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En la última entrega de la saga, Halloween: El final, dirigida por David Gordon Green, se renueva al antagonista relevando así al portador de la máscara y perpetuando el legado del mal
¿Los monstruos nacen o se hacen? Es la pregunta que plantea la última entrega de la saga de Halloween. El mal no es algo externo, ajeno a nosotros, sino una flor que crece en nuestro interior cuando encuentra un suelo fértil. Este es el tema que domina la narrativa de Halloween: El final. Una obra que, consciente de haber repetido su propia fórmula numerosas veces, renueva su planteamiento a través de elementos formalmente novedosos. En otras palabras, esta no es una cinta de Halloween al uso. No obstante, sí que podemos apreciar en ella los elementos más característicos del slasher. Más allá de esto, comparándola con la original, posee un tempo mejor marcado con una división entre actos más equivalentes entre sí. Es aquí donde se manifiesta la amplia experiencia de Carpenter como guionista y una cohesión en la narrativa propia de un cineasta repleto de experiencia.
Los momentos que, por su brutalidad, pautan el ritmo de las primeras películas, se introducen en Halloween: El final como forma de mantener una continuidad en cuanto al género del slasher. Sin embargo, la aportación más interesante es su personaje protagonista y su evolución durante la cinta. Volviendo a la violencia, las secuencias de asesinatos son excesivamente grotescas y pretenden revolverle el estómago a un espectador cada vez más insensibilizado ante esta. En este aspecto, deja de lado la sutileza de su predecesora, la de 1978. Es el personaje de Corey quien comete una ola de crímenes, perpetuando así el legado de Michael Myers. El primer punto de giro sucede cuando Michael arrastra a Corey a las profundidades de la alcantarilla donde este vive. Es a partir de esta escena como Michael encuentra la manera de hacer aflorar en Corey el mal latente en su interior.
El subtexto está perfectamente adaptado a las necesidades del guion que recurre a detalles visuales tales como la alcantarilla donde habita Myers. Este espacio, carente de luz, representa la naturaleza del asesino más longevo de la historia del cine. Allison lleva una careta de gato negro durante la fiesta, connotando así la predilección del personaje por la mala suerte. Es decir, la relación que mantendrá con Corey a partir de esa noche. Precisamente, Allison ejerce de enfermera porque pretende curar a nivel metafórico a Corey de su desunión, la cual es una evolución irreversible. Sus acciones suponen el último intento de erradicar el crecimiento de esta destrucción. Un parásito que lleva persiguiendo a su familia mucho tiempo. Porque, como su abuela enuncia, el mal nunca muere, simplemente cambia de forma. Un concepto presente desde los créditos iniciales a través de esa calabaza que se destruye y regenera constantemente.