes casi mitológicos. Por ejemplo, Aurora La Neña.

(FG) Aurora existe y de hecho toda la anécdota del tío minero que muere en el accidente de mina, pero va a despedirse de ella a la habitación, todo eso me lo contó ella a mí en una ocasión.

Es una mujer que se fue quedando completamente sola, que a partir de un momento todo el mundo le tenía bastante miedo, nadie se atrevía a hablar con ella porque daba la sensación de que estaba viendo más de lo que debería de ver.

Pero tampoco quería enfocarme tanto en este personaje y sí que me inventé esa especie de pseudo-relación, no se sabe si de hermano mayor o medio romance, entre mi padre y ella. Eso está inventado totalmente. Nunca sucedió.

Otro personaje de lo más interesante es la amiga de tu abuela materna, que era bruja. ¿Existió esa mujer?

(FG) Sí, eso es verdad, existió. Es la bruja de Brañavara. Puedes buscarlo en Google.

Pero si hay un personaje principal es Alberto Garrido, tu principal alterego, que tiene el sobrenombre de «el infeliz». ¿Estás tan solo?

(FG) Estoy solo porque me da la gana. Es realmente muy jodido seguir el ritmo de vida social que tienen los porteños. Yo tengo una vida más o menos aislada en Buenos Aires, pero por pura elección. Nunca pasé por este proceso de vivir con gente muy joven y salir de fiesta. Eso yo nunca lo hice. Cuando llegué a Buenos Aires, al año ya estaba Mila — su mujer, la cineasta Milagros Mumenthaler— embarazada y ahí empezamos a tener vida de familia. Pero de repente me parecía interesante este personaje, Alberto Garrido.

Y también está el personaje de Aldo, con el que, aparentemente, tienes rasgos en común.

(FG) Porque es escritor. Pero Aldo existió.

¿No es un personaje que creas también como alterego?

(FG) No, eso vino luego, cuando una persona leyó lo que tenía escrito y me dijo que Aldo era yo. Entonces lo pensé y empecé a rectificar.

¿Te identificas entonces con Aldo?

(Fran Gayo) No, no es identificación lo que siento con Aldo. Lo que pasa es que todo lo que sucede en Asturias es algo que se me escapa completamente y que va por su cuenta. Es una forma de rendir cuentas con la memoria y todo eso. Y la parte de Buenos Aires sí que hay algo más de constructo de ficción pura y dura. Hay un juego más narrativo. La otra (la parte de Asturias) es memoria, memoria vomitada.

Que de repente aparezca un libro que se llama La Navidad de los lobos en casa de Aldo, bueno, es un juego que se te ocurre y que contrasta más con la parte de memoria salvaje. De hecho, de la parte de Asturias lo único que yo creo que es mentira es el reencuentro con esta nena, con Ángeles, la que le pegaba su madre en el colegio.

¿No te encontraste con ella?

(FG) Nunca la encontré.

Pero, ¿ese episodio se refiere a ella o enmascara a otra persona?

(FG) No, es ella. Ángeles, se llamaba. Es que siempre me quedó la cosa de por qué nunca la volví a encontrar.

¿Te gustaba?

(FG) La recuerdo muy guapa, pero es que me rompía el corazón las palizas que le metía la madre.

Eso, entonces, ¿fue real?

(FG) ¿lo de estamparle la cabeza contra el encerado? Sí.

De hecho, tienes una cita en el libro en la que comentas que tenías muy naturalizado lo de las palizas.

(FG) Lo teníamos incorporadísimo todos. Realmente era un miedo muy raro porque solo lo tenías en el momento en el que entrabas en el aula. No es que no durmieses por la noche. Estabas ahí y si librabas y no te caía una hostia a ti, ya estaba, guay. En el momento en el que la tía se levantaba y llevaba una regla en la mano o algo así de madera, sí, estabas temblando como un pato. Y cuando se sentaba ya estabas tranquilo otra vez. Llegaba un momento en el que te animalizaban.

Hay muchos personajes, la estructura tuvo que ser compleja.

(FG) Cuando volví a Buenos Aires fue cuando me di cuenta que me estaba yendo de mambo con los personajes y, por otro lado, no quería dejar a nadie fuera. En este punto es cuando en la pared coloqué un corcho y pegué los nombres con todos los personajes… Y ahí, sí, ya empecé a armar la estructura con fichas de diferentes colores para el momento cronológico en el que sucedían las cosas.

Pero también te dejas a mucha gente.

(Fran Gayo) Claro, dejé muchísima gente. Hay un momento en el que tienes que ser práctico y asumir que si sigues sumando gente en el libro se va a convertir en un puto galimatías que no se va a entender nada. Eso sí, también tomé la decisión de ser buen anfitrión y cuidar a la gente que se quedase adentro.

