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Más caricatura que parodia ‘Peter von Kant’, de François Ozon, funciona como comedia hilarante, pero se resiente en los preceptos morales y sociales que disfrazan a Fassbinder
No es la primera vez que François Ozon adapta una obra de R.W. Fassbinder. Lo había hecho en Gotas de agua sobre piedras calientes. Ahora vuelve a acercarse, sin ningún tipo de pudor, a una de las piezas fílmicas cumbres del cineasta alemán. Nada menos que a Las amargas lágrimas de Petra von Kant. Lo hace en Peter von Kant con irreverencia y mucho sentido del humor recurriendo a ella para retratar al autor de la misma. Y sin importarle demasiado si en el camino se deja algún órgano fundamental para darle vida. Con lo cual, la sensación final es extraña. ¿Es un homenaje o qué es exactamente?
Aquí, la versión es a la inversa que en la clásica película de 1972. Petra es Peter y ya no es una diseñadora de moda sino una réplica corrompida de un Fassbinder que ha dejado de ser un bello animal salvaje y sexual para convertirse en otro doméstico e histriónico. Ha perdido todo atractivo. Por lo tanto, solo le queda utilizar el poder que le otorga su reputación como creador para ganarse el favor sexual de jovencitos. En la práctica fílmica ni siquiera funciona si pensamos que se trata de una fabulación, de una invención para que el público se divierta con sus salidas de tono. Eso no quita que Denis Ménochet esté soberbio. Ridículo, pero soberbio. Por otra parte, la presencia de Hanna Schygulla —actriz fetiche de Fassbinder— se advierte como un personaje desprovisto de su carisma.
Si hacemos un paralelismo, que lo hay, entre lo que sabemos del autor de Todos nos llamamos Alí y el impostor que se cuela en Peter von Kant la brecha entre ambos es demasiado grande. El personaje que interpreta Khalil Gharbia se mira en Hedi ben Salem, que fue amante de Fassbinder. Pero en la película se abusa del estereotipo cuando, precisamente, si por algo fue grande el cineasta alemán fue porque rompió con todo precepto moral y social. Tanto en su vida personal como en su trayectoria cinematográfica no hay ningún vestigio de conservadurismo o pautas sociales aprendidas. No obstante, a pesar de todo, como comedia hilarante que recuerda a uno de los cineastas más sorprendentes del pasado siglo, funciona. François Ozon sabe muy bien cómo capturar a las audiencias con su estilo nervioso y directo. La comedia la resuelve sin contratiempos pero brilla más en el drama.