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Bajo el paisaje decadente de una Valencia post-industrial, María Ripoll en ‘Nosotros no nos mataremos con pistolas’ consigue retratar la desilusión de toda una generación
Una amistad marchita y consumida por el tiempo, un reencuentro que se alarga eternamente y un paisaje valenciano que resuena a decadente. Así nace la nueva tragicomedia de María Ripoll, Nosotros no nos mataremos con pistolas, una adaptación de la obra teatral de Vicente Sánchez. La narrativa comienza con Blanca, interpretada por Ingrid García-Jonsson, que tras años sin ver a su grupo de amigos decide invitarles a comer al hogar de su juventud. Mientras la anfitriona cocina la paella, el tiempo se va deshaciendo bajo un paisaje de Valencia post-industrial, retratado por Joan Boardeira. El director de fotografía capta la atmósfera de la película a través del lenguaje del Western, entre horizontes desiertos y duelos de miradas.
La obra instaura el duelo, la pistola y el arma; donde las palabras salen como balas y los silencios son los que matan. Todo en ella son símbolos que tejen la inseguridad de los cinco amigos protagonistas hacia el presente. De tal manera, Valencia y el hogar se convierten en un entorno hostil en el que ellos luchan por volver a reencontrarse con la juventud. Tienen sed de vida y a la vez, la resignación es lo único que les ampara en sus presentes. Por ese motivo, se repite en la película: “es lo que hay”. El grupo tiene sed de fe pero saben que todo a su alrededor es infértil y lejano a sus sueños pueriles. Sin embargo, hay algo que perdura intacto que les ayuda a intentar salir del desencanto: la tragedia del grupo.
Ese pasado congelado que representa la muerte resulta el alivio cómico de la película que entra en conflicto directo con la animosidad del presente. Como resultado, el metraje traduce y enfrasca el sentimiento compartido por toda una generación y su necesidad de evasión. Por ello, los cinco tan sólo intentan escapar: del tiempo, del espacio, de sus realidades y de sus vidas. Son cinco amigos que fracasaron al tratar de cumplir sus sueños. Y eso es lo que les hace ser humanos. Ciertamente, la obra es un canto al presente, a intentar aceptar la vida tal y como llega y adaptarse a lo que hay. A pesar de estar lejos de lo que fuimos y no saber dónde se va a llegar.