J.Q.L

Arthur Harari en ‘Onoda, 10.000 noches en la jungla’ no presume de una bandera, al contrario, mira con lástima al hombre que el mundo insiste en llamar héroe

Onoda, 10.000 noches en la jungla | StyleFeelFree
Imagen de la película Onoda, 10.000 noches en la jungla | StyleFeelFree

Cuando las bombas empiezan a diluviar crees ver venir las intenciones del director. Uno se espera otra guerra con el mismo héroe. Entonces Onoda comienza a huir. Acelera, se precipita en una caída en la que en vez de aire se hunde en zarzas, ramaje, espesura y miedo. Se aleja de la clásica oda a la muerte adentrándose en un viaje más cercano a Apocalypse Now. No es otra película de guerra. Onoda, 10.000 noches en la jungla habla de la guerra secreta. Una lucha encubierta por los titulares de prensa. Una verdad escondida entre la maleza empuñando un rifle oxidado. De esta forma, Arthur Harari da vida a la historia de Onoda, el último soldado en pie de la Segunda Guerra Mundial.

Si se busca en internet la banda sonora de Onoda, 10.000 noches en la jungla se llevará una sorpresa. El soundtrack del filme no solo está compuesto por piezas orquestales sino también por fragmentos de escenas. Grabaciones en las que personajes cantan sobre el ruido de la maleza y los diálogos de sus compañeros. Este hecho esconde uno de los mayores puntos fuertes. Sus engranajes se funden mezclándose entre sí sin dejar de funcionar. Al igual que en El hombre del norte, la banda sonora y el diseño de sonido son uno solo. Así, se logra una textura envolvente donde la fricción de las plantas al viento y el alarido de un disparo nos hace sentir parte de la isla filipina. A su vez, el audio impulsa cada secuencia llegando incluso a renegar de la música, empleando el silbido del viento entre los árboles y unos insectos que parecen chillar de la angustia.

Hay algo terrible en la guerra que sufrieron las Islas Filipinas. Pero al mismo tiempo esconde belleza. Dejando a un lado la muerte que desataron los ejércitos, el dolor de los soldados estaba envuelto de belleza. Atardeceres anaranjados, mares de quietud translúcida y cuadros de frutos exóticos. Este contraste está perfectamente plasmado en la cinta. Un paraje en el que un trabajo de cámara en mano meticuloso, lejos de los extremos de Salvar al Soldado Ryan, dinamiza las escenas bélicas. De este modo, nos aproxima a la mirada nostálgica de la obra. Un tono que selecciona un filtro de filmación antigua para llenar la viveza de sus colores de algo más que excelencia. La fotografía capta la angustia de los hechos y la melancolía de su director. En conjunto, una obra que mira con cariño y dolor a las 10.000 noches de Onoda, el último soldado en pie.
 

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