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Leyla Bouzid nos regala en ‘Una historia de amor y deseo’, su segundo largometraje, una oda al nacimiento del amor y el autodescubrimiento con asombrosa elegancia y sencillez
Un joven se ducha en la intimidad de su baño. Sin embargo, una cristalera difumina su cuerpo impidiéndonos contemplar a su protagonista, Ahmed, en plenitud. Con esta elegancia, en Una historia de amor y deseo, Leyla Bouzid nos cuenta en la primera escena el tema central de la película, el autodescubrimiento sexual. Ahmed es un joven francés de origen argelino que vive en los suburbios de París y acaba de comenzar a estudiar literatura en la universidad. A pesar de ello, no se siente parte del entorno burgués universitario, pero tampoco partícipe del tradicionalismo árabe exacerbado que componen las calles de su barrio. En esta hesitación, una compañera tunecina, Farah, aparece trastocando su vida, evocando sensaciones que jamás había experimentado. Sin embargo, el corazón, cerebro y deseos de Ahmed no están sincronizados. Farah no comparte sus dudas, es libre y segura, y trata de desencorsetar la timidez del chico.
Es así como Ahmed comienza un viaje de idas y venidas, de avances y retrocesos en búsqueda de comprender de qué naturaleza es el fuego que emana en su interior. La literatura irrumpe en el filme en forma y fondo cuando Ahmed descubre un libro de literatura erótica árabe que sirve para ilustrar los más puros sentimientos y deseos de los dos jóvenes. La sutileza en la dirección de Leyla Bouzid es uno de los puntos fuertes de la cinta. En el inicio, la directora compone planos tan estáticos como el protagonista. Pero gradualmente se dinamizan conforme Farah y Ahmed conectan entre sí. También se advierten ciertas influencias temáticas de la obra de Abdellatif Kechiche, poniendo énfasis en las diferencias culturales de los jóvenes provenientes del norte de África, tan latentes en Francia.
Una historia de amor y deseo plantea en apariencia la vicisitud moral de Ahmed entre deber y placer de forma clásica. No obstante, mientras la relación avanza, mediante un escueto pero preciso metraje, este debate poco a poco va cogiendo tintes poéticos. ¿Debería el amor puro ser consumido? Nos preguntan los poetas referenciados en esta sorprendente obra. Y aunque Farah hace constantes intentos por convencer a Ahmed para que afirme esta cuestión, éste no lo sabe, y nosotros, como espectadores, nos desesperamos deseando que Ahmed se acepte, deseando que ame y que acepte ser amado. Deseando que acepte su deseo.