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El conflicto entre Siria e Irak se personifica en ‘Sinjar’, un drama social en el que Anna M. Bofarull retrata, desde un punto de vista femenino, lo invisible de la guerra
Resuenan disparos en un fondo negro. Continúan los gritos y el llanto. La película Sinjar se localiza en la frontera entre Irak y Siria, es un secuestro. El inicio ya marca la crudeza del metraje. De tal manera, Anna M. Bofarull se centra en la historia de tres mujeres separadas, pero todas ellas víctimas del conflicto. Carlota, desde Barcelona, busca exhaustivamente a su hijo desaparecido de 13 años. Mientras tanto, en Sinjar, Hadia trata de proteger a sus hijos de la familia para la que son esclavos. Contrariamente, Arjin, una adolescente que ha escapado de sus captores, se agarra a la esperanza de reencontrarse con su familia y volver a su hogar. Las tres tendrán que sacrificar todo por intentar salvar a aquellos a quienes aman.
La cámara marca la emoción. Los planos adquieren un tono documental. Se realizan largos seguimientos de cámara al hombro, ofreciendo una infinita variedad de perspectivas de los espacios. Por consiguiente, la unión de este vaivén de la cámara con las localizaciones consiguen una identificación inmediata del espectador con las tres mujeres. Se crea una experiencia inmersiva, que supera los límites de lo visible. Las fronteras se desdibujan y la línea entre Barcelona y Sinjar parece no haber existido nunca. Inevitablemente, estas tres tramas se aúnan por las experiencias que comparten más allá de las diferencias físicas y vitales. Esta vez, la guerra no se encuentra en las trincheras. Esta vez, son las propias consecuencias del enfrentamiento: el duelo, la incertidumbre, la pérdida, el dolor, la resistencia y la desesperación.
Es una amenaza constante y no precisamente por la contienda. Se prescinde casi por completo de las armas, de la violencia y de las imágenes de la guerra. Se difuminan los rostros de los agresores o permanecen siempre en un segundo plano y deshumanizados para centrar la atención sobre lo importante: los inocentes. El trabajo que hace Bofarull de investigación trasciende a la pantalla, y las historias de estas tres mujeres cobran tridimensionalidad. Se vuelven universales, ya que más allá de mostrar rasgos definitorios, lo que destilan es el instinto más básico de la humanidad: la supervivencia. Ellas retratan la guerra a través de sus experiencias, de escenarios límites en los que se tienen que sobreponer a los obstáculos. Así, una madre esclavizada, una madre occidental y una adolescente soldado consiguen narrar la guerra entre Irak y Siria a través de un punto de vista puramente femenino.
Cada fotograma esconde una brutal veracidad en él y la cuestión de género trata de visibilizar la cantidad de historias que se esconden bajo números y cifras. Esta vez, esas historias abstractas y distanciadas tienen nombre y cara. Esta vez, no se puede escapar de la realidad. La resiliencia y la esperanza toman la forma de armas en las manos de Hadia, Arjin y Carlota que tratan de resistir a sus circunstancias. Simultáneamente, el silencio y la oscuridad enmascaran la violencia, el dolor y el miedo que sufren. Como espectadores, somos testigos de lo invisible, de lo que esconden las paredes a través de sus caras, de sus reacciones. Por más dura que sea su realidad, deben de seguir levantándose y luchando. Y es que, Hadia, Carlota y Arjin personifican la valentía, fuerza y resistencia de miles mujeres silenciadas, que como ellas, traspasaron sus límites para proteger a quienes más querían.