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En su ópera prima, ‘En los márgenes’, Juan Diego Botto demuestra que puede manejar un relato complejo sobre las crisis sociales haciéndolo simple y conectando, al mismo tiempo, con la audiencia
En su debut como director Juan Diego Botto marca un pulso a las crisis sociales y económicas que se han convertido en un mal crónico. Lo hace porque En los márgenes es una película profundamente filantrópica. Así, lo humano emerge como una fuerza que busca dar alivio a los más desfavorecidos. Desde este proceder se realza la compasión frente a la especulación, la solidaridad frente a la voracidad del capital que no atiende menesteres humanos. A pesar de ello, este drama socialrealista no se congratula recurriendo a una esperanza ficticia que se ampara en la promesa. Con un propósito muy marcado Botto demanda un efecto en la audiencia. Apura hasta la última bala para despertar una conciencia social dormida en la sociedad cuestionándonos directamente como espectadores. ¿Cómo podemos permanecer indiferentes ante la desgracia ajena? ¿Hasta qué punto podemos quejarnos si no nos comprometemos con los otros y formamos comunidad?
Persiguiendo la celeridad que marca el thriller que trascurre en una única jornada, En los márgenes no tiene un desarrollo sorpresivo pero no deja ningún elemento al azar. Es metódica en sus elecciones artísticas y marca su línea argumentativa a contrarreloj. En este sentido, es inevitable ver reflejada en sus estrategias a Dos días, una noche de los Hermanos Dardenne. Pero a diferencia de esta, aquí hay un esfuerzo coral por retratar no una cara de los estragos sociales y económicos sino varias. Aunque el peso lo lleva Luis Tosar interpretando a un abogado dedicado al activismo social en un papel que impregna de melancolía e ímpetu, el resto del elenco está brillante. De todos ellos, la interpretación de Penélope Cruz marca un antes y un después en su trayectoria. No será su papel más premiado pero está descomunal como una loba herida protegiendo su guarida.
En realidad En los márgenes donde realmente brilla es en las pequeñas historias que quedan, precisamente, en los resquicios de un guion repleto de momentos culminantes. Esos pequeños relatos son los que conforman un mapa de subjetividades que explican un mundo fracturado que Botto pone en valor aunque sea consciente de que puede ser demasiado tarde. Este es un filme que encuentra en la tragedia de intimidades un lugar desde el que acompañar para que el grito sea más potente. Para ello, no se ensalza un ángulo sino diferentes perspectivas. Estamos ante una narración polifónica que pretende la epopeya porque el esfuerzo, a pesar de todo, nunca es en vano.