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Con la corrupción de la dictadura argentina de fondo, ‘Azor’ se acerca a una sociedad actual en la que el tema sigue estando a la orden del día
Azor es la ópera prima del suizo Andreas Fontana, que sitúa la acción en la Argentina de los ochenta, en plena dictadura. El realizador crea, bajo este fondo, un thriller político que reflexiona sobre el matrimonio, la corrupción y la colonización. A través de los ojos del protagonista, Yvan de Wiel, banquero privado, se muestra la sociedad de la época, corrupta como la actual. Él trata de descubrir el motivo por el que desapareció su socio, y cerrar tratos con algunos de sus clientes. A medida que los hechos se desarrollan, también lo hace la corrupción, vista por los distintos personajes como un medio para lograr un fin.
Al observar la temática, se nota que la principal influencia de Azor son las novelas de detectives. Cuando se ahonda en este género, se pueden ver ciertos paralelismos en los temas, repetidos a lo largo de muchas películas. Aquí, en particular, en la historia de este banquero se parte de la desaparición de su socio. La tensión crece sola, sin ser forzada, cuestionando, en todo momento, las elecciones del protagonista. Se opta por representar a Yvan como un conquistador europeo, y se hace alusión a ello continuamente. Esto se debe a que él, como muchos otros, ve en la dictadura una oportunidad para cultivar relaciones sujetas a la incertidumbre del país.
Con una estética visual propia de los thrillers políticos de los setenta, se recurre al estatismo de la cámara para mostrar la realidad. Estática, detenida en el tiempo. La cámara está justo en el momento que interesa a los personajes para poder beneficiarse de la situación. El realizador de Azor establece así un retrato de la corrupción que azotaba al país. Una corrupción que como una plaga, se alimentaba de este. Hay una frase en el filme que hace hincapié en este hecho: “Un banquero público es esclavo de sus clientes; el banquero privado los escoge”. A raíz de esto se entiende la situación que vive el protagonista, el cual se considera una víctima de los acontecimientos. Pero es él quien consigue que los corruptos se lucren por medio de su persona.
El matrimonio compuesto por Yvan e Inés de Wiel es otro de los pilares fundamentales sobre los que se cimienta Azor. Y además, Fontana le da consistencia a esta pareja a través del diálogo. Es interesante como el espectador está con los dos personajes a la vez. Aunque uno esté fuera de cuadro siempre conversa y esto realza su presencia. Por otro lado, el director equilibra a Yvan e Inés, siendo ella la que sin caer en el discurso político, muestra la realidad tal y como es. Ambos personajes son fríos y calculadores. Solo se muestran como son entre ellos, porque confían mutuamente el uno en el otro. Han sido creados por el guionista de forma que hagan referencia a los personajes del cine de la época en que se ambienta. Complejos en su forma de ser y actuar, pero con matices que los humanizan.
El largometraje trabaja sobre bases reales lo que otorga una historia con veracidad en sus hechos. Hace una crítica a la banca, puesto que esta considera que el responsable es el cliente. Esto es, los banqueros se ven como las víctimas. Lo que entrega Fontana, en Azor, es un viaje a la corrupción. Con el pasado como reflejo del presente, plantea como esto se ha normalizado. Mediante el peso de los personajes, interpretados por Fabrizio Rongione y Stéphanie Cléau, se transmite los sentimientos de una sociedad agotada. Y este agotamiento es el mismo que vivimos en la actualidad por culpa de esa lacra que es la corrupción, y que nunca se acabará.