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Desde la intimidad más versátil y expansiva ‘Tenéis que venir a verla’ es muchas cosas, pero sobre todo, es una película que habla del cine como necesidad vital
Hay películas que repelen al espectador y otras que, por el contrario, lo interpelan convocándolo a un encuentro con la vida, asistiéndolo, arropándolo. Ello nos incita a cuestionar qué es el cine, cuál es su cometido o por qué, a veces, aceptamos como bueno aquello que nos evita. El cine de Jonás Trueba lleva, desde sus inicios, convocando a la audiencia. Haciendo un ejercicio de autopsicoanálisis, en realidad establece un diálogo con los públicos. En este sentido, sus historias son universales. Con el tema de las relaciones de pareja en primer término sus ensayos fílmicos de introspección son, de alguna manera, una reflexión social. Por eso, habrá que ver sus películas dentro de diez, veinte o treinta años para ver cómo éramos y qué espacios habitábamos. Jonás es un cineasta de rostros y lugares. Y un relator de nuestro tiempo al que le interesa más la anécdota que el suceso.
Tenéis que venir a verla, su nuevo proyecto audiovisual, está precisamente fundamentado en lo trivial. Pero, paradójicamente, esta trivialidad se eleva cuando advertimos que hay muchas dinámicas sociales desdibujadas, quizás, por lo anecdótico. Se ha hablado mucho de la gentrificación, pero lo hemos visto muy poco en la gran pantalla. Cuando Susana y Guillermo deciden alejarse del ruido de Madrid capital entendemos que es también para comenzar un proyecto de familia y ganar en calidad de vida. Esto levanta el recelo de Elena y Daniel, especialmente de Daniel, que prácticamente lo percibe como una amenaza a sus procesos personales. Prevalecen más asuntos por los que se pasa de soslayo invitando a otros a proseguirlos, hablarlos, debatirlos. Por ejemplo, el tema del aborto espontáneo. Una cuestión que se plantea como un asunto a desenmascarar, lo que conlleva sacarlo de su tabú.
Pero abordando temas de calado, que quedan en la superficie, la pretensión de Jonás es otra. Su intención es hacer una ovación al cine, a los proyectos pequeños y valientes que se hacen y pueden hacerse. ¿Cómo hacer una película? Demostrando que con poco se puede hacer mucho, Tenéis que venir a verla es un filme que deja constancia de un momento convirtiéndose en bitácora existencial. Porque, como ocurre con Diarios de Otsoga de Fazendeiro y Gomes, registra un estado emocional tras el confinamiento por el COVID-19. Por eso, que no lleve a engaños, aunque por su corta duración —exactamente, una hora y un minuto— pudiera pensarse que es una obra menor, no es así. El realizador de La virgen de agosto hace su ejercicio más expansivo y esencial convirtiendo el cine en un lugar, una casa, un hábitat —de historias y amigos— a proteger.
Casi antítesis de Quién lo impide, porque lo aparentemente complejo se vuelve aparentemente sencillo, este mediometraje —teóricamente, incluso sería un largometraje— tiene además otros alicientes. Como no podía ser de otra forma, la música no solo tiene un papel esencial, sino que eclipsa toda la película en los primeros minutos. El piano de Chano Domínguez suena al inicio como un regalo a los oídos que presenta al grupo de amigos protagonistas. Aquí, a los habituales —Itsaso Arana, Vito Sanz y Francesco Carril— se les une Irene Escolar que encaja muy bien en una cuadrilla que se saben responsables de un diario personal que custodian. No obstante, destaca sobremanera el papel de Arana que desde el principio interactúa con la mirada, creando un lenguaje al margen de los diálogos lleno de desvíos. Ella parece soportar el peso de un personaje que, sin dejar de ser, se sabe alterego de Trueba.