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Utilizando la introspección como punto de partida para dialogar con el subconsciente, ‘Los renglones torcidos de Dios’ propone un viaje al centro de la psique a través de los recuerdos reprimidos
El descubrimiento de uno mismo implica un descenso a los rincones más oscuros de la mente. Esta es la premisa de la que parte Los Renglones Torcidos de Dios, una película con manual de instrucciones que invita al espectador a replantearse su visión de la misma en todo momento. En otras palabras, “No te creas todo lo que crees”. Desde los primeros minutos de metraje se nos introduce en un juego de luces y sombras en el que nada es como parece. Al fin y al cabo, la realidad es un concepto intersubjetivo y cada uno es libre de interpretarla a su gusto. Un concepto del que la cinta se cuida de advertir al espectador en varios momentos clave.
Alice Wool, interpretada por Barbara Lennie, es un reflejo de la Alice de Lewis Carroll. El psiquiátrico donde se introduce representaría el País de las Maravillas. Es en este espacio físico donde ella dialoga con su psique convirtiendo así al psiquiátrico en una extensión de sí misma. La incapacidad para distinguir la realidad de su propia ficción supone un paralelismo con varios personajes del género. Algunos de estos podrían ser Teddy Daniels en Shutter Island, o McMurphy en Alguien voló sobre el nido del cuco. Al igual que ellos, Alice es un personaje desdibujado en cuanto a su propia identidad. Abundan los elementos formales que nos muestran esta dimensión. Uno de los más destacables es un plano de su rostro reflejado en un espejo roto, connotando la personalidad quebrada de Alice. En su vestuario priman los colores blanco y negro, fuerzas contrapuestas entre sí que conviven dentro de ella.
Los renglones Torcidos de Dios nos sitúa frente a un protagonista de naturaleza edípica. Alice se encuentra en todo momento en busca de la verdad interior con una sombra que ella misma parece desconocer. Al igual que en el relato de Sófocles es indagando en el pasado como conocemos el presente. Existe la falsa convicción de haber llegado al fondo del asunto en varios puntos de la cinta. Un recurso arquetípico del thriller: el falso caso cerrado. Sin embargo, un último giro nos desvela un final abierto que permite, en última instancia, sumarle una capa más de profundidad a la narrativa. Al fin y al cabo, “Si repites 1.000 veces una mentira, acaba convirtiéndose en verdad”. Aunque no deja de ser una falacia.