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Partiendo de un guion plenamente consciente del poder simbólico intrínseco en sus motivos formales, ‘Queso de cabra y té con sal’ recicla estos a favor de una economía narrativa
Por norma general, si un objeto, acción o idea se reitera a lo largo de un relato, su carga dramática aumenta. Desde siempre, el cine oriental ha demostrado un gran dominio respecto a esta repetición funcional de los elementos visuales. Son motivos como la espiral en Vértigo, o el monolito en 2001. Una odisea en el espacio los que, de manera intrínseca, manifiestan el tema principal de una obra. En el caso de Queso de cabra y té con sal, hablamos de un guion que confiere un uso reciclable a sus elementos visuales. Partiendo de esta intención, la película codifica sus líneas argumentales más importantes mediante los mínimos símbolos clave posibles. En otras palabras, toda acción u objeto que se reitera durante el metraje cumple con el propósito de profundizar en la narrativa. Esto se traduce en una economía de recursos narrativos que permite un ritmo fluido de los acontecimientos.
La industria minera viene para explotar los recursos naturales de Mongolia. Este sería el contexto del relato. En medio de esta coyuntura, la familia de Amra, un joven de 12 años, cría cabras para vender sus quesos. A medida que avanza la trama, estos quesos cobrarán una importancia considerable en el conflicto principal. Cuando Erdene, el padre de Amra, fallece, este es enterrado en la parcela familiar. A partir de este punto, la tierra deja de ser un espacio físico en peligro para cobrar una dimensión más profunda y personal. Es a través de la tierra como elemento formal como se unen el contexto y el conflicto de Amra. Por otro lado, la venta de los quesos de cabra, una tarea que trasciende de padre a hijo, connota así la idea del relevo generacional. Los quesos, al igual que la tierra, son uno de los elementos con más peso dramático.
Mientras que en el plano inicial contemplamos parajes fértiles, llenos de flora y fauna, la película cierra con ese mismo plano pero carente de vida. La tierra funciona como nexo entre el contexto narrativo y el arco evolutivo del protagonista. Por una parte, es un lugar familiar amenazado por la industria minera. Por otro lado, también representa ese vínculo entre Amra y su difunto padre. Sin embargo, este no es el único elemento formal que cohesiona las dos partes del relato. El afán que siente Erdene por proteger la tierra de sus ancestros se condensa en una canción que este enseña a su hijo. Para Amra, cantar esta canción es una manera de mantener vivo a su padre y su mensaje. En resumidas cuentas, Queso de cabra y té con sal recicla sus motivos visuales más paradigmáticos, optando por una economía narrativa profunda y fluida.