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Cuestionando la empatía y la benevolencia, Radu Muntean en ‘Entre valles’ sorprende con una película de afilados diálogos que esquiva los juicios de moral
Eclipsados, inevitablemente, por Cristian Mungiu, los cineastas rumanos llevan tiempo descubriéndonos un cine que atiende a la condición humana sin filtros. De entre ellos, Radu Muntean es uno de los más desconocidos aunque sea ya un veterano con más de dos décadas a sus espaldas. Desde Furia, su ópera prima, ha logrado sorprendernos con una filmografía que avanza sin miedo a explorar. Hay una seña de identidad muy reconocible en todos sus trabajos porque en ellos su ojo crítico y aguda observancia social es demoledora. Como evita el juicio moral sus relatos acaban siendo atravesados por la propia experiencia del que los mira. Y eso es así desde su primer largometraje en el que se apreciaba un entendimiento tragicómico de la vida con tintes de fábula macabra. Tras un sentido del ritmo y una estética adornada por lo festivo, parecía fijarse en el Emir Kusturica de Gato negro, gato blanco.
Muntean es de los pocos directores que no necesita una línea de trabajo muy cerrada para ser fiel a sí mismo. Ha cambiado constantemente los ángulos y las dinámicas. Sin embargo, sigue mirando mucho las relaciones de pareja y no evita poner de relieve las toxicidades masculinas, a través de las cuales vemos el mundo que nos rodea. Pero incluso en su observación minuciosa no hay rastro de empoderamiento de estas masculinidades. Al contrario. Lo vemos muy claramente en Boogie, una película que adquiere otra dimensión vista desde la actualidad. Los privilegios sociales quedan en la superficie, no para justificarlos sino para evidenciarlos. Vuelve a ocurrir ahora en Entre valles cuando tras un incidente inesperado el grupo de amigos que va en un jeep —2 mujeres y un hombre— saca a relucir sus verdaderas personalidades.
Todo arranca con un convoy que se dirige a las montañas para llevar sacos de comida, en vísperas de Navidad, a la población más vulnerable. De este convoy uno de los jeeps se sale del camino trazado para ayudar a un anciano que se encuentra en el trayecto. Pero lo que juzgaba ser un aliciente más que incentivase las ganas de aventura, acaba resultando en tragedia. El 4×4 se queda varado y no puede proseguir el camino. Llega la noche y el frío penetra en la piel y los huesos. Los tres amigos empiezan entonces a evidenciar su verdadera naturaleza. Los diálogos explotan y las líneas de guion florecen en arrebatados juegos orales que aparentan obedecer a la improvisación más acertada. Nuevamente, la mordacidad de Muntean, que hace un soberbio trabajo de escritura junto a Alexandre Baciu y Razvan Radulescu, es sorprendente.
Con un equipo de trabajo prominente, tanto del lado técnico como interpretativo, Muntean dirige su película más inesperada. La tensión que genera nunca decrece. Y algunas de las secuencias contienen la misma adrenalina que El salario del miedo de Henri-Georges Clouzot. Para rematarlo, no busca un epílogo que esperábamos desde el principio. La intención parece, en todo momento, la de congelar un momento en el tiempo para hablar de dos mundos opuestos. Uno, está siempre al borde del precipicio sobreviviendo al paso del tiempo. El otro, arropado por el mundo de las comodidades que asegura el mundo moderno y urbano, se siente a salvo. Entre ambos, existe todo un abismo. Y cuando se cruzan, los sentimientos construyen un mapa en el que términos como altruismo o empatía adquieren otros significados. Con ello, la road-movie no logra la epifanía esperada generando un archivo de intenciones que resguarda una forma de ver.