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Inspirada en hechos reales, ‘Canción sin nombre’ , el primer largometraje de Melina León, explora la pérdida y el dolor de una mujer andina en la ciudad de Lima en los años ochenta
En la popular canción peruana, Soy provinciano, hay una frase que dice, “Busco un nueva vida en esta ciudad, donde todo es dinero y hay maldad”. La ciudad de la que está hablando es Lima, en 1978. Se puede decir que hasta el día de hoy, esa frase sigue siendo cierta. Pero si hay algo que cualquier limeño te puede decir es que nadie quiere volver al pasado. Especialmente, a la década de 1980. Aquel periodo estuvo lleno de incertidumbre debido a la constante crisis política y económica. Además, hacia el final de ese periodo, el terrorismo perpetrado por Sendero Luminoso y el MRTA, iba a llegar a su punto más alto. Para muchos cineastas peruanos, contar historias sobre esos tiempos es difícil. Sin embargo, en Canción sin nombre, Melina León logra trasladarnos al pasado, de manera genuina, trayéndonos una nueva historia no tan desconocida para muchos.
Como muchos peruanos que vivían en zonas rurales Georgina, la protagonista migra a Lima con su esposo, Leo, en busca de un futuro mejor. Igual que muchos migrantes, viven en Villa El Salvador, trasladándose todos los días a la ciudad para trabajar en un mercado. Al tener pocas alternativas, porque ella está embarazada, vende patatas en la calzada. Es ahí donde escucha un anuncio de una clínica que ofrece servicios para mujeres embarazadas. Para ella, el lugar es un regalo. Pero al nacer su hija, los operadores se llevan a su bebé para realizarle pruebas médicas. Georgina reclama a su hija, pero es evacuada de la clínica y cuando regresa no queda nada. En un instante, su vida da un vuelco inesperado. Lo que hace León es contarnos las injusticias y abusos que vivían —y que aún viven— muchas mujeres de origen andino en Lima.
Si bien la historia transcurre en 1988, Melina León no nos muestra una ciudad —o un país— fuera de control, con amplios panoramas e imágenes caóticas de la capital. Por el contrario, al rodar en blanco y negro, y utilizar un ratio 4:3, nos presenta un mundo limitado, sin color y con poca esperanza. A raíz de eso, cuando vemos a distintos funcionarios del gobierno ignorar la denuncia de Georgina, nos da una extraña sensación de atemporalidad. Ya que las oficinas del estado lucen exactamente igual que a día de hoy. El contexto histórico de la película es complicado, y los personajes tienen que seguir adelante a pesar de lo sucedido, porque si no trabajan, se mueren de hambre. Es ahí, donde vemos cómo la tragedia empieza a corroer la relación entre Leo y Georgina, cuando él tiene que irse a trabajar solo.
En la película, la única persona que brinda un poco de ayuda a Georgina es Pedro, un periodista, que al ser homosexual, entiende lo que es ser un outsider. Inicialmente, intenta no hacerse cargo de la investigación, ya que está relacionado con otro caso que involucra a un grupo paramilitar. Pero, finalmente, lo acepta. Sin embargo, cuando pensamos que la realizadora va a dar un giro hacia el terreno del thriller de investigación, hace todo lo contrario. Decide explorar la pérdida y el dolor de manera íntima. Canción sin nombre concluye de una forma típicamente peruana. Es decir, sin un final concreto. No obstante, Melina León, sin ser condescendiente, nos pregunta hasta cuándo vamos a seguir ignorando los problemas que arrastra el Perú desde hace más de cuarenta años.