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Tres cineastas de altura, Ulrich Seidl, Petr Václav y Christophe Honoré, compartieron protagonismo en la jornada más intensa, hasta el momento, del Festival de San Sebastián 2022
La crónica 3 del SSIFF venía precedida de la polémica. Esta llegaba con el estreno de Sparta, de Ulrich Seid, acusado de maltrato a menores. Ello provocó un pulso con el festival y más concretamente con su director, José Luis Rebordinos, que se mantuvo firme en su decisión de no cancelar su proyección. Así que a primera hora de la mañana del día 18 el pase de Sparta no sufrió ningún tipo de incidente. Y la sorpresa es que el filme resultó ser, de hecho, el más comedido del cineasta austríaco. Acostumbrados a sus sórdidas escenas de abusos de toda índole, personalmente esperaba otra cosa. Pero no. Aunque la película trata el tema de la pedofilia, su delicadeza, incluso, sorprende. La mirada aquí es respetuosa y el tratamiento narrativo, impulsado por una puesta en escena sobria, evita la provocación.
Visto lo visto, la polémica le sienta bien a Sparta y los comentarios que he podido escuchar son todos positivos. Si bien atendemos al ímpetu obsesivo de un personaje central, interpretado con aplomo por Georg Friedrich en un papel que maneja a la perfección, este no se permite llevar a cabo sus fantasías. Y ante esta dualidad y sufrimiento logramos entrar en su mente. Es una película que recurre a estrategias psicologistas condicionadas por los fueros internos de una historia que nunca se desborda. No obstante, y a pesar de su tino, no sorprende especialmente en el itinerario de Seidl. Sí sorprende, en cambio, Il boemo de Petr Václav, tanto en el conjunto de su trayectoria como analizada independientemente. Virtuosa y prolífica visualmente su mayor interés, aunque tiene muchos, radica en cómo se vale de la ópera para componer un guion que es operístico.
Con un trabajo de producción importante y fastuoso, la belleza de Il Boemo recala en la fuerza de sus imponentes decisiones narrativas que siempre buscan el cenit. Acompañada en todo momento por la música que guía a los personajes y los afecta, podría interpretarse como una película que redimensiona los musicales otorgándoles el sentido del que muchos carecen. Con esta táctica repleta de peligros que sabiamente sortea, no resulta ser una cinta redundante ni pretenciosa. Adjetivos que sí podrían aplicarse al último trabajo de Christophe Honoré, Le Lycéen / Winter Boy, que parece emular al Sorrentino de Fue la mano de Dios. Mostrando su trabajo más personal Honoré pierde, sin embargo, su acostumbrada exquisitez. Aunque su personaje resulta entrañable se percibe un narcisismo que no puede evitar. Aparentemente muy aspiracional, es una cinta que persigue la palabra y la acción pretendiendo la aprobación y enorgulleciéndose de sus escaramuzas vitales.