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Quitándose el bombín para hablar cara a cara con la cámara, Joaquín Sabina nos muestra en ‘Sintiéndolo mucho’ su versión más sincera que, irónicamente, está llena de incongruencias
Joaquín Sabina es un nombre conocido hasta en el último rincón hispano hablante. Sin embargo, poco se sabe del hombre más allá del bombín, ese que se pone cuando sube a cantar. Él mismo declara que es una distinción difícil de apreciar, incluso para sí mismo. Sintiéndolo mucho es un documental que intenta dar con la persona detrás del mito. Aranoa lleva más de diez años encuadrando a Sabina en su hábitat natural. Esos rincones oscuros, plagados de whisky y de guitarras sonando en la madrugada. Como todo animal en peligro de extinción, el origen de Sabina no está del todo claro. Se sabe que nació en Úbeda, pero es en México donde le reciben como en casa. Estamos ante el relato de un hombre que, pese a ser ateo, ha cruzado el desierto y, al echar la vista atrás, el viento ha borrado sus huellas.
Incluso para el propio Sabina, distinguir al sujeto de su sombra es una tarea complicada. El hombre que sale al escenario no es el mismo que habla con la cámara de Aranoa. Uno es un avatar que se ha labrado un camino de fortuna y gloria. El otro es el mismo vagabundo, cercano y alegre, que sigue disfrutando del mundo de la noche y todos sus placeres. Gracias a uno, el otro ha podido seguir viviendo. Como si de siameses se tratase, allá donde uno va a cantar, el otro le sujeta la copa. De hecho, no hay una sola escena en la que no lleve un vaso en la mano. Sabina nos habla como si fuese un amigo en apuros que, por fin, se decide a hablar. Con un tono descorazonado y sincero, se ríe de sí mismo, connotando ser alguien que no se toma demasiado en serio.
Lejos de quedar como un hipócrita, Sabina se quita su bombín para reencontrarse con su identidad. En su discurso siempre prima el arte. Está claro que el bagaje cultural que posee es descomunal. Como si de un puente se tratase, su obra sirve como un concilio entre las dos personas que conviven dentro de él. Sus letras, un mapa que traza una línea entre el punto de inicio y a dónde ha llegado, dando tumbos entre medias. Sintiéndolo mucho está llena de eso que Chaplin llamaba comedia, entendiendo esta como tragedia más tiempo. No obstante, sin conformarse con ello, Aranoa desciende hasta el corazón de Sabina para toparse cara a cara con su conflicto interno. Al igual que sucede con Jake LaMotta en Toro Salvaje, Sabina sigue, a día de hoy, boxeando con el hombre del espejo.