No está Mónica Vacas —su primera mujer y con quien creó el grupo musical Mus—

(FG) No, no.

Ni tu hermano.

(FG) No, no [risas]

¿Por alguna razón?

(FG) Porque, básicamente, no sé si querrían estar. Es complicado escribir un libro así porque luego tienes que presentárselo a la familia y por muy cariñoso que seas siempre hay gente que se puede sentir ofendida o incómoda. Entonces, falta una tía que es una hermana de mi madre, falta mi hermano, falta gente ahí… Pero, bueno, sumar y sumar más gente no sé si aportaría algo. Y tampoco sé si los que no están notan en falta no aparecer en el libro. Te diría que igual hasta respiraron.

Eso seguro [risas]

(FG) Sí, seguramente.

El hijo: principio y final

En el principio de todo, y lo advertimos en el final, era el hijo. Es algo que está ahí, presente en cada descubrimiento que Fran Gayo hace. Más allá del propósito de recuperar la memoria también está la forma en la que el padre le dice al hijo que desconfíe de los recuerdos y de las palabras. El hijo tiene que saber que los recuerdos y las realidades son solo construcciones. Después de todo, no hay nada que explique más el mundo que la idea de liquidez. Por otra parte, percatarse de que todo es híbrido y mutable nos libera de la carga de un pasado que, a pesar de ello, nos define. De ahí su valor. Entre lo líquido y lo sólido se abre un camino a lo anímico que reconforta.

Porque el propósito, escribes en el libro, era explicarle a tu hijo, en cierta forma, quién eres en realidad. Porque para él casi tienes que ser alguien exótico, ¿no? Alguien que sí, es su padre, pero habla de otra forma, viene de un lugar lejano… ¿Eso es así?

(Fran Gayo) Yo creo que ese momento que se hace al final del libro es bastante clave. Mucho más clave de lo que parecía a priori. Cuando estaba escribiendo esto me daba cuenta que era el núcleo del libro, el hecho de contarle a mi hijo una versión de mi vida completamente novelesca prácticamente.

¿Qué edad tiene tu hijo?

(FG) 11 años.

No habrá leído, como tal el libro, ¿no?

(FG) No.

Aunque se lo habrás contado.

(FG) Sí, mi hijo conoce la mayoría de las historias que salen en el libro.

Es que claro son once años ahora, que cuando empiezas a escribir el libro tendría 9, era muy crío.

(FG) Son historias que, si se las simplificas, son perfectas para contar a un nene. Son relatos como orales y creo que los críos ahora tienen una relación muy extraña con lo rural porque para ellos es completamente desconocido.

Pero imagino que conocerá Asturias, ¿no?

(FG) Sí, pero muy poquito.

Claro que si le cuentas todas estas cosas que aparecen en el libro es otra Asturias en realidad, es como algo muy antiguo.

(FG) Sí, es una Asturias muy antigua. Para él y para todos los críos de su generación el terror pasa más por los Creepypasta. Pasa más por el mundo de personajes que hay hoy en día.

Y luego ocurre también que, de todas formas, a nuestros padres, generalmente, nunca llegamos a conocerlos del todo. Entramos en su vida cuando ya tienen cierta edad. Lógicamente, además, es muy pequeño para darse cuenta de dónde vienes y todo eso. Y, por otra parte, los padres tienden más a crear toda una mitología a su alrededor, buscando ser en cierta forma héroes. Creo que, del mismo modo, es lo que pretendes porque no puedes evitar ese sesgo casi epopéyico al que recurres para contarle a tu hijo quién eres para que así te tenga como en un pedestal.

(Fran Gayo) Y es eso, en contraste, siempre, con el silencio de la madre.

La madre, ¿por qué?

(FG) Yo tengo esa sensación de que las madres nunca tienen esa necesidad de narrarse a sí mismas.

También puede ser al revés. A veces sabemos mucho menos de los padres. Yo creo que eso ya depende de cada situación personal.

(FG) No sé, es un poco la percepción que tengo por mi propia experiencia. O sea, mi sensación es que yo creo que las madres se narran más en el día a día, y desde lo cotidiano, y los padres entran más en el terreno de la épica y de cosas del pasado. Y yo soy así, desgraciadamente. O sea, respondo a ese patrón al 100%.

Y ese es el objetivo cuando escribes el libro, contarle a tu hijo las cosas desde ese lugar.

(FG) Sí, pero también disponerlas de tal manera que si lee el libro dentro de 10 años, o de 15 años, se dé cuenta de esa especie de manipulación de los recuerdos y de la realidad.