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Buscando redimir el dolor, Ferit Karahan en ‘Mi mejor amigo’ hace un ejercicio que parece apoyarse en la mirada intimista y sosegada de Abbas Kiarostami
La mentira, el miedo y la opresión. Con estos tres conceptos en la mano el turco Ferit Karahan construye Mi mejor amigo, una película que explora sus propios recuerdos para superarlos. La trama tiene lugar en un internado estatal para niños en Anatolia, Turquía. La violencia está en la atmósfera. La intimidación es visible, pero las represalias o maltratos que vemos en pantalla no tienen el cariz de Playground de Laura Wandel. La cineasta belga en esta película que se estrenó en España en el Festival de Cine por Mujeres quería dejar constancia de la brutalidad que pueden llegar a ejercer unos niños sobre otros. Mi mejor amigo no es tan inhumana ni específica. El bulling lo puede ejercer cualquiera. Un compañero de clase o una persona con autoridad en el colegio. Los profesores entienden que sus métodos disciplinarios son la forma de educar y de hacer respetar la normativa.
Pero lo improbable en los días grises, en la rigurosa disciplina, ocurre. Un niño enferma repentinamente y lo que parecía algo sin importancia acaba resultando un problema de insospechables consecuencias. Y entonces se deja ver otra realidad incluso más dura que la que ofrece la opresión correccional. El internado no tiene a nadie cualificado para atender al pequeño que apenas da señales de vida. Lo que en la escuela llaman enfermería es una habitación prácticamente desnuda. Y los únicos medicamentos que se almacenan son algunas cajas de aspirinas muy probablemente caducadas. Ante esta situación, lo que era un incidente sin importancia, al que los responsables de la escuela no le prestaban atención, empieza a revestirse de gravedad. Entre otras razones, porque para rematar todo, una imprevisible nevada ha dejado a la escuela aislada y no hay forma de trasladar al chico a un hospital.
El argumento en sí no es especialmente original pero la forma de llevar la trama argumental funciona porque mantiene muy bien el suspense. Por otra parte, los movimientos de cámara subrayan con sutileza la sensación de asfixia. Con esta tesitura, la tensión va escalando poco a poco pero no llega a explayarse. Con sagacidad, Karahan es capaz de incluir momentos que quitan un poco de hierro al asunto. Lo cotidiano y lo trivial juega aquí un papel fundamental. Y el niño protagonista que se afana, con desesperación, por salvar a su amigo, hace un papel extraordinario. Su expresión lo dice todo. Y la escena en la que llama a su madre, desesperado por encontrar a alguien que le ayude es inmensa. La mirada intimista y sosegada nos hace recordar al cine de Abbas Kiarostami en ¿Dónde está la casa de mi amigo? Es un filme que busca redimir el dolor.