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La pieza de no ficción ‘Agrilogistcs’, Premio del Jurado a Mejor Película Nacional en Documenta Madrid 2022, avanza los modos de un documentalismo que evita la mera intromisión
Si algo constata Documenta Madrid 2022 es que el cine de lo real más reciente adolece de autores que quieren dejar su presencia —sea oportuna o no— en su obra. Analizando la sección nacional, en muchas de las cintas que hemos tenido ocasión de ver el cineasta imponía su presencia, incluso forzándola innecesariamente. Es cierto que existen algunas figuras de larga trayectoria que han hecho de esto su sello distintivo y les ha funcionado como marca personal que abrió paso a un nuevo modo de ver y hacer. Un claro ejemplo de ello podría ser, sin ir más lejos, Jonas Mekas a quien Documenta le homenajeaba con un ciclo sobre su obra. Pero emular, en lugar de indagar, siempre es peligroso. Y como ocurre con la voz en off, cuando no hay trabajo de interpretación de la voz o se incluye sin valorar su idoneidad en el conjunto, no funciona.
El nuevo cine que documenta la realidad cuando abusa de ciertos patrones estilísticos que definen las coyunturas más contemporáneas puede perder su propósito como género. En un tiempo en el que, precisamente, los géneros se mezclan y contagian, no obstante, conviene definir una voluntad. Si todo es ficción, si todo está ficcionado, adulterado, intervenido, ¿qué nos queda? ¿Quién para destapar proposiciones que nos permitan entender el mundo que habitamos? En este sentido, y si bien reconozco que la vieja escuela del documental periodístico no es capaz de resolver un cometido cinematográfico que mira al propio medio como canal de creación, se echan en falta ejercicios de verdad. Por supuesto que la verdad es una ilusión. Algo que solo reconocemos en la distancia adecuada. Lo que no está cerca, no existe. Lo que no puedo sentir, lo que no puedo percibir, lo que no puedo interpretar, se desvanece.
Por todo esto, un cine de lo real sin una ambición de acercar y permanecer tampoco trasciende. Si no trasciende, ¿qué realidad descubre? ¿Qué, si se muestra como representación fatua cuya única aspiración es dejar constancia de una presencia o permanecer como testigo de un hecho? Claro está, no se puede acercar únicamente el hecho noticioso ya que entonces pierde el alcance que le otorga lo audiovisual. Es indispensable ir más allá del titular, del descubrimiento, de ese hecho que no ha tenido voz o que permanece en lo local. Esto es, el realizador tiene la responsabilidad de hacer visible una imagen coyuntural y expansiva que va más allá del selfie que emborrona. Si su presencia es necesaria porque es indefectiblemente protagonista del relato, no hay nada que reprochar. Pero si solo señala un hecho que no le reclama, si su presencia condiciona el relato, no tiene razón de estar.
Aunque la COVID-19 ha obligado a levantar, de forma temporal, los proyectos de otra manera, tampoco es excusa. Y menos cuando la propia pandemia ha configurado un cine del confinamiento que sirve para dejar constancia de un momento histórico crucial. Así ocurre en Diarios de Otsoga de Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes. Aquí sí hay presencia de los autores de la obra. Sin embargo, es un recurso que sirve para hablar de la imposibilidad de hacer, lo que convierte al metraje, más que en diario, en contra-diario del confinamiento. Un ejercicio que mira dentro, ahondando en un metacine que resulta ser una de las etiquetas más abusadas de los últimos años, y que con todo, está justificado por su necesidad. Mirando hacia el medio se vuelve entonces necesario para argumentar no solo las trastiendas de lo cinematográfico, sino cómo estas explican un periodo universal que está marcando el rumbo futuro.
Al final todo es cuestión de sensibilidad para discernir si las herramientas, la mirada y la atención son idóneas para la historia que se quiere contar. Y el relato, el peso del relato, ¿es suficiente? Evidentemente no. De las doce películas que compusieron el mosaico de la sección nacional de este Documenta Madrid 2022, una de ellas fue cautivadora. Transitando nuevos modos Agrilogistics, de Gerard Ortín, que además se llevó el Premio del Jurado a Mejor Película Nacional, demostró que hay un cine de lo real que puede transitar, a partir de la mirada de laboratorio, hacia una finalidad. Esta escenifica un paisaje de presente-futuro, que alcanza a ver un panorama de ensueño. Aquel que vislumbra un mundo nuevo a la vuelta de la esquina. Mención aparte merecen Aftersun, de Lluís Galter, que recibió el Premio Fugas; Pez Volador de Nayra Sanz Fuentes y Tolyatti Adrift de Laura Sisteró.