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El cineasta Brett Morgen en ‘Moonage Daydream’ no aspira a construir la biografía de David Bowie sino a algo mucho más difícil, dibujar un concepto que sintetice su ideario
Pocos músicos han sabido crear un alterego como David Bowie encarnado en Ziggy Stardust. Pocos han sabido leer en el presente el futuro. Y muy pocos, vista no solo su herencia artística sino su marca personal, encajan tan bien en el presente como él. Pero para llegar a esta conclusión es necesario condensar su legado como lo hace Brett Morgen en Moonage Daydream. Un bio-documental musical de síntesis que es capaz de crear una imagen completa a través de fragmentos. El cineasta estadounidense prescinde de la entrevista de allegados y crea un retrato no especialmente figurativo. Para ello, sondea meticulosamente en la amplia discografía de la estrella pop para extraer los temas que, más que explicar su biografía, dibujan un paisaje y una atmósfera que resume el ideal de libertad al que aspiraba el artista.
De Nosferatu a Un perro andaluz, de 2001: Odisea en el espacio a La naranja mécanica, Morgen va salpicando la película de elementos que permiten crear un gabinete de curiosidades que recrea el arquetipo. La intención no es otra que la de evitar la biografía que sea prescindible para mantener un diálogo con el público. Cuando Ziggy se define como alguien que no quiere que le atribuyan etiquetas y que acepta el caos como estímulo de cambio inherente a la vida está ya avanzando muchos de los debates de hoy en día. ¿Qué nos define más allá del estereotipo? Su huida hacia adelante es su forma de tender puentes, de enlazar ideas, de no permanecer mucho tiempo en un mismo lugar para no estancarse. Y todo este cúmulo de idas y venidas es lo que busca este documental. Lo logra, sin triunfalismos, haciendo de la música un escenario común.
En realidad no hay muchas sorpresas. Pero ni se anuncian, ni se esperan. Flotar en un hábitat que logra definir una identidad artística es más que suficiente. No obstante, sí hay algún detalle de su biografía inesperado, al menos, para los que no son sus seguidores más acérrimos. Son pistas fundamentales que nos ayudan a entender mejor una obra construida con precisión, un personaje en evolución constante al que Bowie, muy inteligentemente, defendía con descreimiento hacia sí mismo. Moonage Daydream llega con afán de romper el molde de muchos de los documentales musicales que hemos visto últimamente. Lo hace sin ser abrupto. Únicamente dejando que la música fluya y que los elementos a su alrededor compongan un todo que la hagan vibrar más alto. No es magia. De lo que se trata, únicamente, es de seguir el compás para entrar en un cosmos privado que hace público sin amarillismos.