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Con la adaptación de Marie Chapdelaine, Sébastien Pilote reformula el género del coming of age a través de un lírico retrato familiar
La familia Chapdelaine siempre ha soñado con una tierra fértil y sana, rodeada de gente y con mejores condiciones. Por ese motivo, siempre han trabajado de manera incansable, bajo todo tipo de adversidades y condiciones climáticas. El contexto en el que se encuentra la familia es lo que marca la narrativa en Maria Chapdelaine, una adaptación de la novela homónima de Louis Hémon. En ella, Sébastien Pilote consigue traducir en imágenes las palabras para cultivar un coming of age de gran sensibilidad y profundidad, siguiendo a la hija mayor de la familia, Maria. La joven, que acaba de cumplir diecisiete, vuelve a casa tras su primer viaje. A pesar de haber estado tan solo un mes fuera, ha sido testigo de cómo otras chicas de su edad comienzan a estar prometidas. Ahora, se encuentra en medio de un gran dilema que le acabará encaminando hacia la vida adulta.
Una de las primeras secuencias del metraje ya introduce la transformación de la adolescente. En ella, mientras padre e hija cruzan una fina e inestable capa de hielo para volver a casa, Maria anuncia la primavera. Es época de florecimiento y este fragmento es la primera semilla que cultiva el metraje. Desde ahí, el guion funciona de manera austera y sencilla con diálogos sobre la vida de los Chapdelaine en el campo y su arduo trabajo. Entre ellos, se tratan con respeto y distancia mientras que las miradas, las sonrisas y la propia cotidianidad muestran ese fuerte vínculo que les une. Y es que, en realidad, el entorno familiar se pinta a través de esos pequeños gestos y acciones que van cambiando con las épocas. De hecho, Sébastien Pilote va más allá de una adaptación audiovisual, reformulando el género del coming of age hasta llevarlo hacia un estado maduro.
El camino hacia la vida adulta se disfraza bajo un retrato familiar, que sigue el estilo de vida que llevan los Chapdelaine y la pura cotidianeidad. La rutina nos presenta a los padres entre miradas, canciones de desamor y conversaciones diarias sobre el trabajo y las condiciones. La repetición se asienta como un código que se va adaptando a lo largo de ese año que transforma y marca a Maria. Con ello, el crecimiento se vuelve algo totalmente natural que escapa de la dramatización y los excesos, captando todos los momentos de la vida. Es un balance constante. Las malas noticias se mezclan con las buenas y vemos cómo la familia se recompone una y otra vez. Al final, lo que pinta el metraje no es un inicio ni un final, sino un proceso que va a durar eternamente. Junto con Maria todo nace, crece y transita repitiendo el ciclo.