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En un tiempo suspendido en alguna parte, Nanni Moretti en ‘Tres pisos’ logra encauzar un relato que trastoca una filmografía hasta ahora sosegada y equilibrada
Desde Mia Madre, estrenada en España en enero de 2016, quedamos sin noticias de Nanni Moretti. Ha firmado alguna obra menor, pero echábamos en falta su labor de hombre orquesta en películas en las que ha compuesto extraordinarios relatos vitales. No obstante, se resiente que Tres pisos sea una adaptación de una novela demasiada compleja para los tiempos y las estudiadas dilaciones de Moretti. Tiene que manejar demasiados conflictos y la carga acaba siendo excesivamente extenuante hasta el final. Apenas reconocemos aquí al cineasta relajado y meditativo que observa la vida como un flujo de acontecimientos dirigidos por una sinfonía medida y acompasada. En cambio, las discrepancias se suceden y el aspecto moral resulta fatigante en una etapa pos #MeToo en la que la historia se percibe dudosamente equitativa.
El cineasta de La habitación del hijo no parece tener muy clara su perspectiva o se sabe fuera de tiempo (y de lugar). Por eso, como espectadores, apenas podemos afrontar los hechos sin evitar juzgarlos. No tanto por lo que ocurre, sino por la percepción implícita, inevitablemente, en todo ello. Es posible que la falta de un nexo sólido entre todas las historias sea la causa. Con una violenta apertura que apresura una narrativa dislocada, la labor de Moretti no se descubre muy definida. Al menos, no entendemos su posición hasta que consigue montar todas las piezas de un difícil rompecabezas que logra armar con bastante destreza cuando la cinta llega a un punto agónico. Cuando todo parecía estar perdido los personajes abandonan su colosal armadura y el filme, al menos, alcanza su conciencia. La de saberse con la voluntad de orientar el propósito humano hacia una dignidad inesperada.
La adaptación de la novela de Michele D’Attanasio, sin duda, no ha sido una labor fácil. Nanni Moretti, que nos tiene acostumbrados a sus propias historias, busca adaptarse a un relato ajeno, pero le pesa. Y ese peso se traslada a una película que parece desubicada. A pesar de ello, logra redireccionar la marcha y según avanza los tres pisos del título se convierten en un lugar común. Un lugar para el encuentro y los afectos que remedian las fallas coyunturales previas. Si bien el italiano no está en su momento más álgido, vuelve a mostrar que puede poner todo de su lado para salir airoso. De las situaciones más complejas, los desenlaces más diáfanos. Salimos del cine respirando aire fresco después de necesitar asistencia respiratoria en más de una ocasión. Es una sensación extraña, pero nos sentimos aliviados cuando los personajes se miran en el espejo con afán autocrítico.