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A través de un tratamiento estético propio del parnasianismo francés, ‘los Pasajeros de la Noche’ emana un tono poético que cautiva por sus detalles formales y su relato intimista
Justo antes de que acabe la noche, existe ese momento, previo al amanecer, donde la luz y la oscuridad conviven en armonía durante unos minutos. En fotografía, este momento se conoce como la hora bruja. A partir de este concepto surge uno de los temas más paradigmáticos de Los Pasajeros de la Noche. Ya sea por ocio o por trabajo, los personajes principales se mueven casi exclusivamente en entornos nocturnos. Estos dotan a la obra de un tono reflexivo, en el que los silencios y las miradas transmiten una profunda melancolía. De esta forma, la noche connota un espacio de duelo, una pérdida del rumbo vital colectivo que todos intentan superar a su manera. Inevitablemente, la resolución a este conflicto surge de atravesar juntos esa etapa oscura, hasta que llegue la hora bruja.
Aparentemente, la joven Talulah es la que mayor carga dramática parece portar como personaje. La película nos la presenta vagando sin rumbo por los metros de París de noche, guiándose con los minimapas de las paredes. Indirectamente, las luces que estos emiten la conducirán a casa de Elisabeth, que se convierte en un faro para la joven. Talulah, hasta entonces perdida en la noche, encuentra así esa familia que tanta falta parecía hacerle. Por otra parte, Elisabeth es una madre de familia recientemente separada al cargo de dos hijos que mantener, sin tener ninguna experiencia laboral previa. Tanto el personaje de Talulah como el de Elisabeth invitan a una evolución más que interesante en ambos casos. Sin embargo, mientras que Elisabeth parece evolucionar, el arco del personaje de Talulah va tomando un tono destructivo.
Mikhaël Hers hace de la poesía visual la tónica dominante en la dirección. Gracias a una construcción narrativa pausada, propia del género del drama, el guion da pie a desarrollar cierto gusto por los detalles visuales. Sin llegar a perderse en estos, la obra se toma su tiempo para reparar en una caricia, un amanecer o un desayuno en familia. La fotografía es el elemento que, por su preciosismo y delicadeza, más ayuda a captar esta intención formal, presente desde la dirección. Por las noches, durante los momentos en familia, los colores del hogar se vuelven cálidos, mientras que en la calle priman tonos fríos. La fotografía connota así el contraste entre el mundo exterior, un entorno hostil, frente al hogar como refugio.