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Situada durante la conquista del oeste, ‘Meek’s Cutoff’ se aleja de las leyendas honrando a las mujeres y los nativos americanos, los grandes olvidados del wéstern
El wéstern es probablemente el género cinematográfico más mitificado de la historia del cine. De él, destacan cineastas tan diferentes como John Ford, en su vertiente clásica; o Sergio Leone en el spaghetti western. Sin embargo, en una época en la que estas películas ofrecían pocas innovaciones, Kelly Reichardt entregó en 2010 un caso diferente, Meek’s Cutoff. Situada en Oregón, en 1845, el guion de Jonathan Raymond sigue a un grupo de colonos en busca de la tierra prometida. Durante el viaje se encontrarán con un nativo americano que dividirá al grupo. Unos confían en él, los otros no. A partir de esto, se presenta un proyecto que trata un tema aún muy vigente, el racismo. Mientras, por medio de la protagonista, Emily Tetherow —Michelle Williams—, se retrata el papel de las mujeres en una época dominada por la presencia masculina.
En un periodo tan explorado como la conquista del oeste, Meek’s Cutoff muestra a sus personajes como personas, no como leyendas. La película, para esto, usa al montañero Stephen Meek, una persona real que lideró a gran cantidad de colonos a lo largo de su vida. Este hombre sentía un fuerte odio hacia los nativos, y se encargaba de trasladar el terror a sus acompañantes. Por supuesto, al aparecer el indígena, la gente trata de matarle. Sin embargo, cuando se pierden tendrán que depositar la confianza en este rehén, que está más preparado que su líder. Comienza entonces un segundo viaje, psicológico, que llevará a los captores a abandonar los prejuicios que tenían hacia esta gente. Cuando esto se aborda, posteriormente, las referencias a Wind River, de Taylor Sheridan, y Hostiles, de Scott Cooper, son evidentes. Más contemporánea la de Sheridan. La otra, más clásica.
Cuando el wéstern tenía un mayor protagonismo masculino, Meek’s Cutoff rompe la regla mostrando el importante rol de las mujeres. Son dos intérpretes, Michelle Williams y Zoe Kazan, las que cargan la trama. Lo que aquí se busca, sin caer en el melodrama, es mostrar como ellas tenían un papel igual o mayor que el de los hombres. Por ejemplo, tanto Williams como Kazan tienen personajes diferentes. Por un lado, la Emily Tetherow de Williams es más directa, contradice muchas de las decisiones. Por el otro, su contraparte es la Missie de Kazan, más inocente y de mentalidad más cerrada. Esta última, a raíz del encontronazo con el nativo cambiará su forma de ser, y mostrará una evolución hacia una forma de pensar más progresista. Estos personajes son una innovación, y otros realizadores como los Coen les rinden tributo en una de las historias de La balada de Buster Scruggs.
El conjunto de Meek’s Cutoff no estaría completo sin la particular puesta en escena de su directora. Ella regresa al formato más clásico, 4:3, pero se aleja de las normas preconcebidas del género. Esta no es una película de grandes planos generales, es más íntima. A lo largo de su metraje reinan los planos cerrados para mostrar las emociones de los personajes. Con recursos que ya utilizó en Wendy y Lucy, Reichardt hace uso de la cámara para narrar desde ahí, en lugar de recurrir a los diálogos. Son los largos planos secuencia, donde la cámara está fija, tal y como muestra el trabajo de cada uno de los partícipes. La directora se toma su tiempo para contemplar el duro esfuerzo que realizan sus personajes. El resultado es un proyecto distinto, que bebe del clasicismo y a su vez cambia las normas, destinado a convertirse en un clásico contemporáneo.