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En su obra más personal, ‘Fue la mano de Dios’, Paolo Sorrentino dibuja su propio itinerario que lo coloca tras los pasos de Maradona
El proyecto más personal de Paolo Sorrentino —que destapa su biografía hasta convertirse en cineasta— es también el más extravagante. La cinta que ahora presenta tras su paso por los festivales de Venecia y San Sebastián, Fue la mano de Dios, recopila la característica iconografía del cineasta de La juventud que estalla en el primer acto. Quizás por requerimiento de la productora, los minutos iniciales buscan agasajar a la fiel audiencia del italiano con una grandilocuencia inusual. Sin embargo, después de las estrambóticas escenas protagonizadas por Luisa Ranieri como la tía Patrizia, la historia toca la fibra sensible del espectador. El punto de inflexión es el accidente familiar que deja a Sorrentino ante la encrucijada de su vida. Aunque no sabemos qué hay de verdad y de falso en su autobiografía, son impactantes los hechos que le llevan por un sendero vital inesperado.
Sobrevolando más que nunca el inevitable peso de Federico Fellini, Paolo Sorrentino se desnuda ante la audiencia. Con un actor nobel que le interpeta, Filippo Scotti, alcanza elevadas cotas de introspección. Scotti, caracterizado como Fabietto, encandila a la audiencia en la construcción de un personaje tímido, sensible y soñador. No sé si es posible pensar así en Sorrentino. El éxito y lo difícil que resulta mantenerse en el candelero están empezando a pasarle factura. Es visible el cansancio que arrastra, y a duras penas en Fue la mano de Dios puede esquivarlo si no fuera por la lozanía de un principal que deja momentos estelares. Con cierto parecido a Timothée Chalamet y una expresión risueña e ingenua, saca adelante un trabajo actoral que lo pone al frente. De hecho, es muy posible que este sea su espaldarazo en la interpretación.
A pesar de lo recargada y a veces impostada que se puede percibir la primera parte, el ejercicio que hace Sorrentino en Fue la mano de Dios, y cómo este maneja los ritmos de la acción, acaban sintiéndose como un golpe más de genialidad. Si bien, no es una película que resulte sorprendente, muy posiblemente enganchará a nuevas audiencias que no conocían la trayectoria del realizador. Con una grandilocuencia que festeja la vida, busca cierto reduccionismo. Esto es, Sorrentino hace un trabajo de limpieza considerable para orientar al espectador. Prescinde incluso de la música para alcanzar una oración a su figura. La de una persona que de la nada, con un futuro por escribir, es capaz de reconstruir la historia contemporánea del cine italiano. Fue la mano de Dios, aunque la presenta ahora, tras una dilatada trayectoria, tiene que leerse como su película de presentación.