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En su opera prima, ‘Hit the Road’, Panah Panahi construye un panorama de peligro constante que traza un camino hacia lo desconocido
La labor de un director no es solo idear planos. Por esto, si bien es inevitable pensar en Jafar Panahi en Hit the Road, la ópera prima de su hijo, hay que reconocer que es un trabajo admirable. Mediante el viaje en coche de una familia que busca sacar a su hijo de Irán consigue un acabado experto. Precisamente esto último, es la otra gran labor del director, coordinar a todos los equipos para lograr una obra compacta y unidireccional. La fotografía y el diseño de arte comparten la textura de desesperación y humanidad a la que señalan los planos. Al mismo tiempo, los movimientos de cámara y la dirección de actores también son un triunfo. A pesar de desarrollarse gran parte de la trama en un vehículo los personajes y la cámara se mueven con completa libertad revelando un liderazgo pulcro que no pone trabas a ideas complejas.
Los planos fijos permiten exprimir al máximo los sentimientos de los personajes. Dejan total libertad a los actores de explotar en la pantalla. Sin embargo, hoy en día son complejos de realizar. Actualmente, la audiencia está acostumbrada a movimientos de cámara continuos y ediciones vertiginosas llenas de contraste. Un ejemplo de esto lo podemos encontrar, en casos extremos, en el trabajo de Michael Bay y más sutilmente en Bo Burham. Por ello, los planos fijos de Hit the Road son tan remarcables. Cada tiro de cámara está lleno de movimiento interno. Los personajes deambulan de un lado a otro chocando e interaccionando entre sí. Los diálogos están abarrotados de interrupciones que aportan ritmo. Aunando todo lo mencionado Hit the Road alcanza escenas multitudinarias, un ejercicio excelso de dirección moderna que no sucumbe a la forma establecida.
Unificando todo los puntos planteados, la primera cinta de Panah Panahi es un triunfo de tono, uno de esperanza y miedo. Esto se observa con claridad en una de las escenas de su tercer acto. Los protagonistas llegan a los pies de una colina. El paisaje más florido hasta el momento. El paraje es verde absoluto. En él, un camino asciende hasta un muro gris, una cortina de niebla que parece cortar el mundo. Esta imagen es la clave. El largometraje es un camino hacia lo desconocido rodeado de dudas. Una sensación de peligro que, aunque no reina, si que inquieta en un segundo plano. Miradas y diálogos sobre quiénes les persiguen y el qué les depara. Personajes que tratan de autoconvencerse de un futuro mejor.